El Estado de Israel, por todos sabido que terrorista, ha vuelto a realizar una acción bélica contra objetivos civiles. Esto, que lleva sucediéndose desde hace muchas, muchísimas décadas, no sólo no trae la condena internacional sino ni tan siquiera la atención de las diplomacias.
Es igualmente sabido que Israel ocupa desde todo ese tiempo un territorio que no le pertenece, que es el Estado DEL MUNDO que más resoluciones de la ONU incumple y que más condenas suscita. Es quizás el país del mundo que más reiterada y frecuentemente viola los DDHH, y uno de los pocos (desde luego no el único) que practica abiertamente una política de exterminio de la población ocupada, la cual viene privada de todo tipo de derechos fundamentales. Se decretan toques de queda en las zonas ocupadas, se anexionan terrenos ilegalmente, se expropia a sus legítimos propietarios, se les ocupan y contaminan sus acuíferos, se practican frecuentes razias de las que resultan detenciones arbitrarias con privación de libertad sin cargos ni juicio, cuando no muertos. Se derriban casas, se establecen zonas de delimitación de la libre circulación (con carreteras que, dependiendo del color de la matrícula según se sea árabe, israelí o extranjero con permiso, se permite o no circular).
En el diciembre de 2009, una acción bélica del ejército israelí provocó casi 2.000 muertos y la indignación ante tamaña felonía se dejó oír en el mundo. Protestas y concentraciones populares se sucedieron sin que los gobiernos, si bien no indiferentes, no acompañaron con condenas explícitas y sin titubeos —como cabría esperar de un hecho como aquél— dichas movilizaciones. Lejos de ser así, la UE y España concretamente, han estrechado anualmente sus lazos de unión con acuerdos armamentísticos (negocio que supone el 80% de toda la economía israelí) y de distinta índole comercial, como lo es la colaboración entre Universidades, que no ha dejado de aumentar.
La limpieza étnica que practica Israel no tiene el merecimiento y la consideración que cabría esperarse de los adalices que hoy sonríen, sacan pecho y se enorgullecen de la decisión con que han ido a poner fin a la tiranía en Libia. Los filisteos que condenaron y salieron a las calles a protestar contra la guerra de Irak han tomado en demasiados casos no una actitud de triste indiferencia, sino de indigno activismo apadrinando de fe la solución militar.
El caso del genocidio israelí sobre el palestino es con seguridad el más terrible que hoy haya en el mundo, no por intensidad (variable) sino por su constancia y duración. No conozco a nadie de los que pida el fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino la intervención militar contra los israelíes. Lejos de esto, diría que no se le pasa a nadie por la cabeza. Porque la solución, desde luego, no pasa por hundir bajo la tormenta de fuego las vidas una población que, como la israelí, apoya abrumadoramente esa política de liquidación física del Otro palestino. No. La solución habría de pasar por sancionar moralmente, primero, esta política; apoyar al pueblo palestino, después, sin 'peros' ni exigencias, sin exigir condiciones con las que establecer el diálogo solo porque los interlocutores que ELLOS han elegido no nos gusten. Aceptando su cosmovisión sin imposición apriorística de unos parámetros moralistas que no son los suyos y que en casos comparados como los que aquí se exponen salen bastante dañados por relativos, ni tan siquiera por eurocéntricos. Y por supuesto por aplicar los mecanismos internacionales —que los hay y pueden funcionar muy efectivamente si se quiere— propios como las sanciones político-diplomáticas y económicas de turno, al que viola la legalidad internacional y los DDHH.
Los que apoyan la guerra en Libia no han de compartir esta visión, desde luego no pueden, aunque cabe que se retracten. Porque se puede estar en desacuerdo y apoyar una intervención "de pacificación", como se denominaba hacía un par de décadas; esto podemos discutirlo.
LO QUE NO ES DISCUTIBLE es el paso de la "línea que no es cruzable", que decía Brecht. Si se está a favor de poner fin radical, incluso mediante la solución de fuerza, lo que habrían es de clamar por la organización coordinada de la comunidad internacional mediante el envío de Cascos Azules. Apoyar la intervención de la OTAN es no haber contemplado dicha posibilidad que, caso de preferirla, todos ellos habrían de pasar a condenar taxativamente la intervención de la coalición militar occidental.
Que la OTAN es una organización imperialista no puede ser discutido. Y no puede serlo porque incluso quienes celebran su entrada en acción lo hacen aludiendo que no van a poner "un pie en Libia", porque la operación es aérea y no terrestre. Que esta visión es de una ingenuidad propia de la factoría Disney, lo demuestra la historia de esta organización, la de quienes están tras de sí y la de su propia vocación idiosincrásica. Se olvidan —o no quieren tener en cuenta— además, que para expoliar el suelo libio no es necesario estar sobre él.
2 comentarios:
¡ Excelente artículo !!!
Muchísimas gracias Alejandro.
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