sábado, 25 de diciembre de 2010

Teorías de organización social en el S.XVI


Sea como sea, quiero deciros lo que pienso, maese Moro. Donde quiera que haya bienes y riquezas privadas, donde el dinero todo lo puede, es difícil y casi imposible que la república sea bien gobernada y próspera. A menos que creáis que es justo que todas las cosas se hallen en poder de los malos, o que la prosperidad florece allí donde todo está repartido entre unos pocos y la mayoría viven en la miseria, reducidos a la condición de mendigos. Me parecen muy buenas y prudentes las ordenanzas de los utopianos. Les bastan pocas leyes para ordenar bien las cosas. Entre ellos la virtud es muy apreciada. Como todos los bienes son comunes, todos los hombres tienen abundancia de todo. Cuando comparo Utopía con otras naciones, veo que muchas de éstas están haciendo continuamente leyes nuevas, y aun así nunca tienen bastantes; en esos países cada uno llama suyo a lo que posee, y todas las leyes que se hacen en ellos no bastan para asegurar el pacífico disfrute de la cosa poseída, ni para defenderla ni para saber lo que es de uno o lo que es de otro cuando dos llaman suya a la misma cosa. Esto trae infinitos pleitos, cada día más, que no terminarán nunca. Cuando pienso en todo esto, doy la razón a Platón y no me asombro de que no quisiera hacer leyes para quienes no estaban dispuestos a consentir que todos los bienes se repartiesen entre todos por igual.
Aquel prudente varón previó que esa igualdad en todas las cosas es el único camino que lleva a la república a la riqueza. Y esto no se logrará mientras haya hombres que llamen suyo a lo que poseen. En efecto, donde todos pueden fundarse en ciertos títulos para aumentar tanto como pueden sus bienes particulares, unas pocas personas se reparten entre ellas todas las riquezas y no puede haber abundancia general, pues los demás quedan en la pobreza. Y sucede a menudo que los pobres son más dignos de ellas que los ricos, porque los ricos son avariciosos, taimados e inútiles y los pobres humildes y sencillos, y su trabajo de cada día es más provechoso para la república que para ellos. Por eso me persuado de que no es posible hacer una distribución igual y justa de las cosas, que nunca podrá haber esa felicidad perfecta entre los hombres a menos que se prohíba esa modalidad de propiedad. En tanto continúe, la mayoría de los hombres tendrán que llevar a cuestas la pesada e inevitable carga de la pobreza. Concedo que se puede mitigar un poco esta miseria, pero niego completamente que sea posible suprimirla del todo. Si se hiciese una ley que dijera que ninguno puede poseer más de una determinada medida de tierra o una determinada cantidad de dinero; si se decretara que el rey no ha de ser demasiado poderoso ni el pueblo demasiado rico; que no se deben conseguir los empleos sobornando con dádivas a quien puede darlos; que los empleos no se deben comprar ni vender; que no haya que dar dinero para lograr tales oficios, para no dar ocasión a quienes los ejercen de caer en la tentación de recobrar su dinero mediante el fraude y la rapiña, pues si hay soborno los empleos sólo se dan a los ricos, y no se escoge para desempeñarlos a hombres probos y sabios; si se hiciesen esas leyes, digo, se mitigarían esos males como se alivian las dolencias de un enfermo que ha perdido toda esperanza de curarse con los remedios, los alimentos y los cuidados que le dan. Mas no se debe esperar que quede sano del todo mientras cada uno sea dueño de lo suyo. En tanto que procuréis curar una parte del cuerpo, otra se pondrá más enferma. Así la curación de una parte causa la enfermedad de la otra, pues nada se puede dar a un hombre si no es quitándoselo a otro.

Thomas More, Utopia, Libro I

martes, 14 de diciembre de 2010

"Estado de tranquilidad para inversores"

“Independientemente de la prórroga o no de la alarma, el gobierno garantizará el servicio aéreo en navidad y todos los días del año.” -José Blanco, ministro de Fomento-

Antes de renovar el estado de alarma propongo al gobierno que cambie su nombre: que a partir de ahora se llame “estado de tranquilidad”. Así se nos quita la inquietud a los que no acabamos de ver claro que se recurra a medidas de emergencia para resolver un problema laboral. Y total, como insisten en que lo han declarado precisamente para tranquilizar a los ciudadanos, no para alarmarnos, el cambio de nombre le vendría al pelo.

Sé que muchos han celebrado la medida, y en efecto se sienten más tranquilos a la hora de programar sus viajes sabiendo que han puesto firmes a los controladores. Pero me pregunto cómo lo perciben, si como alarma o como tranquilidad, otros que estos días están pendientes de lo que sucede en nuestros cielos: los posibles inversores a los que apunta la inminente privatización de los aeropuertos.

Si ustedes fueran inversores potentes y se estuvieran pensando entrar en el capital de AENA o hacerse con la concesión de Barajas o El Prat, ¿cómo verían lo sucedido? ¿Les alarmaría el estado de alarma? ¿O por el contrario lo que les alarmaba eran los elevados sueldos de los controladores y su comportamiento revoltoso? Y no sólo controladores: pilotos y personal de tierra que pensaban dar guerra contra la privatización en las próximas semanas, y que por ahora lo han dejado para mejor momento.

En enero de este año, en el Congreso, el ministro Blanco dijo que para poder privatizar los aeropuertos era “imprescindible” hacer antes una reforma de la navegación aérea, en el sentido de más eficiencia, más productividad laboral y menos costes. De lo contrario, los inversores no tendrían interés en comprar. Y miren por dónde, el conflicto actual puede dejar los aeropuertos como una balsa, con los controladores domados, sus costes rebajados y trabajando más horas, y el resto de trabajadores del sector con las barbas en remojo por lo que pueda pasar.

Lo que me lleva a una última pregunta: si la navegación aérea es algo tan crucial como para decretar un estado de alarma, ¿puede dejarse en manos privadas? Es una pregunta tonta, no hace falta que la respondan.

jueves, 9 de diciembre de 2010

"Los controladores deberían cobrar más"

“Nadie hasta ahora se había atrevido a tocarlos. El Gobierno va a impedir que esto vuelva a pasar, y no le va a temblar la mano.” -Alfredo Pérez Rubalcaba, Vicepresidente del Gobierno-

Ya está claro cuál es el juguete que va a arrasar en las próximas navidades: el controlador aéreo. Ni Bob Esponja ni Barbie; si yo fuera fabricante ya tendría a estas horas una colección de muñecos resistentes a golpes, pisotones, pellizcos y escupitajos para que ningún ciudadano se quede sin su controlador de goma sobre el que descargar su ira.

Se dice que los controladores cobran demasiado, pero no es cierto. Yo diría que están mal pagados para el servicio que prestan. Por si fuera poco controlar el tráfico aéreo –cosa que no es precisamente fácil-, además cumplen una función social insustituible y muy necesaria en tiempos revueltos: canalizar el descontento ciudadano.

Todos necesitamos alguien sobre quien volcar la rabia acumulada. Y como últimamente estamos muy cabreados, las autoridades se preocupan porque no nos falten dianas para nuestro enfado, no sea que cualquier día desviemos el tiro y acabemos dirigiendo esa rabia contra quien no debemos.

Y los controladores son ideales para ello: son pocos, nadie sabe bien a qué se dedican, tienen aspecto de elite –‘casta’, ‘aristocracia’, se dice de ellos-, ganan más que la mayoría, son endogámicos, soberbios e insolidarios con los demás, y tienen una capacidad de presión sobre su empresa que ya querríamos muchos. Es decir, admiten odio pero también envidia o resentimiento, pues les sienta como un guante la etiqueta despectiva que más éxito tiene en tiempo de paro y miseria: privilegiados. Se ha intentado con otros colectivos, pero con ninguno luce tanto. Sólo hay que ver la furia anticontroladores que muestran muchos que no sólo no fueron afectados en el puente, sino que en la vida cogen un avión.

Pero no es ésa la única función social que cumplen. Además, sirven al gobierno para hacer una exhibición de autoridad, de esa misma autoridad que no muestra con especuladores, banqueros, Marruecos o el embajador estadounidense. “Quien echa un pulso al Estado sabe que lo pierde”, presume mientras aplasta manu militari a unos controladores que, encerrados en su burbuja, no midieron su respuesta.

Visto así, hasta salen baratos.

Isaac Rosa para Público, 09/12/2010

martes, 7 de diciembre de 2010

La parábola del conflicto de controladores o cómo ser autoritario entre aclamaciones

Se va acabando el puento y comienza a clarearse el panorama. Las intenciones del Gobierno, por si antes y durante el conflicto de controladores no estaban claros, a los más incrédulos puede que les empiece cambiar su percepción de qué es lo que ha pasado o de hecho está ocurriendo.

