sábado, 28 de abril de 2012

"Ecuador desde afuera"

Un buen documental, muy breve y concreto, sobre la "revolución ciudadana" en Ecuador vista desde afuera de sus fronteras. Muy interesante.



viernes, 27 de abril de 2012

75 años de la muerte de Antonio Gramsci



Definido por un colega y amigo como "marxista intransigente" a propósito -y al tiempo en contraposición- de su 'redescubrimiento' y hasta reivindicación por parte de los no-marxistas como pretendido modelo de heterodoxia y flexibilidad (opuesto a la "rigidez" de Marx), Antonio Gramsci ha sido un referente histórico esencial para el marxismo, y ejemplifica a la vez la riqueza del legado del gran pensador alemán.

Muerto el 27 de abril de 1937 a la edad de 46 años y tras diez de presidio en una cárcel de la Italia mussoliniana, Gramsci es un intelectual absolutamente referencial para la izquierda y hacia el cual siento una especial debilidad y profundo respeto, tanto por sus ideas y la fuerza y dureza con que las plasma, como por lo atinado de sus puntos de interés.

El siguiente es un breve texto suyo que, pienso, ilustra muy bien su personalidad y firmeza de su compromiso político.

Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partisano, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partisano. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.

lunes, 23 de abril de 2012

"Entre el suicidio y la guillotina"

Artículo aparecido en Público el pasado 10 de abril (10/04/2012) y que firma el economista Juan Fco. Martín Seco. Hoy día es algo bien extraño encontrar artículos con esta dirección en las editoriales de los diarios nacionales de gran tirada. Complementa muy adecuadamente la entrada aquí publicada del pasado 2 de abril, más que por la entrada en sí misma (el texto no guardaba, en efecto, relación ni tan solo indirecta), por la dirección (previsible) que tomó alguno de los comentarios que paradójicamente, de modo curioso suscitó.

A pesar de los esfuerzos realizados por la prensa griega para silenciar el suceso, la opinión pública de Europa se ha visto sobrecogida por el suicidio público del farmacéutico griego Dimitris Christoulas, de 77 años de edad, en la plaza Sintagma de Atenas. Este suicidio no es uno más de los muchos que ocurren en Grecia como consecuencia de la crisis. Tiene una importante dimensión política, porque así lo ha querido su autor suicidándose en público frente al Parlamento griego y dejando un escrito que es casi un manifiesto. “Dado que no tengo una edad que me permita responder activamente (aunque sería el primero en seguir a alguien que tomase un kalashnikov), no encuentro otro modo de reaccionar con dignidad que poner un fin decente a mi vida antes de comenzar a rebuscar en la basura para encontrar comida”.

Christoulas, en la nota, hace responsable al Gobierno de Papademos, al que califica de ocupación, de “aniquilar cualquier esperanza de supervivencia” y lanza un grito que pretende ser una profecía: “Creo que los jóvenes sin futuro algún día cogerán las armas y en la plaza Sintagma colgarán a los que traicionaron a la nación lo mismo que los italianos hicieron en 1945 con Mussolini”.  A Papademos le dedica el epíteto de Tsolakoglu, en alusión al que fue primer ministro de Grecia en el Gobierno colaboracionista con los nazis durante la invasión de 1941.

Hace muchos años que los países europeos se han olvidado de las revoluciones a pesar de que su historia está jalonada de ellas, y de que lo que hoy consideramos más propio de la ideología y la cultura europeas hunde sus raíces en la Revolución Francesa. Fue la guillotina la que con todos sus excesos y desórdenes enterró el Antiguo Régimen y sembró el germen de las libertades y de la democracia. Las revoluciones nunca son limpias y suelen seguir la ley del péndulo, pero a menudo han sido elementos necesarios para el progreso y el avance de la historia.

La superación de las revoluciones en Europa fue fruto de un gran pacto entre las fuerzas políticas, económicas y sociales, dando lugar a lo que se ha dado en llamar Estado Social: sometimiento del poder económico al poder político democrático; asunción por el Estado de un fuerte protagonismo en las realidades económicas y en los mercados; un derecho laboral que protege al trabajador frente al puesto preeminente que el empresario disfruta a la hora de establecer las relaciones laborales; un sistema fiscal altamente progresivo que, junto con una extensa red de protección social, pretende corregir aunque sea parcialmente las injusticias y desequilibrios que genera el mercado en la distribución de la renta, etc. Este pacto inscrito en las constituciones europeas ahuyentó las revoluciones como cosa del pasado o bien propias de países tercermundistas o en desarrollo, América Latina, dictaduras en países árabes… Por cierto, que la llamada primavera árabe comenzó también por un suicidio de características muy similares al ocurrido estos días en Atenas.

