domingo, 28 de febrero de 2010

L'educació: un dret vulnertat a Palestina



Els dies 4 i 5 de març la CUNCAP organitza les jornades “L’educació: un dret vulnerat a Palestina”. Aquí us podeu descarregar el programa.

Los días 4 y 5 de marzo la CUNCAP organiza las jornadas “La educación: un derecho vulnerado en Palestina”. Aquí os podéis descargar el programa.

On 4 and 5 March, the CUNCAP organizes the conference “Education: a violated right in Palestine” Here you can download the program.

Barcelona acoge la semana próxima la primera sesión del Tribunal Rusell sobre Palestina


Israel, UE


El Tribunal Rusell analizará en Barcelona la “complicidad” de occidente en el conflicto palestino


El tribunal juzgará en Barcelona la responsabilidad de la UE en Palestina

Yo condeno la muerte de Zapata, no al régimen cubano

No había hecho una entrada al respecto en parte por falta de tiempo y en parte por falta de información. Apenas he visitado la prensa española y como es, en términos absolutos, parcialista, no he querido basarme en ella para escribir.

Los que hablan de Guantánamo como excusa o justificación, creo que se salen un poco de los márgenes, además de forma muy negativa para lo que pretenden argumentar. Guantánamo no entra aquí, en este espacio de discusión, y me parece que son bastante infelices las declaraciones de Raúl Castro cuando le preguntaron por Zapata y terminó su respuesta por Guantánamo. Lo de ésta sobrepasa, ilimitadamente, lo de cualquier cárcel del mundo. Ahora sale Público con un artículo en el que hablan de las nefastas condiciones de los presos en Cuba. Yo no he visitado ninguna cárcel cubana, pero no están ni mucho menos y no siendo muy numerosas ni de grandes dimensiones, abarrotadas como sí lo están, por ejemplo, las norteamericanas, mexicanas o de casi todos los países del mismo continente y el mundo por razones de desigualdad social muy obvias. Pero esto es otra cosa.

Ahora bien, que un preso se muera de hambre por ponerse en huelga y se le haga pasar por "preso político" (categoría que ignoro si tenía, pero las autoridades aseguran que era preso "común"), es algo muy de lamentar, primero para él y su familia y luego para la propia isla.

El artículo de Isaac Rosa me parece crítico. Y la crítica debiera poderse discernir entre la constructiva y la que no lo es. Ésta última es la que puede verse en la práctica totalidad de medios españoles y capitalistas; el artículo de Rosa es en mi opinión de la naturaleza de la primera.

Me parece no tan lamentable (que por supuesto también) como pernicioso saltar defensivamente hasta ponerse en una posición ofensiva ante este tipo de hechos que no tienen ya defensa posible. A mí no sólo me molestan sino que me parecen condenables las declaraciones de personajes de la vida pública y los medios españoles condenando esta muerte cuando apenas unos años atrás, diré que hasta esperaban ansiosos la muerte de un cierto etarra por idéntica huelga.

Para mí, todas las manifestaciones que se han sucedido en medios y blogs condenando este hecho me parecen de simple oportunismo en la segunda acepción que da la RAE. Porque un tipo se muera de hambre por iniciar una huelga no da demasiadas significaciones de ser el régimen que lo había encarcelado una dictadura. Las cárceles estadounidenses no se ponen como ejemplo para hablar de ningún aspecto relativo a la naturaleza del régimen político que las acoge. No quiero ser yo el oportunista; me voy al extremo: Sudáfrica encarceló a Mandela por actividades políticas durante 27 años; nadie tildaba el régimen de este país siquiera de totalitario.

De acuerdo con que si el tal Zapata no era un preso político no se le puede comparar con un etarra, pero si para alguien aquí en España tenía dicha consideración, debiera poner en comparación, pues, la situación de unos con los otros. El régimen cubano dice que no era un preso "político", si alguien más está con ello de acuerdo pues que deje de compararlo.

