jueves, 31 de diciembre de 2009

Damnatio memoriae, capitalismo y la RDA



Se acaba el 2009 y con él la efeméride más reseñable de este año: la conmemoración de la caída del Muro de Berlín.

Los artículos dedicados a tamaño acontecimiento han dejado creo yo bastante o mucho que desear y se han limitado a rascar la superficie de un hecho tan sumamente histórico y trascendental que, ergo, había necesariamente de tener una lectura mucho más vasta y compleja tras de sí. De ellos destacaría dos rasgos característicos: su ahistorización —y por ende acrítico y su anticomunismo, en mayores o menores dosis, ello merced en parte a su superficialidad ya aducida. Como referencia, tomo el artículo del periodista Bernard Umbrecht aparecido en Le Monde Diplomatique nº 169 del noviembre pasado, pp.10-11.

Tal y como en él aparece reflejado, Alemania ha tenido con estas conmemoraciones un problema muy notorio, y es que no tiene un solo símbolo unificador positivo. Ello se dejó ver en el concurso organizado por el Parlamento alemán para erigir un monumento que fuera símbolo de “la unidad y la libertad”. De más de quinientas propuestas, ninguna fue aceptada. Tal y como comenta el historiador italiano Enzo Traverso, Alemania “no tiene un mito positivo y que siempre se había definido negativamente. Cuando Alemania se definió positivamente, lo hizo en un espacio supranacional. Esta búsqueda de un posicionamiento identitario que no fuera etno-cultural puede verse en la noción de patriotismo constitucional [según expresión de Jürgen Habermas]” (citado en MD, nº 169). Para Traverso, dicho contraste se deja sentir la obsesión por recuperar el pasado judío alemán y la pretensión por borrar todo vestigio de la extinguida RDA, y añade: “[ello] se expresa visualmente en el corazón de Berlín, en dos espacios: por un lado, el Memorial del Holocausto, enorme, macizo, que indica que Alemania no quiere olvidar el genocidio; por otro lado, el inmenso espacio vacío del antiguo Palacio de la República de la RDA” (Íbidem).

Curioso es, cuanto menos, en medio de toda esa embriaguez conmemorativa abierta en la república germana, la política de la memoria. Al tiempo que desaparecen los símbolos del poder comunista, se restauran otros, como el estadio de los Juegos Olímpicos de 1936 construido por Albert Speer, para el Mundial de fútbol. Del mismo modo, aún quedan en la ciudad (y dicho sea que no tendrían porqué desaparecer) el resto de edificaciones nazis que no fueron afectados por las bombas aliadas. (En este sentido, es de recordar que tales bombardeos corrieron a cargo de EEUU y Gran Bretaña; la URSS, por su parte, no bombardeó ninguna ciudad desde el aire, lo cual no elimina el saqueo cometido por el Ejército Rojo en Berlín). Sin embargo y paralelamente—, se lleva a cabo la demolición de todo lo que pudiere recordar el pasado comunista de Alemania bajo el manto de la justificación, convertida ya en lógica, tanto gubernamental como mediática.

El cineasta alemán Thomas Heise hablaba sobre los sucesos de la noche en que cayó el Muro, con la sombra de la represión de Tiananmen cerniéndose sobre los manifestantes, del siguiente modo: “Ese recuerdo no se quiere. Festejamos la caída del Muro, pero no el hecho de que el pueblo se haya declarado soberano frente a un poder vacante, ni cómo, en consecuencia, no hubo una reunificación sino una anexión, el restablecimiento del orden por la destrucción de las utopías. La República Federal no podía permitirse la existencia de un pueblo soberano en una parte de Alemania; no habría sobrevivido. El Muro se abrió para impedir que la revolución tuviera lugar” (Ibid.). Discutibles o no (que lo son), las palabras de Heise encierran al menos un fragmento que no debiera ser separado de la realidad de aquella noche y que, no obstante, no ha aparecido en medio alguno, lo cual se explica por sí solo.

Lo que sí se ha remarcado hasta la saciedad es la represión comunista en la RDA —y del comunismo en sentido amplio— en torno al año 89. El joven frente al tanque en Tiananmen es ya un símbolo inducido que evoca la protesta contra el totalitarismo comunista. Sin embargo, se ha pintado asépticamente aquella noche como una celebración, el feliz reencuentro del pueblo alemán. Pero esa noche berlinesa vino a significar —y simboliza hoy día, más que la contrarrevolución liderada por Yeltsin— la caída del mayor de los imperios habidos sobre la Tierra. Una caída que dadas sus dimensiones cabría interrogarse acerca de los porqués tanto de su rapidez como de su escaso derramamiento de sangre. Porque los imperios cuando caen, lo hacen traumáticamente, y el soviético bien podría representar un curioso paradigma.