El anuncio del (potencial) despido de unos 200 controladores por la bravuconada podría hacer parecer que se está anteponiendo la vedetta a la seguridad. Yo personalmente creo que encaja a la perfección en el populismo desplegado por el Gobierno en todo este guirigay, pero por encima de ello, lo que se antoja es nuevamente un camino recto a la realización de recortes en la costosa seguridad aérea.

«De aquí a 2012, Senasa ha ofertado 300 plazas para controladores (48 ya han empezado los cursos). Con ello, habría hasta 472 controladores nuevos y a menor coste, más que los expedientados. A esto se une que se privatizará la gestión de las torres y nuevas empresas, entre ellas la pública Ineco, contratarán a controladores pero previsiblemente con un sueldo mucho menor.» (La negrita está en el original).

El discurso del sueldo y la rentabilidad es lo que ha hecho ir a la brava masa contra los controladores espoleados por la opinión pública (con esto me refiero a los medios) pidiendo justicia divina, es decir, duras represalias. Aparte de que esta estrategia no es muy nueva en la historia que digamos (no daré ejemplos para que no venga el listo (‘anónimo’) de turno a acusarme de manipulador), el odio hacia un colectivo porque representa el estatus que muchos anhelan o simplemente porque enfurece al que no lo posee, como digo, no es nuevo. Y cuando ruge la marabunta, pues ya se sabe, pide sangre. Normalmente, nadie mejor que el que demuestra autoridad (AUTORITARISMO) se hace garante de la confianza de los encolerizados. Sacar los milicos a pasear puede ser una buena prueba de mano dura, pero para que no quede en una anécdota, se puede, como vemos, recortar los deseados gastos en un momento de quiebra estatal echando a quienes han osado desafiar al poder del todopoderoso Estado, literalmente a la calle. Lo dejó muy claro estos días un ministro de netas tendencias autoritarias (no hará falta recordar su gestión durante el felipismo): «quien echa un pulso al Estado, pierde».

Pero el autoritarismo no se ha quedado ahí, y nos lo recordó el presidente de la cámara baja, José Bono, en su discurso de exaltación de la Constitución, con un tono que podríamos decir ‘duro’: «Los únicos culpables (...) son los controladores por haber recurrido al chantaje para defender sus privilegios (...) Ni han vencido en esta ocasión, ni vencerá quien lo intente de nuevo. Nos va demasiado en ello y los culpables deben perder toda esperanza frente a los españoles y frente a la Constitución.»

Ha quedado claro que odiamos a los «privilegiados». Pero, ¿es esto tan claro? El Gobierno quitó el impuesto sobre el patrimonio, lo cual agravaba las rentas más altas y a las clases más privilegiadas del país. Es curioso porque esto no generó ninguna controversia salvo en estrechos márgenes por la izquierda, incluso en círculos del PSOE. Llámenme oportunista pero, qué pasa con notarios, tasadores o mismamente políticos como cualquier senador o diputado —que cobrarán un salario vitalicio tras calentar su escaño una legislatura—. Ni que decir de ciertos empresarios o banqueros. No pongo en duda la decencia y profesionalidad de cualquiera que pertenezca a dichos colectivos, simplemente remarco que existen otros enormemente «privilegiados», tanto o más que cualquier controlador aéreo.

Que nadie se lleve a engaño, yo me confieso: odio ferviente y vehementemente a todos y cada uno de los que puedan ser tachados de privilegiados. Huelga decir que esto tiene matices, pero sucede que lo que gane cada uno es absolutamente indiferente, NO APORTA NADA a la discusión que se está tratando. Como tampoco lo hacen los miles de testimonios, entregados por capítulos, del «perdí mis vacaciones». Lo lamento enormemente por los damnificados, pero a mi como ciudadano me afecta poco o nada sus particulares males, y reitero sinceramente que lo siento por todos y cada uno de ellos.

Por el contrario, lo que me importa como CIUDADANO es que el Gobierno haya sacado otro ‘Decretazo’ como el que propició la pasada huelga general, que se haya saltado el Art. 37 que da fuerza vinculante a los convenios colectivos, que se haya privatizado el 49% de AENA y de LAE para pagar un agujero económico que tiene el Estado por una mala gestión y por haber dado sumas inverosímiles a la Banca (incluyo la reciente Ley de Cajas) para cubrir unos escándalos financieros con los que se han enriquecido increíblemente y que ahora hemos de pagar todos. Un nuevo capítulo del «privaticemos los beneficios y socialicemos las pérdidas». Que todo esto se haya hecho buscando un chivo expiatorio me parece una obviedad, pero me resulta inquietante, por peligroso, el precedente de la declaración del Estado de Alarma para hacer uso de las Fuerzas Armadas para suplir a la sociedad civil en un conflicto civil. Veremos qué ocurrirá en la próxima (cuando quiera que ésta sea) huelga general.

Que la responsabilidad sea compartida —como ya expresé por aquí— entre Gobierno y controladores, por aquello de la ‘acción-reacción’, es algo indiferente. Las vacaciones perdidas no serán recuperadas y cada una de esas historias resultan anécdotas masivas que no tienen ninguna relevancia para nadie más que para quien las ha sufrido. Lo que tiene relevancia para el llamado y tan apelado en la Carta Magna «interés general», es la venta del patrimonio público y la represión que está suponiendo el desenlace del conflicto. Me crea aprehensión y escalofríos el solo hecho de ver las masas indignadas y cabreadas (no les he quitado razón para ello) bramando por el uso de la fuerza, la represión, los despidos colectivos y el fin de los «privilegios».

Tomado asépticamente, lo que ha sido aplaudido es: a) el uso del Ejército; b) la represión sobre un conjunto de trabajadores; y c) la privatización de una empresa. El paso del tiempo imagino que será la lectura que nos deje. Lo he dejado escrito por ahí. En realidad, para hablar de este conflicto, no es ni tan siquiera necesario hablar de controladores.

Habrá que reconocer en algún momento, que esta sociedad tiene más de consumidor que de ciudadano, y nos jode (ilimitadamente) más que nos toquen nuestra potestad de consumidores que nuestros derechos de ciudadanía. Incluso llegamos a confundirlos y solaparlos. Da que pensar que no se hayan enarbolado argumentos muy distintos a los usados contra nosotros en la pasada huelga general o con los trabajadores de Metro Madrid.

Quizás sea pronto para decirlo, pero este ha sido otro lamentable episodio en el ya largo recorrido de la subrogación de la democracia por el mercado.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Una reflexión sobre lo leído en el conflicto de controladores

En estos dos últimos días se ha hablado mucho del tema de los controladores aéreos y las consecuencias que su ilegal acto ha tenido. Me ha parecido reveladoramente interesante todas las posiciones encontradas dentro de la blogosfera, y han sido muchos los compañeros de IU con quienes he discutido del tema.

Para empezar, decir que quienes se han posicionado en contra de los controladores —con más o menos matices— lo han hecho alegando los privilegios de que este colectivo goza. A mi entender este argumento ocupa un espacio innecesario, porque no tienen en absoluto nada que ver con lo que ha ocurrido aquí. Por tanto me parece un argumento falaz que no habría de entrar en el debate, tengan los privilegios que tengan. ¿En qué afecta a la discusión? ¿Qué elemento o condicionante añade?

Otro punto fuerte ha sido la patente ilegalidad en las formas de la protesta. Esto, que es innegable, en mi modesta opinión tiene matices. Para mí, esta ha sido derivada directamente de la clásica ‘acción-reacción’ y este argumento no es algo gratuito. No entiendo que se le exijan a nadie legalidades cuando quien es el primero que ha (en teoría, por supuesto) de respetar las leyes (el Gobierno mismo) no lo hace. El Decreto que ha encendido la mecha, es absolutamente impresentable, presumiblemente será en unos meses —ya tarde— declarado ‘inconstitucional’ como ocurriera con el ‘Decretazo’ que propició la pasada huelga general, pero se ha aprobado saltándose la negociación colectiva y el Estatuto de los Trabajadores, todo ello amparando la privatización de la mitad de AENA. Que sea un modus operandi a que se nos tiene acostumbrados el actual Ejecutivo no lo hace distinto ni mucho menos permisible. Exigirles a los trabajadores que se amparen en la legalidad (cosa que no discuto que no han hecho) cuando el Gobierno mismo se la ha saltado, no sólo no puedo hacerlo sino que no entiendo ni comparto que así se esté haciendo. No niego que los controladores han (perdón) jodido literalmente las vacaciones de muchos miles de personas, pero no han empezado ellos y esto habría cuando menos de ser tenido en cuenta antes de centrar las miradas sobre éstos. Huelga decir que con ello no trato de justificar a nadie.