Hoy podemos afirmar que ese gran pacto, origen del Estado Social, se ha roto y que desde hace años poco a poco se van desmantelando todos sus elementos; hasta el mismo concepto de democracia se nos escurre de las manos. Primero, la libre circulación de capitales y, más tarde, la Unión Monetaria han quitado el poder a los Estados nacionales, ámbitos en los que mejor o peor se asentaba el juego democrático, para otorgárselo a los mercados financieros –eufemismo que designa a los poderes económicos- o bien a las instituciones europeas, políticamente irresponsables y sobre las que los ciudadanos no ejercen ninguna influencia.

Cuando las desigualdades alcanzan proporciones gigantescas, cuando los sueldos y las ganancias de aquellos que imponen los ajustes y la pobreza se sitúan en niveles obscenos, cuando el ciudadano tiene la percepción de que el poder político y el económico se entrelazan en impúdico contubernio, cuando las decisiones vienen dictadas por órganos y personas que nada tienen que ver con los procedimientos democráticos, ¿podemos extrañarnos de que surjan en Grecia posturas como la de Christoulas dispuestas a utilizar el suicidio como acto de protesta? A sus 77 años, según afirma, la única arma que le queda. Es más, ¿podemos sorprendernos incluso de que en algún momento estalle la violencia? Cuando los gobiernos y los sistemas políticos han perdido toda legitimidad democrática y se manifiestan de forma tiránica o como legados de poderes dictatoriales extranjeros las reacciones sociales son impredecibles. La historia nos enseña que de forma imprevista pueden pasar del suicidio a la guillotina.

lunes, 16 de abril de 2012

La pregunta sobre el bien

Da un paso al frente: oímos
que eres un buen hombre.
No pueden comprarte, pero el relámpago
que golpea la casa tampoco
puede ser comprado.
Mantienes la palabra.
Pero ¿qué dijiste?
Eres sincero, das tu opinión.
¿Qué opinión?
Eres valiente.
¿Contra quién?
Eres sabio.
¿Para quién?
No persigues tu beneficio personal.
¿Qué persigues entonces?
Eres un buen amigo.
¿Eres también un buen amigo de la gente buena?

Escúchanos: sabemos
que eres nuestro enemigo. Por ello
te pondremos frente al muro. Pero en consideración
a tus méritos y buenas cualidades
te pondremos frente a un buen muro y te dispararemos
con una bala buena de un arma buena y te enterraremos 
con una pala buena en la buena tierra

La pregunta sobre el bien (Bertolt Brecht)

sábado, 7 de abril de 2012

50 años de las huelgas de 1962 en Asturias


De la mina salgo, amigo,
de la mina, compañero.
Soy minero barrenero.
Van conmigo.
                                     (1934)
Como ayer contigo fui,
hoy contigo también voy;
que no sería quien soy
si no te siguiera a ti.

Mi mano y mi corazón,
¡contigo!, que Asturias grita,
como ayer: ¡Viva el Nalón
y viva la dinamita!
                                     Rafael Alberti
                                     (1963)

El nombre resonó
por los hondones
desiertos
de oscuras galerías.

España atravesó
de parte a parte.
La tierra recorrió
de orilla a orilla.

Asturias:
mar y monte.

Asturias: monte y mina.

Asturias:
no pudieron
-hambre, suplicio, muerte-
ponerte
de rodillas

                                    J. Corrales Egea

lunes, 2 de abril de 2012

De los problemas de la democracia capitalista y su superación


De la transición de la democracia capitalista a la comunista. Habla Lenin:

Antes, la cuestión planteábase así: para conseguir su liberación, el proletariado debe derrocar a la burguesía, conquistar el poder político e instaurar su dictadura revolucionaria.

Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo distinto: la transición de la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad comunista, es imposible sin un "período político de transición", y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia?

Veíamos que el Manifiesto comunista coloca sencillamente, a la par el uno del otro, dos conceptos: el de la "transformación del proletariado en clase dominante" y el de "la conquista de la democracia". Sobre la base de todo lo arriba expuesto, se puede determinar con más precisión cómo se transforma la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.

En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas. En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que "no están para democracias", "no están para política", y en el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de toda participación en la vida político-social.

(...)

Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos: he ahí el democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes, hasta en los "pequeños", en los aparentemente pequeños, detalles del derecho de sufragio (requisito de residencia, exclusión de la mujer, etc.), en la técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos reales que se oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para los "de abajo"!), en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc., etc., en todas partes veremos restricción tras restricción puesta al democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas para los pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero en conjunto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de su participación activa en la democracia.

Marx puso de relieve magníficamente esta esencia de la democracia capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años ¡qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el parlamento!

Pero, partiendo de esta democracia capitalista -inevitablemente estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita y mentirosa- el desarrollo progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo "hacia una democracia cada vez mayor", como quieren hacernos creer los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas.

Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a la simple ampliación del democratismo, que por vez primera se convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia no hay libertad ni hay democracia.

V. I. Lenin, 
"La transición del capitalismo al comunismo"
(El Estado y la Revolución)