Aquella noche de 9 de noviembre de 1989, las tropas del Pacto de Varsovia esperaban, desde las afueras de Berlín, órdenes para disparar sobre la multitud que se congregaba en torno al Muro. Las directrices que desde el Kremlin se dieron fueron muy distintas a las que habría cabido esperar, ordenando no abrir fuego sobre los manifestantes y dejando así el camino libre a lo que más tarde acontecería. De modo similar ocurriría poco tiempo después en Moscú y, años atrás, en Polonia. Allí, obreros dirigidos por el sindicato Solidarnosk manifestaron su oposición reiterada y regularmente al dominio soviético sobre el país, quebrantando así las bases sobre las que se asentaba el consenso comunista soviético. Los obreros se oponían a la república obrera.

Dadas las consecuencias que ello trajo, estos hechos trascienden ampliamente lo anecdótico. La Unión Soviética cayó, mientras la China comunista, represora en Tiananmen, prevaleció.

Después de caída la URSS, ésta debía ser vista más que nunca ante el espejo y bajo el prisma de Occidente. El comunismo debía ser entendido como monolítico, intrínsecamente antidemocrático, “injustamente” igualitario, represor, fallido, fracasado y muerto por causa natural. Y de aquella fallida experiencia alemana poco o nada ha querido dejarse. Es interesante la opinión de Edgar Most, vicepresidente del Banco del Estado de la RDA y hoy directivo en el Deutsche Bank (y por ello creo poco sospechoso), quien es especialmente crítico con ciertas medidas llevadas a cabo, como la de fijar la tasa de cambio, tras la reunificación, en 1 marco oeste/2 marcos este. Ello “fue una decisión económicamente absurda que arruinó los fundamentos de la economía en esta parte de Alemania” —dice Most—. Además de en lo económico, éste también arguye que se quiso hundir premeditadamente otros de los fundamentos que eran orgullo de la República Democrática: “Todo lo que se creó en la RDA se dejó de lado. La administración pasó a manos del Oeste. (…) Todas las instituciones científicas de la ex RDA, perfectamente capaces de competir con las del Oeste, fueron eliminadas” (Ibid.). Lo cual es lógico si de lo que se trata es de mostrar dicho modelo como erróneo.

Por ello las virtudes mostradas por los regímenes comunistas (que imagino que nadie dude que al menos algunas habría) no pueden ser los defectos del capitalismo. Ni mucho menos éste pretende pulir vicios, pero pasarán por ser necesariamente permisibles si todo lo alternativo es equívoco. He aquí el gran triunfo ideológico del capitalismo, hacer creer que todo lo que se salga de este sistema no puede funcionar (Fin de la Historia) y que toda empresa que se acometa en las democracias capitalistas, hasta las guerras, tienen justificable su razón de ser. Que cualquier medida impopular —la cual bien pudiera evocar las virtudes de la concepción social en los Estados socialistas— debe ser llevada a cabo en pos de los designios de la economía y el mercado, los cuales han exitosamente logrado ser considerados como fines en sí mismo, muy alejados de la noción —no sé si originaria— de que son ellos quienes deben ser herramientas al servicio del ser humano y no a la inversa.

Las recientes celebraciones por la caída del Muro de Berlín encierran tras de sí una doble y perversa lectura: la festiva que le confiere Alemania (con grandes dosis de nacionalismo), el reencuentro de los alemanes; y la dada por Occidente, la del triunfo del capitalismo, erigido en modelo único, válido y verdadero, teleológico. La suerte del pueblo alemán dudo muy mucho que le importe a otras democracias capitalistas que no sean la propia Alemania, máxime si tenemos en cuenta que otros pueblos en la actualidad pasan por una separación física tanto o más dramática que aquella de los berlineses. Quizás la gran diferencia que hoy separa México de EEUU, Marruecos de España, Sáhara de Marruecos o Palestina de Israel y que le haga restar importancia mediático-ideológica sea únicamente que lo que se están separando sean economías (Norte-Sur) pero no sistemas económicos alternativos.

Aunque quizás también puedan tener que ver el etnocentrismo o el racismo. O quizás sea todo un poco.

domingo, 27 de diciembre de 2009

"No hubo un gran retroceso desde donde estábamos"

Que la cumbre de Copenhague fue un fracaso generalizado parece algo evidente y tan obvio que casi pudiera ser omitido, por redundante, en sucesivas referencias a la misma. Sin embargo, esto, que denuncian todas las organizaciones ecologistas más varios países y muy especialmente quienes protagonizaron la “espantada” durante la cumbre (los países del ALBA), y las propias Naciones Unidas, no es compartido por los países que mayor responsabilidad comparten en los condicionamientos que facilitaron dicho encuentro. Baste decir que el propio Barack Obama argumentó, como lectura amable de la cumbre, que “al menos mantuvimos una posición y no hubo un gran retroceso desde donde estábamos”. Supongo que hubiera resultado ya excesivamente irónico haber salido de Copenhague con un acuerdo para lanzar un mayor número de emisiones, pero en fin, aquí el que no se conforma es porque no quiere.