Pero esto es lo que me lleva a lo siguiente: ¿por qué centrar —guiados por los medios, como de costumbre— miradas, culpas y el debate sobre lo controladores? De lo que se tendría que estar hablando, de no estar todo el mundo poniéndose en la piel del damnificado en un alarde de empatía que la sociedad actual nos tiene poco acostumbrados, es de que se haya aprobado —de modo, repito, harto irregular— la privatización de una de las últimas empresas públicas que quedan para pagar los desaguisados financieros ya no sólo con el sueldo contante y sonante de los impuestos de la ciudadanía, sino con el patrimonio de todos con todo lo que ello conlleva; de un discurso demagogo y populista que está ejerciendo el Gobierno para llevarlo a cabo, buscando un cabeza de turco —hallado— en los controladores, diciendo que se niegan a trabajar por mantener sus privilegios.

De paso me veo en la triste obligación de decir —lo cual no es menos ridículo—, para que no parezca que soy un insolidario insensible porque todo esto «no iba conmigo», que lo lamento mucho por quienes hayan perdido sus enormemente merecidas vacaciones.

Pero independientemente de lo que nos gusten o no los controladores aéreos, lo que este colectivo (gremio si prefiere alguno) lleva años pidiendo —en contra de lo que sostiene el Gobierno, que miente— no son aumentos de sueldo sino de plantilla, lo cual habría de ser una notable preocupación de quienes de modo habitual tomamos un avión, porque ello guarda relación directa con la seguridad aérea, bastante tocada por la especulación en los últimos años como mostró el último accidente grave en suelo peninsular, el del avión de Spanair.

Que en el controvertido Decreto se haya agregado una cláusula preventiva que contempla este tipo de incidencias permitiendo el paso de la gestión del control aéreo a Defensa, me parece terriblemente elocuente. Me gustaría insistir en todo ello porque, repito, la atención en este asunto debería volcarse de unas vacaciones perdidas al ámbito de lo puramente político.

Porque esa solidaridad que estamos viendo es con el consumidor, no con el ciudadano, para con quien la última huelga general dejó bien patente lo insolidario de los españoles. Todos nos vemos a nosotros mismos no como individuos sino como consumidores, y es en esto que descargamos nuestra solidaridad con los damnificados del puente. Me remito a un breve texto de Miguel Izu que me ha parecido interesante:

Gracias al conflicto de los controladores aéreos nos hemos enterado de cuál de los derechos de los ciudadanos es el más importante. Y resulta que es el derecho a volar, uno que ni siquiera está en la Constitución. Es lo que se deduce de que haya sido el único que ha merecido un real decreto urgentísimo para militarizar un servicio público y que haya llevado al Gobierno a plantearse la declaración del hasta ahora inédito estado de alarma previsto para, entre otros, los casos de paralización de servicios públicos esenciales para la comunidad.

Con todo esto lo que se está haciendo —quiérase o no— es una consideración muy clara: se anteponen los derechos de los CONSUMIDORES a los de la CIUDADANÍA. Quienes critican en primer plano a los controladores están haciendo esta yuxtaposición. A algunos se lo he hecho notar y se me ha negado que así sea. Pero quitarle protagonismo a la pérdida de un viaje para centrarse en lo que ha rodeado esto —al tiempo que yo ponía la responsabilidad del Gobierno—, para algunos supone justificar a los controladores. Y nada más lejos de mi pretensión.

La responsabilidad, primera y última, es del Gobierno. Dicho esto, los controladores habrían de pagar las consecuencias de quien lleva a cabo un conflicto laboral (desde luego no con el delito de sedición). Pero argumentos como el de las UCI's, que se han podido leer por todas partes, resultan increíblemente falaces y oportunistas, y cabe decir lo mismo al respecto: si los médicos se ponen en huelga porque se va a privatizar la sanidad pública y el gobierno lanza un decreto saltándose la negociación colectiva —que dicho sea ha estado desoyendo durante meses— y autoriza la militarización del servicio caso que se produzcan parones, pues sí vería perfectamente justificada una huelga y no dudaría en hacia donde señalar, y nunca sería a los médicos por mucho que cobre un cirujano. Por lo demás, el hacer análogo un paciente en espera de operación con la de un pasajero en espera de arribar a su destino es no entender nada o querer tergiversarlo todo.

El ambiente obviamente está aún muy caliente, y supongo que de no ser así, a unas vacaciones perdidas se antepondría la pérdida —definitiva— de una empresa pública, de un modo de actuar netamente AUTORITARIO que comienza a ser costumbre y que propició ya una huelga general, al uso de militares para poner ORDEN en una situación que la prensa (y muchos blogueros) ha calificado de caótica, porque lo que precede al orden, como todos saben, es el CAOS. Me preocupa muy especialmente el aplauso colectivo al uso de la fuerza militar, apenas mencionado de forma sucinta por atender al chivo expiatorio. Cuidado con el precedente que se ha sembrado y que el pueblo ha sancionado con pública aclamación.

Dejo un blog que quizás pueda resultarle a alguno interesante. Aquí señala, entre otras cosas y con comentarios deshabilitados, que los controladores, además de no ser funcionarios desde 1991 con la creación de AENA, hablan de sus reivindicaciones de los últimos años, de cómo se ha estado perdiendo personal al tiempo que se aumentaban las horas extra y desoían las voces que pedían aumento de plantilla, o ‘únicamente’ el 9% de los controladores españoles tiene un familiar en plantilla. (http://www.controladoresaereos.org/?p=1310)

sábado, 4 de diciembre de 2010

La aclamación popular del autoritarismo


El Gobierno del PSOE ha hecho uso, por primera vez desde que entrara en vigor la Constitución de 1978, del artículo 116 por el que se decreta el Estado de Alarma, que autoriza la militarización de la vida civil.

La aclamación del pueblo ante la medida de fuerza parece abrumadora y casi dan ganas de gritar «¡Idiotas!» si no fuera porque todo ello supone un precedente extremadamente grave. La medida que ha tomado el Gobierno del PSOE es oportunista en lo político, populista, maniquea y oculta la motivación de fondo: la privatización de casi la mitad de AENA y la concesión total de la gestión de los aeropuertos de Barajas y El Prat.

Como suele ocurrir en estos casos —y en casi todos—, los medios ocultan los matices de fondo concentrándose en los de forma. Diario Público decía:

La aprobación del nuevo modelo de gestión de gestión aeroportuaria en el Consejo de Ministros, que incluye la modificación e los horarios de los controladores y la privatización parcial del gestor de los aeropuertos encendió la mecha del caos.

Quizá previendo la situación, el consejo de ministros celebrado ayer también aprobó -como adelantó Público ayer- una modificación de la Ley de Seguridad aérea que permite a Defensa asumir el control del tránsito aéreo en situaciones como éste.

RTVE lo titulaba —muy ecuánimemente— «Caos en el tráfico aéreo por la huelga salvaje de controladores». Aquí, los ciudadanos son «rehenes» y los controladores «chantajistas» —según el presidente de AENA—. Pero, ¿por qué ningún medio lo ha enfocado como, por ejemplo, el sindicato CGT/AENA?:

CGT/Aena condena que hayamos llegado a esta situación, y se solidariza profundamente con los ciudadanos de este país que están sufriendo en sus propias carnes la incompetencia de este gobierno.

Exacto, la «incompetencia del Gobierno» ¿o acaso sólo hay un modo de verlo y es demonizando al colectivo de controladores? Está ya de facto instalado el discurso, emanado de una perversa lógica, de cuando hay molestias a CONSUMIDORES por un conflicto laboral, es culpa y responsabilidad de los HUELGUISTAS. Convendría tener esto en cuenta a la hora de hacer juicios de valor.

Pero ¿se ha preocupado alguien de ver qué arguyen los controladores? Según la sección sindical ya citada, lo que se alega es lo siguiente:

Asimismo, ante un posible linchamiento mediático del colectivo de trabajadores de control, queremos dejar claro que el responsable de la situación es el gobierno, que ha provocado al colectivo de controladores imponiendo mediante Decreto condiciones laborales absolutamente irresponsables, con el fin de encubrir mediante el acoso y derribo de los controladores su propia ineficiencia en los cómputos de jornada, así como la privatización de Aena y el conflicto laboral que se avecina por la subrogación de los empleados públicos de Aena a empresas privadas.

Una medida de fuerza tal como la que acaba de llevar a cabo el actual gobierno socialista, de haber sido llevada a cabo por el Partido Popular, estaríamos hablando sin demasiadas dudas de AUTORITARISMO. No creo que sea necesario prevenir a nadie de lo perverso y peligroso que resulta autorizar la intromisión de los militares en la vida civil, menos aún en un conflicto laboral en un contexto como el que estamos viviendo. Desde aquí se viene diciendo —quizás desde una óptica en exceso catastrofista—, cuidado con el espacio donde parece estar quedando relegada la democracia entendida como la emanación de la soberanía popular.

