lunes, 17 de noviembre de 2008

Reflexiones sobre la Iniciativa de Bilbao

A fines del pasado mes de octubre, tuvo lugar en Bilbao —como hice notar en este blog a través de una reseña en el margen— un encuentro de múltiples ONG’s que, mediante dos intensos días de charlas —prácticamente de 9 de la mañana a 8 de la noche sin apenas tiempo para la comida— que tenían un objetivo claro: hallar soluciones viables al problema y la causa palestina.

El trabajo empleado y los medios usados fueron desde luego dignos de auténtico reconocimiento. Soy muy consciente del esfuerzo que supone organizar un congreso, jornadas o encuentro; además de dinero, se requiere del trabajo y la dedicación de mucha gente, plenamente volcada en la realización de esta labor. Además de esto, las organizaciones participantes, hay que decir, hicieron un colosal esfuerzo para poder traer gente de Johannesburgo como el profesor Salim Vally, Norman Finkelstein o Susan Akram, y mucha otra gente que me hizo valorar aún más si cabe el esfuerzo hecho por Paz con Dignidad en la visita que tuve la gran suerte de poder realizar a mitad del mes de octubre, pues asistieron como conferenciantes destacados gente como Omar Barghouty, Adri Neuwhoff o Sara Francis, a quienes tuve la suerte de poder conocer y oír hablar en Palestina.

Pero a lo que quería ir. La tarde entera del segundo y último día fue dedicada a la búsqueda de soluciones. Pese a todos los halagos que pueda decir de la Iniciativa de Bilbao, esta última sesión me hizo recordar el porqué yo nunca podré trabajar para una ONG. La abnegación, dedicación y voluntad de los organizadores y toda la gente que trabaja por y para Palestina es absolutamente admirable; no sólo eso, puesto que el sacrificio se lleva con no poca satisfacción, ciertamente despertaban en uno una sana envidia por el tan alto objetivo por el que toda esta gente trabaja.

El problema que yo vi —y de ahí el que yo milite en un partido político— es el modo de trabajo pero sobre todo el objetivo y las vías para alcanzarlo. Pese a toda la voluntad —a mi modo de ver y entender— los logros podrán medirse en el largo plazo en poco más que eso. No pretende ser esto una crítica gratuita, sino un intento de análisis de confrontación de distintas formas de trabajo, de método; y yo expongo el mío.

Considero un error no ya organizativo sino de proyección el no haber presente ningún representante sindical y político. No sé si éstos fueron invitados a asistir en calidad de observadores pero el caso simplemente es que no había. Esto es básico en mi modo de entender las formas de resistencia y de lucha de las que allí pretendían extraerse valiosas lecciones.

Entre las propuestas figuró como palabra estrella el llevar a cabo “acciones”; sin adjetivación alguna. No se habló de acción política o de unidad de acción, no, se habló de acciones. Una que salió casi espontáneamente fue la de boicotear la empresa de autobús —israelí— que vergonzosamente tiene concedida por parte del ayuntamiento bilbaíno el transporte de personas al aeropuerto. La idea era la de, la mañana del sábado, impedir la llegada del transporte a su destino mediante una pequeña protesta.

Aquí se dio, en el momento de proponer dicha acción, una situación del todo esperpéntica: todos parecieron estar a favor pero entonces un hombre —inglés de procedencia— comentó que no sería deseable ganar la animadversión de los viajeros, por lo que propuso dar 100 € de su bolsillo para una especie de caja de resistencia a los pasajeros para poder pagarles un taxi que felizmente les dejase en el aeropuerto…

En definitiva mi desencanto proviene de este hecho ilustrativo de lo que eran un poco las propuestas que se planteaban. Esto es, que no iban más allá del hecho puntual. Si se quiere protestar contra esta empresa pues claro que se puede boicotear el autobús, pero llenándolo de pegatinas, carteles, protestando ante las oficinas de la empresa, ante el ayuntamiento, con cartas de queja al municipio y a la prensa… y así un largo etcétera hasta lograr hacer presión sobre empresa y especialmente municipio por medio de la movilización social que, si es constante, acabará teniendo influencia mediática.

Yo no tengo un recetario de cómo pueden hacerse las cosas para que realmente funcionen y pueda hallarse una solución al problema palestino, creo que nadie tenga la panacea para lograrlo ipso facto, pero sí que pueden hacerse cosas útiles en el medio–largo plazo. Esto sí que lo apuntó alguno de los asistentes y parece que todos por asentimiento coinciden con ello: la presión sobre la opinión pública. El cómo lograrlo es una de esas cosas de las que he sacado alguna lección de Bilbao y en las que no coincido.