Y a estas voces se ha unido, claro, la nuestra, que puede leerse bien clara por boca de nuestra ministra de Medio Ambiente, Elena Espinosa, hoy en Público. Y sus declaraciones habría que decir que son no tan sólo lamentables sino vergonzosas. Desde luego la enunciación de las preguntas es ya en muchos sentidos “tramposa” y huelga decir pretenciosa y presuntuosa. En este sentido, son destacables algunas como “¿Falló España en las negociaciones? Los países que boicotearon el acuerdo fueron, precisamente, países con los que tenemos amistad, como Venezuela, Bolivia y Cuba”, o “¿Por qué cree que Hugo Chávez y Evo Morales torpedearon el acuerdo?” (los subrayados son míos). Pero las respuestas de la ministra son el fiel reflejo de la posición de quienes pretenden eludir sus responsabilidades haciendo parecer que toman conciencia y compromiso. Desde luego que nuestro país no está entre los más contaminantes del mundo (o al menos no dentro del grupo de los realmente más contaminantes), pero sí pertenece a un grupo selecto que ha tendido a denominarse (con no pocas dosis de etnocentrismo, condescendencia y oportunismo político-ideológico) los de “Primer mundo”, y a ello nos atenemos a la vista de los acontecimientos.

Para España (en tanto que lo es para nuestra representante en este asunto) hay dos responsables: China e India por un lado, y Venezuela, Bolivia y Cuba, por otro. Sorprende que mencione éstos y no hable de otros Estados como Nicaragua, Sudán o Tuvalu, que también denunciaron o abandonaron la cumbre. Pero lo que más lamentable resulta de todo es que se culpe a estos países explícitamente por defender sus intereses, que Espinosa los clasifica por sus “recursos naturales” (petróleo y gas). Y es lamentable porque volvemos al paternalismo del Primer sobre el Tercer Mundo. Resulta que todos los países, o al menos China, la India, y los del ALBA, defienden sus intereses por encima de lo que exigen las responsabilidades del momento que estamos viviendo. Sin embargo, cuando toca hablar de España, la UE o los EEUU, no se ha oído hablar de intereses, lo cual resulta tan extraño y curioso como demagógico y maniqueo.

Así, cuando toca hablar de quien salvaguarda nuestros intereses y a quién se le debe por ello pleitesía, nos encontramos con declaraciones como ésta: “Hay quien echa la culpa a Obama, pero yo discrepo. Su actitud sí fue constructiva para ayudar a la UE, que hasta el momento había estado desempeñando casi en solitario el papel de aglutinador”. He aquí una síntesis perfecta de quien busca colaborar y quien debe garantizar que se hagan efectivas las medidas, por mínimas que éstas sean, lo cual casa a la perfección con sus palabras de cierre que justificaban los supuestos acuerdos, ya que menos, era nada.

El colmo del cinismo, rancio, pretencioso y realmente maleducado, cristaliza en el momento en que afirma que “quizá pensaron [Bolivia y Venezuela] que sus expectativas de crecimiento económico se verían mermadas con un acuerdo de reducción de emisiones. No coincido con esa visión, pero hay que respetarlos”.

Desde luego creo que es incuestionable no sólo el fracaso, sino la evidencia de que en ningún momento se han antepuesto los intereses comunes y el medio ambiente al de las grandes potencias, que son en efecto y aunque nos quieran vender lo contrario, quienes tienen la capacidad de mover y realizar acuerdos. En este sentido, lejos de suponer una “espantada”, las palabras del representante de la República de Cuba me parecen críticas en un sentido sobre todo necesario, porque de lo que se estaba hablando era de una urgencia que no admite, o al menos eso es lo que continuamente se nos dice, dilaciones. Y si no las admite, los “acuerdos” no vinculantes que no contemplan reducción de emisiones son, o deberían de ser, intolerables. Dicha intervención puede leerse aquí, no llevará mucho hacerlo y creo es recomendable, aunque sólo sea para comprobar por uno mismo que tal crítica no era un planteamiento al “inmovilismo absoluto”.

sábado, 19 de diciembre de 2009

"Si el clima fuese un banco, ya lo habrían salvado"


Se termina la cumbre de Copenhague y tras asistir a un nuevo espectáculo sobre las propiedades divinas del presidente de los EEUU con la tan vacía como pomposa y diría que hasta grosera frase repetida por los medios de "he venido a actuar", resulta que, una vez más, la culpa de los problemas del mundo la tienen los de siempre.

No son China (el país más contaminante desde hace apenas unos pocos años) ni Rusia (uno de los que más), tampoco EEUU (hasta hace bien poco el con diferencia país que más contaminaba del mundo desde la práctica totalidad del siglo XX) o La India (a la que acusaron desde La Casa Blanca de provocar la crisis alimentaria mundial por el hecho de cubrir parte de la demanda alimenticia del seguramente el país más poblado del mundo), no; la culpa de no llegar a un “acuerdo” de mínimos según se ha dicho, es de los “países bolivarianos” según los cataloga Público. Entre ellos está Sudán, que de “bolivariana” no sé muy bien qué tiene, pero ahí está. Y como hay que poner caras a las cosas no vaya a ser que la gente no las identifique como debe, pues encontramos un titular, también en Público, en el que sin rubor se enuncia “Hugo Chávez hace una espantada en la cumbre del clima”. El País y de paso la SER, por su parte, ha llamado a ese grupo de cinco como “oposición”; por si quedaban dudas, en plena cumbre por el cambio climático hay cinco países que “se oponen”. Será que no puede haber disparidad de opiniones, cosa extraña dado que no se ha llegado a acuerdo alguno. En la línea de la tendenciosidad de ese grupo empresarial.