Visto con un poco de perspectiva, no hace falta ser muy perspicaz para entrever en esto no una defensa férrea por parte del Gobierno de los derechos de los ciudadanos (aquí convertidos en CONSUMIDORES), sino una huida desesperada de quien se ve desbordado por unos acontecimientos que le superan y que en buena medida ha generado.

En este sentido, el mensaje que deja el Ejecutivo ante un conflicto cuyo detonante fundamental es la privatización hace pocos días anunciada del 49 % de AENA y el empeoramiento de las condiciones laborales de los controladores, es preclaro y no va dirigido ni mucho menos a la ciudadanía: «tranquilos que en caso de estallar un nuevo conflicto, será movilizado el Ejército». Lo que también podría ser: «empresarios, tranquilos, pujad, el riesgo es igual a cero».

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El PSOE es ya de hecho un partido de derecha

Zapatero rebaja los impuestos a las pymes y quita la ayuda de 426 euros

La sesión del control al Gobierno en el Congreso le ha servido a José Luis Rodríguez Zapatero para anunciar una batería de nuevas medidas de amplio espectro y de gran calado. El presidente del Gobierno ha liquidado la ayuda de 426 euros a los parados de larga duración y sin protección, ha bajado los impuestos a las pequeñas y medianas empresas y has desvelado que se privatizará parte de Aena y de Loterías del Estado.

La medida más impopular es el fin de la ayuda de los 426 euros. El presidente del Gobierno, a preguntas de Mariano Rajoy, afirmó que este programa de prestaciones para parados sin cobertura dejará de funcionar en febrero, fecha en la que se acaba la última prórroga.

Esta medida forma parte de un paquete más extenso en materia laboral: Zapatero adelantó que a partir de ahora los funcionarios públicos de nuevo ingreso se integrarán en el Régimen General y que el Régimen de Clases Pasivas "quedará a extinguir". También anticipó que en el Consejo de Ministros aprobará la regulación de las agencias privadas de colocación.

Zapatero avanzó además que a partir de febrero de 2011 los servicios públicos de empleo contarán con otros 1.500 orientadores, con el objetivo de generar actividad y facilitar la creación de empleo.

Zapatero no se paró ahí. Anunció otra medida muy importante: dijo que el Ejecutivo prepara una rebaja fiscal en el impuesto de sociedades a pymes, así como un cambio en la definición de empresas de tamaño reducido, medidas que, según aseguró, beneficiarán a 40.000 pequeñas y medianas empresas.

El jefe del Ejecutivo explicó que el próximo viernes el Consejo de Ministros aprobará la citada rebaja, que consiste en ampliar la base imponible para las empresas que tributan al tipo reducido, desde los 120.000 euros actuales de facturación hasta los 300.000. Según los datos de 2007, este rebaja de impuestos afectaría a 1.200.000 empresas.

La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, se felicitó por el anuncio de la rebaja de impuestos a las empresas. Recordó que es una de las medidas que ha propuesto su partido y lamentó que no se adoptara antes

Privatizaciones

Por si eso fuera poco, Zapatero informó de que el Gobierno privatizará hasta el 49% de Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (Aena) y que los aeropuertos de Barajas y el Prat tendrán gestión privada mediante un régimen concesional.

El jefe del Ejecutivo anunció esta medida dentro de las actuaciones para liberalizar actividades productivas, entre las que también adelantó la privatización del 30% de la sociedad estatal de las Loterías y Apuestas del Estado.

Por su parte, el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba, en respuesta a una pregunta del PP, ha dicho que con la decisión de "privatizar parte de Loterías y de Aena" se conseguirá "reducir deuda, tener más margen de maniobra presupuestaria" y de esta manera dedicarse "por ejemplo a políticas activas de empleo".

Principales medidas anunciadas por Zapatero

Fin de la ayuda de 426 euros a los parados sin protección. En febrero terminaba la prórroga de este programa de prestaciones. El Gobierno no renovará esa prórroga.

Rebaja fiscal a las Pymes. El presidente anunció una rebaja fiscal en el impuesto de sociedades a pymes. El Gobierno ampliará la base imponible para las empresas que tributan al tipo reducido, desde los 120.000 euros actuales de facturación hasta los 300.000. Es una rebaja de impuestos.

Agencias privadas de colocación. Su regulación se aprobará el viernes en el Consejo de Ministros

Nuevos funcionarios. Los nuevos fuincionarios públicos. Los funcionarios públicos de nuevo ingreso se integrarán en el Régimen General y no en el Régimen de Clases Pasivas, como hasta ahora.

Privatizaciones. El Gobierno privatiza el 49% de AENA y el 30% de las loterías. Los aeropuertos de El Prat y Barajas tendrán una gestión privada.

Público, 1/12/2010. No dejéis de ver el vídeo ahí colgado, con Zapatero anunciando las medidas entre tartamudeos.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

De dictaduras y sensibilidades de pensamiento de derecha


Apareció en Público el pasado lunes un artículo que refería, de un modo muy oportunista, unas palabras de Cayo Lara (coordinador federal de IU), tomándolas como literales sin pararse a analizar el término que con ellas evocaba (cosa, por cierto, tristemente generalizada en nuestros ‘objetivados’ medios). El encabezamiento rezaba:

«“Queremos hacer una dictadura”, proclamó (…) Cayo Lara, a un auditorio que se quedó estupefacto ante sus palabras (…). Enseguida las matizó: “Queremos que las leyes se lleven al Boletín Oficial del Estado al dictado de los trabajadores, y no al de los intereses empresariales, por medios totalmente democráticos”. Los asistentes al encuentro que mantuvo Lara con jóvenes de su federación irrumpieron entonces en aplausos».

Para empezar, cabe apuntillar varias cosas. Yo al menos, allí asistente, no me quedé en nada «estupefacto» sino entusiasmado. La negrita, presente en el original, destaca errónea o malintencionadamente la argumentación en sentido negativo en vez del positivo que bien podría suponerse quiso destacar el coordinador. Que los asistentes rompiesen en aplausos es algo interpretado, pero no tuvo otra motivación que el simple cierre de argumentación.

En mi muy humilde opinión —y así espero que haya sido— Cayo Lara intentó, con más o menos evasivas, recuperar un término de leguaje político puro que alude a un proyecto al largo plazo, cosa que hoy día tal parece que se está perdiendo del horizonte. El problema de fondo es que subsiste una sensibilidad especial producto de una deriva ideológica hacia el pensamiento de derecha que condena todo aquello que se salga de los cauces de lo realmente existente o pertenezca en sus parámetros a lo ‘políticamente incorrecto’. Un término tan feucho hoy día como el de «dictadura», claro, es automáticamente condenado y devuelto a la baúl de lo despreciativo. Apuntillar «de los trabajadores» habría automáticamente de llevar al lector al concepto, que puede ser muy radical como concepción política, pero que es la esencia misma de la «Democracia».

Esto es algo que podría decirse hoy olvidado dado la deriva —repito— derechista, de nuestro modo de entender el «demos» y la «res pública». Tal y como era entendida por Marx o Lenin, la «dictadura del proletariado» (referida a la prole) no era más que la sustitución de la mayoría como clase dominante por la minoría que gobierna. Dicho reemplazo representa el devenir de un proceso abajo-arriba como finalidad de alcanzar un gobierno horizontal, aboliendo la explotación del hombre por el hombre (preocupación primera y última de Marx).

Esta concepción, que evidentemente nos remite a una forma extrema de entender la política, no es mucho menos nueva o siquiera radical:

«Nace, pues, la democracia, creo yo, cuando, habiendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran y a los demás les hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos» (Platón, La República, 557a).

Aristóteles incluso lleva más allá el concepto, hasta convertirlo —tal y como hoy es entendido— en un oxímoron, afirmando que la democracia es el gobierno de los pobres, no de la mayoría. Esto supone que, caso de ser la minoría pobre, la democracia sería el gobierno de los menos. Durante la Revolución francesa, los términos empleados por los burgueses no pasaron de «República», y sería el denostado Robespierre (junto con otros muchos, entre ellos tan célebres como Babeuf) quien pondría sobre la mesa el modelo de gobierno sustentado sobre la «Democracia». Napoleón vino a asentar la revolución, pero a cancelar éste último proyecto, que no sería nuevamente aludido hasta el siglo XX.