Me parece, por tanto, un hecho lamentable y perfectamente condenable, pero que poco puede tener que ver con el campo de lo político y, una vez más, me parecen un insulto a la inteligencia contraponer este tipo de noticia como la "prueba definitiva" de que Cuba es una dictadura. Por varias cosas les puede parecer a unos, y por otras o las mismas incluso, a otros no; otro tanto podría decirse de cualquier sistema de democracia occidental. No pretendo ser relativista.

La muerte de Zapata es condenable, y así debiera ser manifestado por IU y el resto de organizaciones que apoyen a Cuba. De ahí a jugar la batalla dialéctica en el campo y con las normas de los que condenan todo el sistema cubano, hay un trecho gigantesco, en el que muchos pueden caer si quieren y de hecho así ha sido. No son cosas indisociables, como algunos querrán ver, la muerte de este preso con el hecho de ser Cuba una dictadura. Si hubieran muerto Aminatu Haidar o el cierto etarra (no estoy comparando ambos, por si a alguno se le pasa por la cabeza) por huelga de hambre, creo que a pocos se les hubiera ocurrido catalogar a España de régimen siquiera represivo.

Yo no quise poner una entrada al respecto, no por esconderme de nada, pues puse el artículo de Isaac Rosa, sino por no entrar en este tramposo juego en el que solemos caer desde la izquierda. Esta entrada responde a los comentarios, habidos o por haber.

sábado, 27 de febrero de 2010

"Así no se apoya a Cuba"

Pensaba opinar sobre la muerte de Orlando Zapata en Cuba, pero al intentarlo me encuentro al otro lado de la línea una centralita automática: “Si opina que Zapata es un héroe de la democracia torturado por la tiranía castrista, pulse uno. Si opina que Zapata es un títere de la gusanera de Miami, pulse dos.” ¿No hay más opciones?

La muerte de Orlando Zapata es una mala noticia. Lo es, por supuesto, para los suyos. Pero también para el gobierno cubano, que enfrenta nuevas formas de disidencia: a los blogueros pueden unirse los huelguistas de hambre, un tipo de lucha de gran fuerza propagandística. Pero no es el huelguista quien más daño hace hoy a la causa cubana. La herida la agravan aquellos defensores de la revolución que difunden por Internet argumentarios retorcidos para justificar lo sucedido.

Así, la insistencia en presentar a Zapata como un delincuente común o un tonto útil (o ambas cosas); la deslegitimación e incluso ridiculización de su protesta; la búsqueda de paralelismos cogidos por los pelos (la comparación con los presos vascos por parte de quienes suelen rechazar el encarcelamiento de batasunos); la denuncia de la menor atención a la represión en otros países (con lo que se acaba admitiendo el carácter político de los presos cubanos); o la mención a Guantánamo, son argumentos torpes e inoportunos, que no rebaten sino más bien refuerzan la campaña mediática contra Cuba, y además extienden las dudas y el desánimo entre los afines.

Si Cuba ha demostrado fortaleza para resistir cincuenta años contra injerencias, ataques, bloqueos y crisis, debería ser también fuerte para admitir la discrepancia, tanto dentro como fuera de la isla, sin que la primera sea causa de castigo y la segunda de escarnio. Las adhesiones inquebrantables, el “o conmigo o contra mí”, la falta de espacio para la discusión, ni amplían ni refuerzan el apoyo a Cuba. Más bien lo debilitan, lo vuelven vulnerable ante la presión poderosa de quienes buscan tumbar la revolución, y hacen que sean más los que duden al pulsar la tecla.

Fuente: Público

domingo, 7 de febrero de 2010

Las paradojas en las democracias capitalistas

El interesante artículo de Noam Chomsky aparecido en The New York Times Syndicate y difundido hoy por Público, resulta sugerente por la enorme trascendencia del hecho que aborda, pero, como suele ser habitual en este escritor, no resulta ser una elaboración teórica compleja sino, por el contrario, un desglose, una deconstrucción, de un acontecimiento transversal y de notable relevancia.