Cualquiera que quiera entender un poco, seguro no le costará hacerlo.

Resulta que el llamado Protocolo de Kyoto, derogado desde su surgimiento por parte fundamentalmente de los EEUU, es ahora obstaculizado por acción exclusiva de estos díscolos que no quieren colaborar con una causa común que por fin nuestros líderes mundiales (a la sazón los jerarcas de Washington) han entendido que debe llevarse a cabo. Por cierto que éstos son los únicos que han exigido que el acuerdo incluya el tan dichoso como derogado Protocolo. Como el Nobel de la Paz al primer embajador de la guerra en el mundo, se dibuja una pantomima de tal calibre que se me ocurren varias cosas que puedan explicar tamaño insulto a la inteligencia individual y colectiva por parte de los Mass media. Una puede ser que se nos tome por lo suficientemente tontos como para tragarlo (y justo es decir que lo han logrado según parece) o también que nos hayan idiotizado de tal forma que ahora pueden darse de modo tan burdo y sin ningún tipo de disimulo noticias que son auténticas inyecciones de ideología realmente barata.

Todo el mundo debiera condenar lo que de hecho ya han realizado las organizaciones ecologistas, que esto es una tomadura de pelo. Pero da rabia, al igual que las congratulaciones por la caída del Muro de Berlín bajo el discurso del feliz reencuentro del pueblo alemán, en lo que más bien son los vítores del triunfante capitalismo en lo que Benjamin enunciaba como la secularización del futuro. En efecto, el capitalismo logra convertir todo en una auténtica pantomima ridiculizando con sus particulares formas de propaganda (marketing) lo que lleva eludiendo desde siempre. Y es que la lucha de los pintados desde que tengo uso de razón como “locos” para aludir a los ecologistas (también asociados a términos como hippies o vagos), es de hecho una lucha directa por el clima e indirecta contra el crecimiento del capitalismo, por cuya naturaleza tiende al expansionismo. Ahora parece que, de pronto así como que no quiere la cosa, han caído en la cuenta de que hay que tomar medidas. Curioso es que nos vendan que a ellas han llegado cuando no hay ni texto de compromiso. Obviamente, no se quiere llegar a ningún acuerdo, pero no dudo que los reunidos en Copenhague no quieran proteger el planeta, seguro que muchos aman sinceramente la naturaleza; lo que pongo más que en duda es que puedan.

Pero lo de poder no lo digo en el sentido de que las fuerzas corporativas que operan en las sombras del sistema vaya a impedirlo. No. Lo que digo es que un grupo de capitalistas reunidos (que son la práctica totalidad de los allí reunidos, e incluyo por supuesto a China) “puedan” tomar alguna medida siquiera significativa, porque es sin más imposible.

Con el impacto inicial de la crisis se habló de “refundar” el capitalismo. Entre otros, esto fue propuesto por Nicolás Sarkozy, quien abogó por un capitalismo “a la francesa”. Así, lo de “refundar” pasó entonces y ya desde antes de su inicio a ser un concepto vacío. ¿Y qué medidas se han tomado para que una crisis como esta no vuelva a ocurrir? Por supuesto ninguna, pese a que ya desde el siglo XIX se consideraba que las crisis son inherentes al sistema capitalista, pero algo habría que decir, al menos en aquello momentos de incertidumbre inicial, para que no pareciera que aquellos que dirigen la economía y política mundiales son en efecto unos irresponsables, sobre todo cuando habían salvado con dinero público a bancos, industrias varias y aseguradoras. Además de pésima justificación ideológica, ésta lo fue también en negativo, pues desde el inicio se supo que no iba a beneficiar a aquellos que con sus impuestos habían salvado a quienes en más de un caso iban a embargarles (una ironía genuinamente macabra). Lo que es más, se arguyó que era una medida necesaria para sostener el mismo sistema que nos había arruinado. Todo esto, que justificaría no ya una huelga general, sino una revolución mundial, apenas sí logró levantar las protestas de una población que ya ha sido inculcada en el credo de que la economía es un fin en sí mismo y no una herramienta para mejorar la vida de las personas.

Por supuesto, otros eufemismos justificatorios fueron empleados, pero se me ocurre que las palabras de nuestra ministra de medio ambiente, Elena Espinosa, tras la cumbre son un calco del mismo argumento: “el documento no es del todo ambicioso a lo que la UE hubiera deseado, pero la única alternativa que teníamos era el absoluto fracaso”. Lo que parece es que el fracaso ha logrado ser mediáticamente relativizado. La naturaleza del capitalismo, genialmente descrito por Marx (que ahora no sólo defienden los marxistas sino también algunos gurús de Wall Street), tiende al crecimiento y, por ende, a la expansión. Vendernos que este sistema sin techo de crecimiento prefijado o por fijar, es capaz de comedirse y salvar el ecosistema que él mismo es quien devora es vender una reductio ab absurdum, una entelequia.