Poner juntas, pues, «Democracia» y «dictadura del proletariado» es en realidad una tautología que resulta escandalosa (al menos así es públicamente puesto de manifiesto) a cualquiera que se diga hoy demócrata, de derechas como Esperanza Aguirre, o de izquierdas como José Luis R. Zapatero. Los compañeros de IU Abierta (no se sabe quiénes o quién, porque resulta que no viene firmado) no han sido menos. IU Abierta se muestra reacia ante «cualquier tipo de dictaduras» (la analogía que hacen con el franquismo me parece un insulto a la inteligencia), obviando así lo que es un patrimonio elemental de la Izquierda con mayúscula, del movimiento histórico de los de abajo por alcanzar su emancipación. Tal condena (a mi entender) es emanación de una hegemonía de pensamiento que pertenece hoy a la derecha.

Entiendo, por otra parte, que un proyecto democrático puro como el aludido por Cayo Lara (caso, repito, de no ser un recurso meramente dialéctico), puede no ser compartido por muchos de los que integran la coalición Izquierda Unida. La intensidad de la soberanía popular supongo que es algo dependiente de la idiosincrasia de cada uno, y de ahí entiendo yo la necesidad de contraponer «dictadura de los trabajadores» a «de los mercados». En las coaliciones los programas se establecen en base a mínimos. Pero del mismo modo a como yo puedo estar de acuerdo con esto —lo cual se aleja de lo que creo que habría de ser una democracia— habría de ser aceptado el proyecto más ‘radical’ como plausible, sin condenas previas, y dejar la realización de uno u otro a la contingencia y la hegemonía. Porque el punto último de consecución de la izquierda es la emancipación humana. Aquel que no lo entienda así, al menos que no lo obvie.

lunes, 15 de noviembre de 2010

"El Sáhara merece una explicación"


El lunes 8 por la mañana, las fuerzas de seguridad marroquíes entraron por la fuerza en un campamento de protesta saharaui en El Aaiún. Golpearon a los residentes y les atacaron con gases lacrimógenos y cañones de agua para obligarles a abandonar las tiendas, que quemaron o derribaron – según activistas locales.

El desenlace fue trágico: varias personas (de las fuerzas de seguridad y civiles) perdieron la vida y otras resultaron heridas. Miles de personas fueron obligadas a abandonar el campamento, que sigue asediado por las fuerzas de seguridad.

Queremos una investigación independiente y transparente de lo ocurrido. Y queremos que, si se demuestra un uso excesivo de la fuerza, las personas responsables respondan ante la justicia. Por eso, te pido que firmes esta petición al Gobierno de Marruecos.

Amnistía Internacional – Sección Española

domingo, 31 de octubre de 2010

"Por eso hay que decirlo bien alto, sin protocolarias palabras de duelo: ha muerto un obrero, un luchador, un comunista"


Marcelino y Josefina no vendieron su piso

“Ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar. Siempre adelante y siempre a la izquierda.” -Marcelino Camacho, líder obrero y comunista-

El viejo y pequeño piso de Carabanchel donde Marcelino Camacho y Josefina Samper pasaron su vida debería quedar intacto, a modo de recuerdo. Pero no como una casa-museo, que es lo que algunos veían cuando presentaban a Marcelino y Josefina como una curiosidad zoológica, un anacronismo, dos viejos comunistas apretados en un pisito sin ascensor y que recibían en zapatillas y con café y magdalenas.

No es ése el valor del piso, ni el del propio Marcelino, que no era un abuelo cebolleta con el que hacerse fotos ni una reliquia sentimental de otro siglo, sino un militante de a pie, un activista incansable que hasta donde le llegaron las fuerzas siguió asistiendo a su asamblea de barrio y a las manifestaciones vecinales.

Intento decir que, de la misma forma que sus años de liderazgo sindical y político son ejemplares, no lo fue menos su vida, su jubilación, la sencillez con que eligió pasar sus últimos años, como demostración de que se podía seguir siendo de izquierda, obrero y comunista de pensamiento pero también de acción, hasta en lo más cotidiano.

Tanto en los años del pelotazo como en los posteriores de la burbuja, Marcelino no era un anacronismo, ni el último mohicano, sino un referente moral y político para quien quisiera seguirlo. Mientras muchos hacían el cuento de la lechera con sus viviendas y celebraban el fin de la clase obrera y el advenimiento de la clase media universal, Marcelino no sólo seguía fiel a sus ideas y se conformaba con su piso y su pensión, sino que además advertía, a quien quisiera oírle, que aquello era pan para hoy y hambre para mañana, y que tras la fiesta vendría la resaca, como así pasó.

Quienes le visitaban en su casa no iban para hacerse una foto histórica ni por ver una estampa entrañable de otra época, sino para cargar las reservas de dignidad, comprobando que otra vida era posible, y por supuesto otro sindicalismo.

Ayer alababan su combatividad sindical y su integridad política los mismos que a diario cargan contra los huelguistas y denigran el comunismo. Por eso hay que decirlo bien alto, sin protocolarias palabras de duelo: ha muerto un obrero, un luchador, un comunista.

Isaac Rosa para Público (30/10/2010)

martes, 26 de octubre de 2010

Recogida de firmas contra la privatización sanitaria


Desde CAS Madrid (Coordinadora Anti Privatización de la Sanidad) y la Plataforma Matusalén, agradecemos tu compromiso en la lucha contra la privatización de la sanidad, mediante la firma contra la Ley 15/97. Medio millón de personas (500.000) han apoyado esta lucha, exigiendo con su firma la derogación de dicha Ley.

Gracias a ello y a pesar de la falta de sensibilidad al respecto de numerosísimos políticos -la Ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, no ha considerado necesario recibirnos-, el Parlamento aprobó el pasado noviembre/09 una proposición de IU instando su modificación (si bien un año después aún no se ha desarrollado).

También gracias a ello se ha dado a conocer a la ciudadanía quiénes son los responsables de la privatización sanitaria: aquellos partidos que votaron a favor de dicha Ley (PP, PSOE, CiU, PNV, CC), o los que, sin votarla, garantizan con su apoyo que se abran hospitales privados mientras se cierran camas públicas en varias comunidades autónomas.

Y lo más importante: sensibilizar a la opinión pública sobre un problema sistemáticamente ocultado por las fuerzas políticas, y sindicales mayoritarias y por los medios de comunicación: la privatización de la sanidad pública.

En estos momentos, y con la escusa de la crisis, se prepara una nueva agresión contra todos los usuarios de la sanidad pública, si cabe aún más grave: la introducción de copagos, tasas o tickets en el momento de la utilización de los servicios sanitarios o en farmacia, lo que de hecho es un nuevo impuesto a los enfermos y que supondrá pagar otra vez por algo que ya hemos pagado (la asistencia sanitaria se financia entre todos, vía impuestos).

Es por ello por lo que hemos lanzado una nueva campaña estatal de recogida de firmas y movilizaciones, y te pedimos que colabores firmando y difundiéndola: www.casmadrid.org

Para cualquier aclaración o consulta que quieras realizar, puedes localizarnos en el siguiente correo electrónico: info@casmadrid.org

NO PODEMOS CEJAR EN LA LUCHA
POR LA SALUD DE TODOS

Información sobre el COPAGO en Sanidad.

jueves, 21 de octubre de 2010

La ACN, empresa de la Generalitat de Catalunya, despide a un trabajador por la pasada huelga

Un redactor-documentalista de l'Agència Catalana de Notícies (ACN), empresa de la Generalitat de Catalunya, ha estat acomiadat de manera fulminant, el dilluns 4 d'octubre, per defensar el dret de vaga, exercit en aquesta empresa el 29 de setembre, davant la posició del director de l'agència, Saül Gordillo, que el dia 30 de setembre va felicitar els treballadors que durant la jornada d'aturada van anar a treballar. L'empresa va argumentar raons econòmiques i va explicar al treballador afectat que es rescindia el seu contracte d'obra i servei amb caràcter immediat.

El documentalista d'ACN va ser acomiadat, curiosament, quatre hores després que respongués a un mail del director de l'empresa, Saül Gordillo, en el qual, a l'endemà de la vaga general, felicitava el personal que va anar a treballar, es congratulava de la feina feta i deia: "La gran quantitat d'informació i de material gràfic (produït) demostra la vocació periodística de tots vosaltres". El treballador acomiadat va respondre a aquest mail fent una crítica a l'actuació dels treballadors que no es van sumar a la vaga i fent-los reflexionar sobre el que pot significar la seva conducta. També feia esment de l'actuació de la direcció de l'agencia prèvia a la vaga, explicant que "es va pressionar eventualment el personal" i que s'havia recorregut a mètodes dubtosos "en relació a la imposició de serveis mínims".