La noticia que aborda no es nueva, como tampoco lo es su temática para este autor, muy preocupado siempre por la pérdida de la soberanía popular en la toma de decisiones de los Estados. Sin embargo, algo apenas tratado por los medios fuera de los EEUU como es la decisión de la tan venerada Corte Suprema de prohibir las cortapisas hasta ahora fijadas en la financiación, por parte de las grandes corporaciones, de las campañas electorales, es de esperar que haya sido por una buena razón, y supongo que se deba a la necesidad de que no se perciba a tan ilustre aliado como la antesala de la desregulación y desarme del Estado que está siendo.

La noticia, como digo apenas abordada fuera de los EEUU, es muy grave. El desgarro entre la base de la que emana el poder y el ejercicio del mismo, es preocupante. Con seguridad más que nunca desde el final de la Segunda Guerra Mundial, como se prueba ya casi a diario.

Y es grave por algo muy evidente que no creo que haga falta decir, pero puestos a dar apunte, poco más elocuente y directo se puede ser que el propio The New York Times cuando afirma que el fallo “golpea el corazón mismo de la democracia [al facilitar] el camino para que las corporaciones empleen sus vastos tesoros para inundar las elecciones e intimidar a los funcionarios elegidos para que obedezcan sus dictados”. La trayectoria de esto venía ya de muy atrás, como apunta muy bien el propio Chomsky, concretamente de 1886 cuando, también la Corte Suprema, dictaminó que las corporaciones podían tener los mismos derechos que los individuos. El problema es que en los últimos años hemos visto acelerarse enormemente esta tendencia, quizás por la pérdida, por muchos celebrada, también o sobre todo desde el dilatado campo de las izquierdas, de las alternativas políticas al sistema capitalista. En mi opinión la relación es directa.

Pero esta lamentable decisión de carácter legal lo que resulta ser es una implementación de una tendencia bien marcada que no es, ni mucho menos ajena al resto de las democracias de corte occidental. Consideradas por el pensamiento hegemónico como una vestal de las libertades individuales —única forma según el discurso oficial de garantizar la libertad y el bienestar colectivo—, nuestros sistemas políticos adolecen no sólo de falta de participación (que es hipócritamente lamentada por medios y gobiernos) sino ya de legitimidad, en tanto que debe ser el pueblo el que la otorgue, pues es de él que emana el Poder.

La teoría no es mala en absoluto, y es de ella por medio de sus imperfecciones, que fueron desarrolladas las teorías alternativas de organización de la vida pública y el Estado, tales como las socialistas. Erróneamente tratadas como totalitarias, las democracias capitalistas han conseguido absorber primero la propuesta socialdemócrata hasta conseguir transformarla en social-liberal, y luego anular las alternativas, principalmente la que de más fuerza y vigor gozó en el pasado siglo XX: la comunista.

Así, en pleno gobierno socialista, en España, ante ­—o mejor dicho, bajo— el condicionamiento discursivo de la crisis económica, se han visto implementadas toda una serie de reformas que paradójicamente resultan ser estructurales. Ello es intrínseca y necesariamente contradictorio con los hechos que estamos viviendo: combatir una situación que se supone y presenta como momentánea, con medidas destinadas a perdurar más allá de dicho acontecimiento. ¿Por qué no tomar únicamente medidas temporales? Tal paradoja es, en efecto, profundamente contradictoria y difícilmente puede ser salvada. La reforma de las pensiones es el último ejemplo de esto que estamos diciendo. Presentándolas como hecho técnico e inevitable, puede fácilmente demostrarse que se trata de una acción política falaz y oportunista. Algo parecido ocurre con lo que nos han dicho toda nuestra vida, que las cosas “cuestan lo que tienen que costar”, ni más ni menos. Y ello, por ser falso, supone uno de los mayores atentados posibles a la soberanía popular, origen primero y último de la legitimidad del Poder.