Los medios no van a dar una cobertura ni medio correcta de lo que allí en Palestina ocurre, pues sería ir contra la línea política no ya sólo gubernamental sino europea y, más extensamente, del mundo occidental. Los medios además —los mal llamados medios libres— obedecen a grandes empresas de comunicación cuya forma de lograr beneficios es por medio de, por un lado, la venta de noticias y, por otro y más importante, mediante la publicidad y las donaciones. Así pues, ¿puede alguien pensar que un medio occidental podrá algún día apoyar las reivindicaciones del pueblo palestino fuera del discurso falseado y demagógico de occidente, enfrentado supuestamente al mundo árabe —por motivos geoestratégicos principalmente— y con acuerdos económicos prioritarios —relacionados con la industria armamentística esencialmente— con el Estado de Israel? Ello hace pensar que no, que los medios directamente no darán respiro, cuartel o simplemente justicia y rigor a la situación palestina porque, sin más, priman otras cosas más mundanas y bastante menos humanas.

Esto no quiere igualmente decir que no puedan informar y tomar partido de modo indirecto. Y me explico. Todos recordaréis las movilizaciones contra la guerra de Irak de hace unos años. Había millones de manifestantes en toda España, se hubiera querido o no —caso de los informativos de Televisión Española que entonces dirigía el lamentable Urdaci—, no hubo forma de ocultar la realidad e informar sobre lo que entonces estaba pasando. Esta presión vino en sentido sociedad–medios y no medios–sociedad como acostumbra a pasar. El modo de incidir en la opinión pública fue entonces presionando participativa e indirectamente a los medios. Esto, que es tangible, enseña una lección importante.

Si hay una movilización social significativa —no hace falta que sea tan masiva como aquella— los medios habrán de informar sobre ella, no podrá eludirse y, una vez comience a ser noticia, comenzará a trascender a la opinión pública y a incrementar la masa de la movilización. Si logra ser significativa, la forma de presionar al gobierno será plausible. La socialdemocracia es sensible, como también lo son algunos sectores de partidos liberales, a simpatizar e incluso apoyar causas como la del pueblo palestino. Ahora bien, igual que ocurrió con la guerra de Irak, éstos nunca tomarán parte activa a menos claro que suceda el fenómeno antes descrito.

Ahora bien, el modo de lograr esta incidencia indirecta es logrando presencia social, la cual es prácticamente imposible que se logre fuera del espectro de la política y sus instituciones, esto es, los sindicatos y los partidos políticos. Si logra montarse algo como esta Iniciativa de Bilbao entre todo un variopinto espectro de organizaciones no gubernamentales, ¿porqué no puede tratar de buscarse la unidad de acción entre éstas y los anteriores?

Y después de todo lo dicho he aquí el porqué he acabado por ver un tanto estéril e inoperante la Iniciativa: por mucho afán que pongan, por mucho trabajo que hagan, sus acciones siempre serán eso mismo, acciones sin adjetivar, ni políticas ni de unidad y este es el motivo que atrae a tanta gente a este tipo de organizaciones pero es a su vez su limitación más esencial y que les impedirá poder hacer un programa orientado al medio–largo plazo, porque lo que debían haber debatido el último día no era sólo un manifiesto como se hizo —todo un logro el haber desarrollado uno unitario— o el compromiso de mantener reuniones regulares cada seis meses —otro gran y significativo progreso—, sino el haber acordado la elaboración de un programa de acción política unitaria, cosa que faltó.

Quizás sea excesivamente pesimista, pero creo que por la filosofía misma que envuelve la organización de las ONG’s, esto se les escapa, pues entra dentro de otro espacio, el de la política, algo para lo que éstas no fueron concebidas —o precisamente contra lo que fueron concebidas— y que realmente les impide llegar a ese estadio superior de la organización. Pienso que en Bilbao buscaban llegar a alcanzar algo similar, pero creo igualmente que les será, al menos con tales planteamientos, sencillamente imposible alcanzarlo jamás.

En esto, como en otras tantas cosas que conciernen a la voluntad superior de cambiar el mundo, lo que se precisa y ha de buscarse no son acciones directas sin excesiva meditación previa, sino la unidad de la izquierda.