Quatre hores després d'enviar aquest mail, el treballador va ser cridat al despatx del gerent de l'agència i li van notificar que l'acomiadaven per raons econòmiques. En la carta de notificació de la fi del contracte, l'empresa argumentava que cal acabar "l'obra establerta en el contracte subscrit entre les dues parts, degut a la retallada en el pressupost destinat a aquest projecte per part del Departament de Cultura i Mitjans de Comunicació de la Generalitat de Catalunya". CCOO considera realment curiós que l'obra finalitzi justament el dia en què el documentalista acomiadat envia el mail crític amb la nota de la direcció d'ACN, quan li faltaven encara set mesos de contracte per complir.

Des del Sector de Mitjans de Comunicació, Cultura, Oci i Esports de la Federació de Serveis a la Ciutadania de CCOO de Catalunya denunciem aquesta clara agressió laboral al treballador de l'ACN, que considerem un fet molt greu. Sembla increïble que s'hagi pres una mesura tan dràstica com és l'acomiadament d'un treballador quan aquest, amb la seva resposta interna al mail del director de l'ACN, exercia el seu dret a la llibertat d'expressió i, a més, el dia 29 de setembre també va exercir el seu dret fonamental de fer vaga.

Des de CCOO donem tot el nostre suport a les actuacions que està portant a terme el comitè d'empresa de l'Agència Catalana de Notícies (ACN) i reclamem la immediata readmissió al seu lloc de treball del redactor-documentalista acomiadat.


Oficina de Premsa de CCOO de Catalunya
Barcelona, 19 d'octubre de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

La huelga general y las confusiones de un concepto mal asumido


La huelga general del pasado miércoles 29 de septiembre logró en efecto su objetivo: paralizar la actividad económica del país (el 98% de la industria pesada y la totalidad de los puertos). Esta es la lectura ‘triunfalista’ de quienes la secundaron; la negativa: no hubo un seguimiento ‘masivo’ de ella. Pero los motivos de la lectura del éxito diría que son casi absolutos, y sólo cabe contraponer la falta de personas que la secundaron, lo cual no es poco. Los motivos que para este relativo seguimiento se encuentran son, sin embargo, fácilmente evidenciables: el 46% de la población está tan precariamente empleada que teme perder su puesto de trabajo. Y no es precisamente que no haya habido motivos, como también se ha llegado a decir, para la huelga.

Pero de entre las controversias de la huelga —que son muchas— quisiera centrarme en una: el supuesto «derecho a ir a trabajar», el cual incluye la crítica a las centrales sindicales, que atentan contra el mismo.

El punto de sostenimiento a tal mamarrachada argumentativa es que si existe el derecho a la huelga (y este, por supuesto, es libre) existe el derecho a no acudir a ella. Y aquí es donde radica el punto de confusión. El argumento es tremendamente simple: todo individuo tiene el derecho a trabajar e impedírselo, es atentar contra la libertad individual. He aquí el núcleo de la discusión, que en buena medida lo es semántico. El derecho a la huelga es una herramienta con la que defender el derecho al Trabajo, sustancialmente distinto del derecho a trabajar. Como observa Isaac Rosa, «los antihuelga no defienden la reforma, sino que se centran en atacar a los sindicatos y al derecho de huelga».

La huelga es un instrumento colectivo de defensa del Trabajo, que es además un derecho conquistado en el tiempo. Quienes reivindican individualmente su potestad para trabajar están saltando sobre este derecho. Tanto es así, que en torno a esto basó sus argumentos el presidente de la patronal: «Ningún empresario ha intimidado a sus trabajadores. Lo que queremos es que haya libertad para que quien quiera trabajar, pueda trabajar» (Díaz Ferrán, presidente de la CEOE). Los piquetes, esa forma colectiva de forzar la mayor efectividad posible en el éxito de la negociación, si bien son un instrumento coercitivo, no son el único ni mucho menos el más represivo. Un dato a tener en cuenta: todo trabajador que no haya podido acudir a su trabajo por causa de un piquete, no puede ser sancionado en modo alguno, tampoco en su salario. Esto es tanto como decir que quienes los protagonizan son los más susceptibles a ser sancionados y, por ello, son trabajadores plenamente conscientes. Sin embargo, muy al contrario, son frecuentemente tildados de vagos y violentos. Esta es una falacia hasta la saciedad repetida por aquellos que asumen el discurso hegemónico —que lo es ideológico— no reconociendo la coerción por parte de quien hoy posee la legitimidad fáctica para ejercerla: el empresario. Pero ¿acaso no es infinitamente más violenta la amenaza velada de despido? Y es que, como decía Kenneth Galbraith, «para manipular eficazmente a la gente, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula».

En el borrador de la ‘Constitución’ Europea (en realidad una Carta otorgada, al no haber sido democráticamente elegido el comité redactor) que luego se nos impuso como ‘Tratado’ (de Lisboa), modificaba el derecho ciudadano al Trabajo por el derecho a trabajar. El que este se presente como ‘Derecho’ no lo convierte en democrático, como ha demostrado la imposición del mismo. Visto de este modo, aun compartiéndola, la opinión de Almudena Grandes se hace un tanto presentista: «Porque Occidente ya ha recordado que esclavizando a la gente se gana mucho más dinero. Porque detrás de los recortes de derechos laborales, vendrán los de derechos civiles». En realidad, los recortes laborales no están precediendo a los civiles, ambos vienen sucediéndose de forma más o menos acompasada desde hace ya varias décadas. La política laboral que Occidente lleva poniendo en práctica desde los años setenta es esencialmente antidemocrática. Todo depende, claro, de qué leamos por ‘democracia’ y cuántos derechos y deberes le atribuyamos o limitemos.

Proclamaba Marx en su célebre “Crítica del Programa de Gotha” (que definía el trabajo como «la fuente de toda riqueza y de toda cultura») que todo aquél que no posea otra propiedad aparte de su fuerza de trabajo «está forzado a ser esclavo de otros hombres, de aquellos que se han convertido en propietarios». Resulta enormemente interesante lo que uno de los mejores críticos teóricos y literarios del siglo XX advirtió acerca de esta vulgarización del concepto ‘trabajo’:

«Esta concepción del marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene demasiado en la cuestión acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo» (W. Benjamin, “Sobre el concepto de Historia”, tesis XI)

No voy a decir que estamos llegando, nuevamente y por vía no violenta, al fascismo; no, aunque tampoco Benjamin lo afirma. El punto de interés es la lectura regresiva de la idea de democracia que se está imponiendo. En nuestros sistemas de corte ‘Occidentalista’, el individuo goza de todas las libertades individuales que pueda aspirar y necesite (libertad de expresión, circulación y opinión, esencialmente). Su consenso se sustenta, precisamente, sobre estos pilares cada vez más limados, al tiempo que pone a nuestra disposición lo que uno de los mayores capitalistas de la historia entendía por progreso: aquel que «pone la tecnología al alcance de todos» (Henry Ford), esto es, el consumo.

El fascismo era antidemocrático por muchos motivos, entre los que destacan el de partido único y de ‘nación excluyente’, esto es, limitador de la ciudadanía. En Europa estamos asistiendo a la imposición de límites similares a nuestros derechos ciudadanos, en la circulación (expulsión de gitanos, leyes durísimas de inmigración que atentan contra los DDHH), libertad de expresión (permitida y aceptada, pero que se limita y hasta reprime, dentro de un fortísimo control de la misma) y límites cada vez más estrechos en lo que a capacidad representativa poseemos. Pero el fascismo orquestó su sistema de relaciones laborales bajo el taylorismo.

No queremos insinuar, mucho menos, que estemos volviendo al fascismo, y si bien estamos lejos —aún—, el marco de las relaciones laborales resulta cada vez más similar, es cada vez más taylorista, es cada vez más corporativo. Este sistema de orquestación ‘armoniosa’ (verticalmente estructurada y, por ende, represora) de las relaciones laborales fue diseñado en los EEUU a finales del siglo XIX e implementado durante los primeros del XX, y descansaba en la exclusión de la negociación de la base del sistema productivo: los trabajadores. Ello es tanto como decir antidemocráticas, pero puntualizando que, en aquel entonces, este concepto no existía en la fábrica.

Las luchas de los trabajadores en el siglo XX y el fin de los fascismos con el consiguiente aumento de la fuerza y representación de los partidos de izquierda en Europa, volvió a dar capacidad negociadora al trabajador al tiempo que se mermaba la del empresario. El fenómeno hoy es netamente inverso, regresivo. La derecha —suena a tópico— sabe bien lo que ha de ser, y se mostró unánime. Lejos de ser paradójico, en lugar de aprovechar su gran oportunidad para cargar contra el gobierno, atacó a los convocantes a fin de no respaldar sus reivindicaciones. Lo más sangrante del caso es escuchar como muchos trabajadores repiten a bombo y platillo aquello de «es lo que hay», volviéndose las víctimas en ejecutores de la represión. Olvidan o no quieren recordar que no siempre fue así.