Y dicha legitimidad resulta ser curiosa, porque pese a ser el principal argumento de quienes gobiernan —medios inclusive—, son muchos los que reconocen el discurso como “muy bonito”, pero la realidad es otra y el mundo funciona “de otra forma”. No nos queda sino que aceptarlo y amoldarnos. En caso contrario, estaremos siendo utópicos, ilusos e incluso infantiles e inocentes individuos. He aquí la fortaleza sobre la que se asienta el sistema: haber convertido lo lógico y lo legítimo —el proyecto de izquierdas en última instancia— en anecdótico.

La des-ligazón de lo político sobre lo económico se enmarca en esta misma esfera, y es la socavación primera de la soberanía. Pero esta batalla, pese a haber sido librada, nunca tuvo visos de poder ser vencida. El ejemplo histórico quizás más claro puede que sea la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. Dicha declaración no fue firmada por la Unión Soviética, so pretexto precisamente de no contemplar la noción de “derechos económicos”, descargándose el texto sobre los estrictamente políticos, por lo que pedía la incorporación de aquéllos. Por supuesto, la URSS no podía firmar una declaración descargada sobre tales principios, como tampoco los EEUU (y con ellos las democracias occidentales) podían hacerlo sobre la incorporación al texto de la propuesta soviética. Es significativa la sacralización —hipócrita— de la carta de los DDHH (que no se cumplen ni de lejos en ningún país, tampoco en occidente), en tanto que nunca es referida la necesidad de los derechos económicos.

Cómo si no podría permitirse o ser visto como perfectamente legítimo (hasta el extremo de no ser ni tan siquiera un debate) que el hombre más rico de Chile pueda presentarse a unas elecciones que, tras ganarlas, su inmediata, inevitable y podríamos decir que hasta deseada consecuencia, haya sido el sensible incremento de las acciones de sus empresas cotizantes en Bolsa, para regocijo de quienes se verán beneficiados por sus futuras políticas.

Nada tiene esto de extraño si tenemos en cuenta cómo se rige la desprestigiada, inútil y estéril ONU, de la que su órgano de decisión depende únicamente de cinco países y no tiene soberanía sobre otros organismos como el BM o la OMC. Por supuesto, podemos escandalizarnos, hasta consternarnos y apiadarnos de desastres como el de Haití, que en cuanto pase un tiempo dejará de ser noticia, como lo fueron en su día los países afectados por el tsunami, Bam después de otro magno terremoto, etc., etc., etc. Pero la realidad es que, en contra de lo dictado por el slogan de la campaña de UNICEF de ayuda al pueblo haitiano ­—“Haití te necesita más que nunca”—, la cruda y triste realidad es que es diametralmente falso. Hoy hay más de 200 mil haitianos menos que pasen necesidades y la mal llamada “reconstrucción” no puede ser tal, pues poco había antes “construido”. No mucho mejor que Haití están lugares como Sudán, Somalia y un larguisísimo etcétera, como tampoco lo estaba la isla caribeña antes del terremoto. La hipocresía de occidente para con este país bajo el trasfondo de la “crisis humanitaria” es repulsivo, pero merece la pena ver opiniones fuera de los discursos oficiales que analizan la catástrofe (aquí y aquí).

En definitiva, a nivel global tenemos lo que en micro existe en nuestras sociedades de un modo mucho menos acentuado y alarmante, pero que se resume en las relaciones que otorga el capitalismo como consecuencia de su lógica de funcionamiento: la pérdida progresiva de democracia y soberanía, sea esta popular o nacional. Bajo el manto discursivo de la crisis económica, los ricos de nuestros países se han hecho enormemente más ricos. Una paradoja o ironía si se prefiere que logra salvarse gracias a la falta de democracia de nuestras sociedades, pues tal tendencia no es un fenómeno nuevo ni accidental, sino simplemente una aceleración consecuencia de una línea bien marcada anteriormente, que con unos niveles mínimos de representatividad, hubiera sido imposible que tal cosa hubiera acontecido. Pero ello no es de extrañar, puesto que paralela, pero muy “paradójicamente”, los países ricos se hacen cada vez más ricos, al tiempo que los pobres, lo son cada vez más pobres.