Lejos de tildar de “oposición” a las únicas voces que, junto con los grupos ecologistas han denunciado tan magno engaño, y de tratar como tarados a dos jefes de Estado como Hugo Chávez y Evo Morales haciendo que todo lo que digan pase por el prejuicioso filtro de su supuesta demencia, podría tenerse en cuenta una postura crítica (que huelga decir, es el medio mejor para progresar) que ha puesto la única nota lúcida de la cumbre: “el culpable del cambio climático es el sistema capitalista” (Morales) y que “si el clima fuese un banco, ya lo habrían salvado” (Chávez) (aquí). Todo lo contrario. Pueden leerse en Público bajo el encabezamiento “Críticas interesadas” una especulación acusatoria del porqué del “no” de Bolivia y Venezuela, pero pocas parecen darse para la actitud de los países más ricos. De todos modos esto puede entenderse mejor leyendo un poco más arriba, donde se recogen las declaraciones de Michael Zammit Cutajar, economista maltés y presidente del grupo de negociaciones de la ONU que tenía como misión elaborar un “protocolo de Copenhague”, quien se lamentaba que la cumbre hubiera degenerado en un “evento político y mediático, y el aspecto ideológico ha eclipsado el interés por luchar contra el cambio climático”.

Qué curioso que desde tan altas esferas trate de desligarse la lucha por el clima de la esfera de lo ideológico (vicio del que no tienen poca culpa las organizaciones ecologistas). Parece curioso porque tenía entendido que el capitalismo era una ideología, ¿o será que sacando la parte doctrinal puede éste reconciliarse en armonía con la naturaleza?

Sea como fuere, una cosa parece evidente a tenor del momento que vive el capitalismo y que es algo casi normativo (hay ejemplos en sentido opuesto): los imperios, cuando están en crisis, reprimen, y reprimen duramente.

Destruyen en Georgia el monumento a los caídos en la II GM

Acabo de ver en el telediario que en Georgia han derribado por medio de una demolición un monumento a los caídos de la Segunda Guerra Mundial. Ésta ha estado tan mal hecha que ha ocasionado dos muertos por fragmentos del monolito. La noticia de los muertos ha sido la excusa para hablar de ello.

La noticia es lamentable e indignante y aún no la he podido localizar en prensa digital. Los dos muertos no me creo que le importen mucho a nadie de aquí y no es desde luego la motivación de la difusión de tal información.

Que no se condene tales muestras de nacionalismo rancio, pro-occidental, antiruso, anticomunista y desde luego clientelar para con el actual imperio que hoy les acoge, lo puedo llegar a comprender. Perfectamente además, sin demasiados problemas. Ahora bien, que no se cuestionen tales actos es en el mejor de los casos oportunista e interesado y supone ser una malversación de la memoria que se le debe al pueblo ruso y a la historia de la URSS, de la Segunda Guerra Mundial y del antifascismo. Lo que suponía este y otros monumentos a los caídos en la Gran Guerra Patria (según los rusos se refieren a la II GM) es la independencia y derrota del fascismo, y honra a los muertos en la lucha por la liberación de ese suelo, que entonces era parte de la URSS y como tal debe contextualizarse y entenderse.

El que en Estonia antes y en Georgia ahora se hayan procedido a remover o destruir estos lugares de memoria no es en realidad de extrañar, pero debiera hacerse mentar la gravedad de tales medidas. Y no es de extrañar porque los gobiernos de estos nuevos aliados de occidente están, con su nacionalismo reaccionario tan furibundamente anticomunista, más cerca del fascismo que de una concepción democrática de la política. Sirva de ejemplo el caso ucraniano, que ha querido homenajear a los "ucranianos caídos" en la guerra, sin importar si fueron fascistas, colaboracionistas, partisanos o del ejército regular. Otro ejemplo, aquí, en este caso se trata de Polonia. Es para tomarlo con tiento.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Aminetu Haidar regresa finalmente al Sahara

"Mi regreso es un triunfo para la causa saharaui

El caso Haidar tuvo un final feliz. La activista saharaui regresó a su tierra en un avión fletado por el Gobierno español con destino El Aaiún (Sáhara Occidental). Con el viaje terminaba un conflicto que comenzó el pasado 14 de noviembre, cuando Marruecos impidió la entrada a Aminatou Haidar en la capital saharaui. El 16 de noviembre, la activista se ponía en huelga de hambre en su exilio en el aeropuerto de Lanzarote.
El ayuno voluntario duró 32 días y la activista aseguró que no lo dejaría hasta pisar tierra saharaui. Haidar compareció la noche del jueves ante los medios de comunicación en la puerta principal del hospital José Molina de Lanzarote, donde la activista había ingresado la madrugada anterior ante el agravamiento de su estado de salud.

