miércoles, 30 de julio de 2008

Figuras históricas y demonizaciones mediáticas


El otro día, buscando un discurso de Fidel Castro por Internet encontré, por contra, otro de Salvador Allende. Me ha parecido oportuno y sugerente actualizar con una pequeña reseña.

Todo el mundo le tiene un inmenso aprecio o, mejor dicho, le tiene —sobre todo— un inmenso respeto a su figura que, por mérito propio, ha adquirido la trascendencia de histórica. Sin embargo, conviene recordar —que para eso tiene un alto grado de utilitarismo la historia— que no siempre fue así.

Mi intención era la de no escribir demasiado pero prometo volver sobre esta figura que también a mí parece absolutamente admirable.

Allende trató de hacer realidad un principio que ahora, más de treinta años después, otros tratan de hacer cumplir: devolverle —si es que alguna vez tuvo oportunidad de tenerla— la soberanía al Pueblo, lo cual ha de pasar necesariamente por la adquisición, por parte de cada nación, de la soberanía a nivel nacional e internacional, como aseveró memorablemente Salvador Allende ante las Naciones Unidas.

Hoy no se denuesta a Allende, sino a sus homólogos actuales —Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa y por supuesto a Fidel Castro, imperecederamente demonizado— que, como dijera hace ya varios años un profesor mío, los héroes de hoy son los demonios del pasado. Entre éstos, mencionó tres grandes figuras como Ho Chi Minh, Patrice Lumumba y Ernesto “Che” Guevara. Todos ellos, en la opinión pública de entonces, pasaron por supuesto por villanos y sin embargo hoy son reconocidos universalmente. Valga el ejemplo del hoy tan aclamado Nelson Mandela, quien pasó 20 años de su vida en la cárcel y que pocos sabrán que era el Secretario General del Partido Comunista de Sudáfrica.

Todos ellos, los de ayer como los de hoy, tuvieron una lucha contra el imperialismo hegemónico que entonces como hoy ejemplificaban los Estados Unidos. Los más damnificados pasaron a la posteridad como grandes figuras que a otros de la lista sin embargo les ha sido negado, al menos de momento.

Como todo el mundo sabe, tal rebeldía Allende la pagó cara. No obstante, dejó imborrable para la historia todo un ejemplo de coherencia política y humana que pueden verse en su último discurso.

No sorprende, pues, que los medios critiquen, ultrajen y difamen a los líderes políticos que tanto hoy como hace décadas están promoviendo el justo reequilibrio del reparto mundial de la riqueza a fin de que nosotros perdamos gran parte de lo que desvalijamos en esa parte del mundo nunca olvidada gracias a lo alto que logran alzar la voz esos pueblos reivindicando justicia y soberanía, por mucho que un real deficiente mental ordene lo contrario. Hay algo que sorprende un poco más aunque no demasiado, que la opinión pública —incluso los que consiguen considerarse o auto convencerse por méritos laborales o académicos de ser gente “formada” o “inteligente”—, es decir, la población de nuestra parte del mundo, esa que avasalla y desvalija a la otra parte, entren por la puerta de lo fácilmente criticable, precisamente por eso, porque es fácil. Fijémonos si es sencillo, que ni tan siquiera se precisa de argumentos para enarbolar la crítica o el insulto.

Decía muy acertadamente un tipo que conocí durante la carrera de esos que son tan típicos de café universitario, de esos que gustan más de hablar que de otra cosa, de esos que son revolucionarios de café, haciendo alusión a una conocida y excelente película, “esto es muy fácil, se trata de elegir entre la pastilla roja o la azul”.

Lamentablemente, como ocurría en la película, la mayoría optan por la mediocridad de la segunda, y así va este mundo.

domingo, 20 de julio de 2008

Ciclo de Conferencias


He pasado la última semana en Santander, allí ha tenido lugar la celebración de un Ciclo de Conferencias inscrito en el master de Historia Contemporánea en el que están metidas 9 universidades españolas.