El efectivo acto de soportar una situación dada (circunstancial) ha pasado a convertirse en el acto heroico del realista, una especie de estoicismo desdibujado que transforma el apático y cobarde acto de la resignación en un valor y deber que los individuos han de tener en sociedad. Muchos lo han denominado «arrimar el hombro» y tiene tanto éxito que hasta los damnificados lo acatan gustosos, manteniendo el dominio del mejor modo posible: alabando al verdugo. Y esto no es sumisión, es asunción, ya que, como decía Goethe, «nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo».

«Ave, caesar, morituri te salutant»

miércoles, 29 de septiembre de 2010

"Razones para una huelga"


En mayo del 68, un grafiti en una calle de París recogía un antiguo proverbio oriental: “Cuando el sabio señala la Luna, el ingenuo mira el dedo”. Los jefes de Estado y de Gobierno en el último Consejo Europeo han hecho de ingenuos discutiendo si la comisaria de Justicia había estado más o menos acertada y olvidándose del verdadero problema: la postura racista del Gobierno francés. Ante la huelga, parece que todos nos hemos convertido en ingenuos; mirando el dedo, nos enfrascamos en una discusión bizantina acerca de si los sindicatos son mejores o peores o actúan bien o mal, como si la huelga se hiciese a favor o en contra de las organizaciones sindicales. Miramos el dedo y nos olvidamos de la Luna.
La Luna se encuentra en la enorme injusticia que representa el hecho de que terminen soportando el coste de la crisis los que no la han causado y tampoco se han beneficiado de los años de bonanza. Hay que mirar a un Gobierno que ha estado presto en confesar el credo marxista, pero el de los hermanos Marx –“Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”– y a defender estos otros –abaratamiento del despido, flexibilidad laboral, reforma (léase, reducción) de las pensiones– se ha dedicado con el mismo entusiasmo que había defendido los contrarios.
La razón de la huelga se localiza en una clase empresarial que se apodera de las ganancias en los momentos de prosperidad; pero huye de cualquier riesgo y se niega a soportar los costes en las épocas de crisis; que no busca ser competitiva mediante el incremento de la productividad, sino reduciendo más y más los costes laborales y los impuestos; que primero pide que se le permita la contratación temporal, para más tarde aducir la dualidad del mercado con el fin de convertir todos los contratos en precarios.
Los motivos de la huelga se hallan en la política económica aplicada, primero, por los Gobiernos de Aznar y, más tarde, por los de Zapatero, que han convertido el sistema fiscal español en el más regresivo de Europa y han permitido que las entidades financieras engañasen a los clientes y creasen la burbuja inmobiliaria. Hay que señalar a la Unión Monetaria que, asentada en los principios del neoliberalismo económico, hace imposible el Estado social e incluso la democracia, y hay que apuntar a lo que llaman globalización, que únicamente es la supremacía del capital sobre el poder político. Dejemos de mirar el dedo y fijémonos en la Luna.

Por Juan Francisco Martín Seco (Público, 25/09/10)

martes, 28 de septiembre de 2010

"Si no vienes mañana"

“Ningún empresario ha intimidado a sus trabajadores. Lo que queremos es que haya libertad para que quien quiera trabajar, pueda trabajar.” -Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE-


Parece que en algunas empresas el lema para la huelga no es el “Yo voy” de los sindicatos, ni el “No vayas, que será un fracaso” del piquete mediático. Hay empresarios que han creado un lema propio, que repiten a sus empleados estos días: “Si no vienes el 29, tampoco vengas el 30”. Algunos se contienen las ganas de hacer pegatinas con la consigna; otros, más discretos, se dedican a preguntar quién va a hacer huelga, “por nada, sólo por saberlo para organizarnos…” Y los más sofisticados ni tienen que decirlo, pues sus trabajadores ya les leen el pensamiento.

Parafraseando ese lema que extiende el desánimo y el miedo, podríamos formular otro para mañana: “Si no vienes el 29 (a la huelga), no esperes más huelgas”. Porque sumarse puede tener un coste a corto plazo: un día de sueldo, represalias, no ser renovado. Pero no hacerla puede tener un precio mayor a largo plazo: un golpe a la capacidad de organización y de lucha de los trabajadores, como intentan algunos.

La huelga es contra la reforma laboral, sí. Pero fíjense que los antihuelga no defienden la reforma, sino que se centran en atacar a los sindicatos y al derecho de huelga. Y es que, tras aprovechar la crisis para comerse derechos sociales, algunos ven la ocasión para cobrarse otra pieza apetecida: los sindicatos.

Sé que hay muchos descontentos con los sindicatos mayoritarios. Pero ahora no toca atacarlos ni defenderlos, sino pelear contra los recortes, los ya aprobados y los venideros, y pelear por las posibilidades futuras de acción colectiva, entre ellas la huelga. Porque no nos engañemos: la criminalización de CCOO y UGT no busca una renovación sindical, ni unas organizaciones más combativas, sino todo lo contrario: el modelo que nos proponen es el cuerpo a cuerpo entre trabajador y empresario, sin molestos intermediarios.

La huelga la convocan los sindicatos, pero la hacemos los trabajadores. La de mañana la secunda todo tipo de organizaciones sociales y vecinales, así como otros sindicatos. Son tantos los que apoyan, y tantos los motivos que dan, que cada uno puede elegir por qué y con quién hace huelga. Yo voy.

Por Isaac Rosa, Público (28/09/10)

lunes, 27 de septiembre de 2010

70 años sin Walter Benjamin


XI

El conformismo, que desde el principio se encontró a gusto en la socialdemocracia, no afecta sólo a sus tácticas políticas, sino también a sus ideas económicas. Esta es una de las razones de su colapso ulterior. No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente. E1 desarrollo técnico era para ella el declive de la corriente con la que creía estar nadando. De allí no había más que un paso a la ilusión de que el trabajo en las fábricas, que sería propio de la marcha del progreso técnico, constituye de por sí una acción política. Bajo una figura secularizada, la antigua moral protestante del trabajo celebraba su resurrección entre los obreros alemanes. El programa de Gotha muestra ya señales de esta confusión. Define al trabajo como “la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. Presintiendo algo malo, Marx respondió que el hombre que no posee otra propiedad aparte de su fuerza de trabajo “está forzado a ser esclavo de otros hombres, de aquellos que se han convertido... en propietarios”. A pesar de ello, la confusión continúa difundiéndose y poco después Josef Dietzgen proclama: “Trabajo es el nombre del mesías del tiempo nuevo. En el... mejoramiento... del trabajo... estriba la riqueza, que podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr.” Esta concepción del marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene demasiado en la cuestión acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo. Entre ellos se encuentra un concepto de naturaleza que se aleja con aciagos presagios del que tenían las utopías socialistas anteriores a la revolución de 1848. E1 trabajo, tal como se lo entiende de ahí en adelante, se resuelve en la explotación de la naturaleza, explotación a la que se le contrapone con ingenua satisfacción la explotación del proletariado. Comparados con esta concepción positivista, los fantaseos que tanto material han dado para escarnecer a un Fourier revelan un sentido sorprendentemente sano. Para Fourier, el trabajo social bien ordenado debería tener como consecuencia que cuatro lunas iluminen la noche terrestre, que el hielo se retire de los polos, que el agua del mar no sea más salada y que los animales feroces se pongan al servicio de los hombres. Todo esto habla de un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, es capaz de ayudarle a parir las creaciones que dormitan como posibles en su seno. Al concepto corrupto de trabajo le corresponde como complemento esa naturaleza que, según la expresión de Dietzgen, “está gratis ahí”.

XII
Necesitamos de la historia, pero de otra
manera de como la necesita el ocioso exquisito
en los jardines del saber.
(Nietzsche, Beneficios y perjuicios de la historia para la vida)

El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento «Spartacus», ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia. En el curso de treinta años ha logrado borrar casi por completo el nombre de un Blanqui, cuyo timbre metálico hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase desaprendió lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados. Si hay una generación que debe saberlo, esa es la nuestra: lo que podemos esperar de los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras grandes acciones sino que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos. —La revolución rusa sabía de esto. La consigna “¡Sin gloria para el vencedor, sin compasión con el vencido!” es radical porque expresa una solidaridad que es mayor con los hermanos muertos que con los herederos.


XIII
Puesto que nuestra causa se vuelve más clara
cada día y el pueblo cada día más sabio.
(Wilhelm Dietzgen, La filosofía socialdemócrata)

La teoría socialdemócrata, y aún más su práctica, estuvo determinada por un concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino que poseía una pretensión dogmática. Tal como se pintaba en las cabezas de los socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso de la humanidad misma (y no sólo de sus destrezas y conocimientos). Segundo, era un progreso sin término (en correspondencia con una perfectibilidad infinita de la humanidad). Tercero, pasaba por esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente un curso sea recto o en espiral). Cada uno de estos predicados es controvertible y en cada uno ellos la crítica podría iniciar su trabajo. Pero la crítica —si ha de ser inclemente— debe ir más allá de estos predicados y dirigirse a algo que les sea común a todos ellos. La idea de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar por un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea de progreso en general.