La saharaui, en silla de ruedas, afirmó que su salida era "un triunfo y una victoria para la causa saharaui", y agradeció todos los apoyos que ha recibido durante su acción de protesta. A la pregunta de con qué condiciones había aceptado viajar al Sáhara Occidental, señaló que en esos momentos no era realmente consciente. No obstante, recalcó: "Si me ocurre lo que ocurrió la otra vez, no voy a bajar del avión, y voy a acabar con agua y azúcar".
Era el prólogo al desenlace ansiado por todos de una crisis que vivió en las últimas 24 horas intensas negociaciones a tres bandas, en las que la diplomacia española conseguía un acuerdo con Marruecos para el regreso de la activista tras la mediación de Francia. París fue clave, según fuentes parlamentarias y del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, para vencer las últimas reticencias de Rabat a la vuelta de Haidar.
La confirmación de que todo entraba en su tramo final la había dado poco antes de las ocho de la tarde la sonrisa del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, al abandonar apresuradamente el Congreso de los Diputados tras interrumpir su comparecencia ante la Comisión de la Cámara baja en la que, precisamente, explicaba la actuación "humanitaria y política" del Ejecutivo en el caso.

Ya durante las tres horas que había durado su comparecencia parlamentaria, Moratinos había dejado vislumbrar que el final de la crisis estaba cerca, muy cerca. De hecho, el ministro había dedicado gran parte de su intervención a rebajar la presión sobre Marruecos, que sólo 48 horas antes había puesto sobre la mesa el propio Congreso con una proposición no de ley que había impulsado el Grupo Socialista.
Moratinos reconoció por primera vez que su homólogo marroquí le había telefoneado en dos ocasiones el día de la expulsión para informarle de ella y que, pese a sus protestas y "rechazo" a dicha decisión, las autoridades de Rabat siguieron adelante con la medida.
El jefe de la diplomacia española incluso aseguró que las autoridades marroquíes en el aeropuerto de El Aaiún intentaron negociar la noche de la expulsión una salida a la crisis que estaba a punto de abrirse y que, sugirió, fue la actitud de la propia Aminatou Haidar la que lo impidió. Unas palabras con la que Moratinos repartía las culpas de la "complicada" situación vivida entre Rabat, el Frente Polisario y, sobre todo, la propia activista. El objetivo era rebajar la presión sobre el Ejecutivo de Marruecos.
La nota del ujier
A las siete de la tarde, cuando la sesión de la comisión estaba a punto de superar su tercera hora, un ujier acercó una nota al ministro. Tras leerla, Moratinos pidió al presidente de la misma, el convergente Josep Antoni Duran Lleida, 15 minutos de receso. En ese instante, los teléfonos de los diputados presentes comenzaron a sonar casi al unísono. La solución era ya prácticamente una realidad. Una hora después, tras recluirse en un despacho de la Cámara baja, Moratinos abandonaba el hemiciclo con un esquivo "estamos trabajando intensamente", aunque su sonrisa y la de los miembros de su equipo los delataba.
El prólogo de Bruselas
El final del túnel del caso Haidar ya se había empezado a intuir horas antes en el Parlamento Europeo, informa Daniel Basteiro desde Bruselas. Allí, el presidente de los socialistas europeos en la Eurocámara, Martin Schulz, pedía por la mañana urgentemente la cancelación de la votación en la que se debía aprobar una resolución que presionaba a Rabat para que cediera en el caso de la activista saharaui.
La petición de Schulz fue rápidamente apoyada tanto por el líder europeo de los conservadores, Joseph Daul, como por el jefe del PSOE en la Eurocámara, el canario Juan Fernando López Aguilar, para quien la Eurocámara debía echarse atrás para "evitar una resolución que puedaimpedir el desarrollo de las negociaciones".
Desde ese momento, las negociaciones de la diplomacia española se aceleraron con la "prudencia y la discreción" como principio básico. El Gobierno español quería evitar que volviera a ocurrir lo del pasado 4 de diciembre, cuando tuvo que abortar en el último minuto un vuelo hacia El Aaiún con Haidar y el director de Gabinete de Moratinos, Agustín Santos, a bordo.
De hecho, las llamadas de confirmación a dirigentes políticos y a otros actores implicados en el caso no se realizaron hasta que la activista subía a la escalerilla del avión. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, se encargaba de informar a Mariano Rajoy, informa María Jesús Güemes"

jueves, 17 de diciembre de 2009

"¿Si no podemos pronunciarnos sobre Haidar, para qué estamos aquí?"

"El Parlamento Europeo no se pronunciará sobre la huelga de hambre de la activista saharaui Aminatou Haidar, que este jueves cumplió internada en el hospital 33 días en huelga de hambre. Tras negociar y pactar una resolución de consenso, un acuerdo de última hora entre socialistas y conservadores europeos retiró del orden del día tanto el debate, previsto para esta tarde.
Este pacto sorpresa ha producido indignación en el resto de grupos políticos, que se sintieron engañados y traicionados por los dos partidos mayoritarios. "Es un golpe antidemocrático", señala Willy Meyer (IU), en conversación con este periódico. "Como siempre, la Eurocámara opta tras recibir instrucciones del ministerio de Exteriores español por no molestar a Marruecos", asegura.
Los rumores de una inminente solución al conflicto llevaron al presidente de los socialistas europeos en la Eurocámara, Martin Schulz, a pedir urgentemente la cancelación del voto. Schulz fue apoyado tanto por el líder europeo de los populares, Joseph Daul, como por el jefe del PSOE en la Eurocámara, Juan Fernanzo López Aguilar, para quien la Eurocámara debe echarse atrás para "evitar una resolución que pueda impedir el desarrollo de las negociaciones". Meyer rechaza de plano la "patética intervención" del socialista español, argumentando que "todos queremos una solución diplomática y la resolución iba en ese sentido: la facilitaba".
Los eurodiputados de ERC e ICV-Verds tampoco disimularon su indignación. "Es inaceptable que Marruecos marque la agenda del Parlamento Europeo", señala Raül Romeva (ICV-Verds) "y que sean los socialistas los que se lo permitan". Para Romeva, la Eurocámara no puede mirar para otro lado "cuando Haidar lleva 33 días en huelga de hambre, cuando se ha prometido la implicación de la UE".
Oriol Junqueras (ERC), visiblemente emocionado, expresa su frustración porque "en 34 años este Parlamento se haya impuesto este silencio forzoso al drama humanitario de todo un pueblo y ahora de esta mujer". Según Junqueras, la decisión de socialistas y populares es muy difícil de explicar. "¿Cómo van a entender los ciudadanos para qué estamos aquí? ¿Para qué nos han escogido si no podemos pronunciarnos sobre los derechos fundamentales y sobre el caso de Haidar?"
La resolución, pactada el miércoles por todos los grupos políticos, pedía "el regreso sin dilación" de Haidar a El Aaiún para "reunirse sin obstáculos con sus hijos y su familia" y criticaba la gestión y la falta de respeto de Marruecos por las resoluciones en materia de derechos humanos de la ONU.
"Los socialistas se felicitaban unos a otros a la salida del pleno, se deseaban "Feliz Navidad", señala Junqueras. "Sin embargo, cuando vuelvan de vacaciones Haidar podría haber muerto y la Eurocámara no habrá hecho nada para remediarlo", añadió."
Fuente: Público

sábado, 12 de diciembre de 2009

"¿Es el sector público excesivo?"

Por Vicenç Navarro para Público.


Una de las propuestas que las fuerzas liberales han estado haciendo en España ha sido –junto con la reducción de los salarios y la desregulación del mercado de trabajo– la reducción del gasto y empleo público, pues se asume que el “excesivo tamaño del Estado” ha obstaculizado el desarrollo económico del país, siendo ahora responsable del retraso en la recuperación económica.

El más reciente ejemplo de lo que digo es la promoción por parte de la mayoría de los medios de información (El País, 08-11-09; El Mundo, 26-10-09; ABC, 26-10-09; El Periódico, 26-10-09) del informe “El coste de la Administración Pública en España” de la Escuela de Administración de Empresas de Barcelona. La tesis de este informe es que en España el empleo público ha experimentado un acelerado crecimiento estos últimos años (desde el año 2000), alcanzando unos niveles excesivos que están obstaculizando la eficiencia económica del país, mostrando una relación inversa entre el peso del empleo público de un país y su prosperidad económica. Para confirmar tales tesis el informe compara, por ejemplo, el tamaño de la población empleada en el sector público español con el existente en Alemania, concluyendo que el empleo público de España (como porcentaje del empleo total) es mayor que en aquel país, con lo que nos gastamos en tal empleo (que el informe confunde con funcionariado) mucho más que allí. Según el informe, la evidencia empírica muestra que, a mayor peso del funcionariado público, menor es la riqueza económica del país y de las regiones, y sugiere “la importancia de mantener el tamaño de los sectores públicos a raya con el fin de fomentar la productividad y la eficiencia económica”. La conclusión que se deriva es que hay que reducir el empleo público si queremos ser más eficientes.

El informe, sin embargo, selecciona y manipula los datos de una manera que unos medios de comunicación más críticos de los que tenemos habrían detectado. Se incluyen en el texto errores fáciles de ver, como que empleo público y funcionariado no son la misma categoría, sino dos distintas. Todo funcionario es empleado público, pero no todo empleado público es funcionario. Otro error es que la categoría empleo público que recoge el informe (derivado de Eurostat) no incluye a todos los empleados públicos, sino sólo los datos referentes, por ejemplo, a la categoría Administración pública y defensa. Se excluyen así muchos empleados públicos que no quedan incorporados en esta categoría. En tercer lugar, utiliza indicadores de tamaño del sector público que dan una visión sesgada de tal tamaño. Veamos.