XVIII

En la idea de la sociedad sin clases, Marx secularizó la idea del tiempo mesiánico. Y es bueno que haya sido así. La desgracia empieza cuando la socialdemocracia eleva esta idea a "ideal". E1 ideal fue definido en la doctrina neokantiana como una "tarea infinita". Y esta doctrina fue la filosofía escolar del partido socialdemócrata —de Schmidt y Stadler a Natorp y Vorländer. Una vez definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo, se transformó, por decirlo así, en una antesala, en la cual se podía esperar con más o menos serenidad el advenimiento de la situación revolucionaria. En realidad, no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria —sólo que ésta tiene que ser definida en su singularidad específica, esto es, como la oportunidad de una solución completamente nueva ante una tarea completamente nueva. Al pensador revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de cada instante histórico se le confirma a partir de una situación política dada. Pero se le confirma también, y no en menor medida, por la clave que dota a ese instante del poder para abrir un determinado recinto del pasado, completamente clausurado hasta entonces. E1 ingreso en este recinto coincide estrictamente con la acción política; y es a través de él que ésta, por aniquiladora que sea, se da a conocer como mesiánica. La sociedad sin clases no es la meta final del progreso en la historia, sino su interrupción, tantas veces fallida y por fin llevada a efecto.


B

Es seguro que los adivinos que inquirían al tiempo por los secretos que él guarda dentro de sí no lo experimentaban como homogéneo ni como vacío. Quien tiene esto a la vista puede llegar tal vez a hacerse una idea de la forma en que el pasado era aprehendido en la rememoración, es decir, precisamente como tal. Se sabe que a los judíos les estaba prohibido investigar el futuro. La Thorá y la plegaria los instruyen, en cambio, en la rememoración. Esto los liberaba del encantamiento del futuro, al que sucumben aquellos que buscan información en los adivinos. A pesar de esto, el futuro no se convirtió para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Porque en él cada segundo era la pequeña puerta por la que podía pasar el Mesías.

domingo, 26 de septiembre de 2010

"Los sindicatos llevan razón"

Existe una visión muy generalizada en amplios sectores políticos y mediáticos españoles (incluyendo algunos de izquierdas) que considera que el nivel de integración de las economías de los países en la economía mundial global es tal que la globalización económica es, en realidad, la que determina lo que un país puede hacer o dejar de hacer. En esta visión, los estados deben someterse a los dictámenes de ese orden económico globalizado, hasta el punto de que el sistema democrático dentro de cada país desaparece y se convierte en irrelevante. La última versión de este determinismo globalizador es la respuesta de la Unión Europea y de España al dictamen de los mercados financieros. Se subraya en los mayores medios de información que, en respuesta a las exigencias de estos mercados, no hay otra alternativa que llevar a cabo políticas impopulares (tales como las políticas de austeridad de gasto público y social, y las desreguladoras del mercado de trabajo que faciliten el despido, entre otras) para tranquilizar a los mercados y evitar así que estos penalicen a tales estados, dificultando el pago de la deuda soberana y la obtención de crédito.
Se nos dice que no entender esta realidad y oponerse a estas políticas, tal como hacen los sindicatos en la Unión Europea (también en España) y los partidos a la izquierda de los partidos gobernantes es “estúpido”, tal como afirmaba Fernando Vallespín en su artículo de El País “La huelga zombi” (17-09-10). Este artículo, además de criticar a tales partidos y sindicatos “por demonizar el capitalismo”, señalaba que un indicador de la inevitabilidad de las políticas realizadas por el Gobierno español era la falta de propuestas de políticas públicas alternativas por parte de tales agentes sociales e instrumentos políticos. Decía Vallespín que muchos de ellos no habían hecho propuestas (porque según él no existían) de cómo, por ejemplo, compaginar “el gasto público social con la respuesta necesaria para evitar el pago de excesivos intereses debido a los mercados financieros”. En realidad, tal artículo (tanto en su contenido como en su tono insultante) es representativo de la hostilidad presentada por los cinco rotativos de mayor difusión del país hacia la convocatoria de huelga general y hacia sus convocantes –los sindicatos– y los partidos que apoyan tal convocatoria.
Tal argumento de inevitabilidad es, sin embargo, profundamente erróneo. Su función no es explicar la realidad económica, sino justificar unas políticas públicas, detrás de las cuales están la banca –que causó la crisis financiera– y la gran patronal –que facilitó la aparición de la crisis (ver mi artículo “La causa de la crisis”, Público, 09-09-10)–, así como las instituciones dominadas por el capital financiero (como el Fondo Monetario Internacional) y las derechas europeas (como el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo). En realidad, las políticas que están desarrollando los gobiernos de la eurozona, en respuesta a las presiones de aquellas instituciones, son las mismas políticas que han estado presionando durante muchos años. Quieren utilizar la crisis (que ellos provocaron) para conseguir lo que han deseado siempre. Y utilizan ahora el argumento de los mercados financieros (como antes utilizaron el argumento de la globalización) para subrayar que no hay alternativas a las políticas que ellos proponen.
La realidad, sin embargo, es distinta. Los mercados financieros hablan con muchas voces, y no puede concluirse que lo que están exigiendo sea la reducción del déficit mediante la reducción del gasto público. La agencia Moody’s, por ejemplo, indicó (30-06-10) que el problema de España eran “las débiles perspectivas de crecimiento de su frágil economía” (que la reducción del gasto público acentuará). Los países que están experimentando mayores dificultados (los famosos PIGS, Portugal, Irlanda, Grecia y España) tienen, por cierto, el menor gasto público de la eurozona, y sus políticas fiscales son las más regresivas. Pero, independientemente de lo que dijeran tales agencias, el hecho más importante es que el mismo establishment europeo que está proponiendo estas medidas impopulares tiene en sus manos el poder para imponer su voluntad sobre tales mercados (ver mi artículo “Otras políticas públicas son posibles y necesarias”, 29-07-10 en www.vnavarro.org). No es cierto que los estados deban someterse a los mercados. Los estados y la Unión Europea pueden controlar los mercados. La evidencia de ello es abrumadora. Lo que ocurre es que la enorme influencia política del capital financiero sobre tales estados hace que se sigan aquellas políticas impopulares. Y ahí está la raíz del problema, un problema que es político más que económico: las relaciones de poder dentro de cada Estado.
La Unión Europea que tenemos es la Europa que han ido configurando las derechas con la ayuda del socioliberalismo, que ha construido una Europa a las espaldas de las poblaciones de sus estados miembros, que presenta sus propias propuestas como las únicas posibles. Pero existen alternativas, y también en España. No es cierto que –como Vallespín afirma– los sindicatos y las izquierdas no hayan hecho propuestas alternativas. Para cada política neoliberal existen propuestas alternativas. En lugar de intentar conseguir fondos para el Estado congelando las pensiones y disminuyendo los salarios de los empleados públicos, se ha propuesto revertir las políticas fiscales regresivas que restaron ingresos al Estado. Y en lugar de gastar cantidades ingentes en la banca y en las cajas, se ha propuesto hacer de las cajas bancos públicos, para facilitar el crédito, y así un largo etcétera.
El hecho de que Vallespín parezca desconocer tales propuestas puede deberse a que sólo lee los diarios de mayor difusión donde, en su avalancha hostil en contra de la huelga general, nunca aparecen tales alternativas, como parte de una discriminación antidemocrática contra las izquierdas. Pero ahora, además de ignorarlas, importantes voces del establishment mediático las insultan, llamándolas “estúpidas”. La abundante evidencia existente sobre estas alternativas, sin embargo, hace merecedores de tal calificativo a quienes lo utilizan.

Por Vicenç Navarro (catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University)

Aparecido en Público el 23/09/10

sábado, 25 de septiembre de 2010

"Los palestinos, más solos"


[En 2003] El pueblo palestino pierde a uno de sus mejores valedores: fallece Edward Said, intelectual nacido en Jerusalén, autor de una obra crítica de reconocido prestigio y firme defensor de la causa palestina. Los escritos de Said sobre el orientalismo desmontaron los discursos eurocentristas e islamófobos, y anticiparon la conversión del mundo árabe en escenario de guerras en este comienzo de siglo. Said murió sin ver cumplido su sueño: un Estado para el pueblo palestino y el regreso de los expulsados por Israel. Hoy, cuando se reanudan las negociaciones, se echa de menos su voz crítica.

Aparecido en Público (25/09/10, p.6).