Si analizamos el total de personas empleadas y contratadas en el sector público (a niveles centrales, regionales o autonómicos y locales), utilizando como fuente de datos las únicas que ofrecen tal información, que son la Organización Internacional del Trabajo y Eurostat, y analizando los indicadores que deben utilizarse para medir el tamaño del sector público (el número de empleados públicos sobre el total de la población adulta), podemos ver que España tiene un porcentaje de personas empleadas en el sector público de los más bajos de la UE-15 (9,5%), sólo mayor que Austria, Italia y Portugal. Alemania (el país que el informe cita erróneamente como que tiene un empleo público menor que España) tiene un 10%, mientras que Suecia tiene un 21%.

Para llegar a la deseada conclusión de que Alemania tiene un empleo público menor que España, el informe calcula el número de empleados públicos como porcentaje de todo el empleo. Pero, al utilizarse este indicador, el informe no está comparando manzanas con manzanas, sino con peras. El empleo público tiene una composición distinta en los dos países. La sanidad alemana, por ejemplo, está basada en un sistema de aseguramiento, por lo que no quedan incluidas en la contabilidad nacional las cifras de empleo público en sanidad, pues tal empleo no está contratado por el Estado, sino por las compañías de aseguramiento. De ahí que el empleo público en sanidad en Alemania sea muy bajo. Si se excluyese la sanidad, entonces se vería que, en realidad, el empleo público es notablemente mayor en Alemania que en España (ver “Los errores del el informe Los costes de la Administración Pública en España” en www.vnavarro.org).

Lo mismo ocurre en cuanto al gasto público, que el informe considera explosivo, manifestando que ha experimentado este crecimiento en los últimos años, entre otras razones por el crecimiento del gasto en remuneración de los empleados públicos. Pero cuando se analizan los datos se ve que, en realidad, el gasto público (por habitante) en remuneración salarial de los empleados públicos es de los más bajos de la UE-15 (sólo por encima de Grecia, Italia y Portugal), y ello como consecuencia no sólo de que el empleo público es de los más bajos de la UE-15, sino también de que el gasto por empleado también lo es (lo cual explica, por cierto, la emigración de profesionales cualificados del sector público español a otros países de la UE-15, incluida Alemania).

Una consecuencia de esta situación es que el número de empleados públicos por ciudadano sea el más bajo de la UE-15 (junto con Italia y Portugal). Lo que quiere decir que los ciudadanos están menos atendidos por el Estado en España que en el resto de la UE-15. Esta escasa atención toma lugar principalmente en los servicios públicos. La tan citada rigidez del Estado en España es consecuencia de su pobreza. En realidad, la escasa eficiencia de la economía española, como del resto del sur de Europa, se basa en el escaso desarrollo del sector público. Como incluso el Foro de Davos (El Vaticano del pensamiento liberal) reconoce, los países con mayor eficiencia económica y bienestar social en Europa son los países nórdicos de tradición socialdemócrata con amplios sectores públicos.

Por último, la reforma de la Administración pública, dando mayor protagonismo a las autonomías, ha significado un cambio en el sistema de gobierno del empleo público. Pero ello no ha significado un aumento muy marcado del empleo público. En realidad, tal crecimiento ha sido sólo de un 1% por año, lo cual no ha sido especialmente acentuado teniendo en cuenta el gran déficit de personal en el sector público.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de ‘Public Policy’ en The Johns Hopkins University

miércoles, 2 de diciembre de 2009

"Fiesta de la democracia en Honduras"

“A quien hay que aislar es a las dictaduras sátrapas de los Castro o Hugo Chávez, que es quien movía los hilos de Zelaya” -Carlos Iturgáiz, observador del PP en Honduras-

No tengo ninguna duda de que las elecciones hondureñas han sido una lección de democracia. Vale, ya sé que se celebraron bajo un gobierno golpista, con el ejército asumiendo funciones de seguridad, el presidente sitiado en una embajada, y algunos medios de comunicación cerrados. Pero no dejemos que esas minucias empañen nuestro contento.

Es verdad que no hubo organismos internacionales que certificasen el proceso, pero la Internacional Derechista envió decenas de observadores para asegurar su limpieza. En la fiesta de la democracia en versión hondureña coincidieron ex presidentes derechistas de todo el continente, así como dirigentes empresariales, centros de estudios conservadores estadounidenses, y hasta opositores venezolanos. Y por supuesto representantes de los pocos países que reconocen al gobierno golpista.

El clamor democrático era tal que los observadores se emborrachaban de entusiasmo. No hay más que ver a nuestro eurodiputado Carlos Iturgáiz, que se pasó la jornada electoral lanzando proclamas contra el chavismo y a favor de las tesis golpistas. En su exhibición de imparcialidad sólo le faltó hacer cortes de manga y pedorretas tras cerrar los colegios.

El paripé ya está hecho, y los golpistas han alcanzado sus objetivos: apartar a Zelaya, frenar los intentos de reforma constitucional, y sacar al país del “eje del mal” americano. A cambio, no han tenido ni que guardar las formas restituyendo un ratito a Zelaya. Sólo les queda un último empujoncito para tener el reconocimiento internacional pleno. Con el aval norteamericano asegurado, y las ganas que la mayoría de países tienen de quitarse el marrón de encima, no creo que les cueste mucho. Y a otra cosa.

En Público, por Isaac Rosa.