Mucho se ha hablado de Historia estos días en Santander y por mi parte puedo decir que la experiencia ha sido poco menos que inmejorable. El ambiente creado, la atmósfera, la gente que he conocido… todo ha hecho que estos pasados días hayan sido para mí absolutamente memorables. Los casi cien estudiantes que allí nos juntamos y que compartíamos una pasión —mayoritariamente— y amor por la Historia ha hecho que estos cinco días tengan a mi entender la entidad propia de experiencia.

Nos hemos divertido enormemente todos juntos, y es que hubo tiempo para todo, pero además de las copas —o con ellas más bien— la diversión ha venido desde un lugar común por todos compartido: la Historia, sobre la que hemos hablado y hasta cierto punto interactuado; muchos somos los que se sintieron identificados —y por momentos hasta violentados en su más hondo ser— con lo tratado en las conferencias. Aquellos que allí estuvieron sabrán de lo que hablo y es por esto que he elegido este cuadro —a falta aún de fotos— como síntesis de lo allí vivido.

Fue la sesión más conflictiva y para muchos más desagradable, la de Miguel Ángel Cabrera, la que muchos de una u otra forma —entre los que yo me incluyo— más disfrutamos. No por lo que dijera, sino por todo lo que ello comportó y las reacciones que desató. Yo me sentí hasta cierto punto ultrajado, me sentí quizás por primera vez y creo que así puedo decirlo, historiador.

Lo que Cabrera afirmaba como tácito y legítimo, como plausible, ponía en cuestión mi concepción de la Historia y del mundo y afectaba a aquello que yo creo más importante en una persona: las ideas, cuales quiera que estas sean —aunque voy a incluir un dentro de lo razonable que espero que se me permita y entienda.

Creo que ya lo había apuntado en otra ocasión: son las ideas las que conforman al individuo y le permiten desarrollarse, inventarse si se quiere, y adquirir su particularismo dentro de la masa general; aquel que no desarrolle unas ideas carece de algo vital para existir, en tanto que falta de aquello que le da sentido a la existencia, un camino hacia el que dirigirse.

El mural de Rivera creo que representa a la perfección lo que en una charla de apenas una hora se puso en cuestión: la modernidad entendida como el desarrollo coherente y progresivo. La ciencia en el centro, tomada en abstracto, y a su lado, en una esfera, la confrontación de las ideas o modelos confrontados, flanqueados, por un lado, por las masas y, por el otro, por el desarrollo histórico, esto es, la confrontación entre clases.

Yo veo este mural y no puedo dejar de ver, si se me permite tal expresión, la Historia pintada, plasmada en todo su desarrollo: liberados unos y represaliados otros, sin dioses unos y con dioses los otros, y arriba la batalla, la “lucha final”. Todo eso es lo que la sesión del jueves puso en cuestionamiento y, claro está, hubo reacciones airadas y encontradas pero enormemente —vistas ahora— estimulantes. Disfruté con la confrontación porque disfruto defendiendo mis ideas, mi forma de entender el desarrollo humano a fin de una esperanza, un anhelo: cambiarlo, darle la vuelta.

Se podrá poner todo bajo cuestionamiento— en el sentido de que siempre habrá alguien, como siempre ha habido, que lo haga— pero qué bonito es ver a un grupo de jóvenes historiadores defendiendo apasionadamente sus ideas, sus concepciones. La Historia será una ciencia, pero posee una particularidad que le confiere ese halo de maravillosidad, el ser la única ciencia que debe hacerse además de con la cabeza, con generosas dosis de corazón y entusiasmo, porque de lo que nosotros hablamos es de personas y de ninguna otra cosa más.

Lo que quiero decir no sé si habrá quedado bien reflejado, pero lo expresa maravillosamente Federico Luppi en la siguiente escena de una excelente película: Lugares comunes. La expresión de la que hablo creo que todos se darán cuenta de cuál es pero la adelanto:

¿Y según vos que tenía que haber hecho? ¿Seguir manejando un taxi, cagarme de hambre, cagarle el futuro a la mujer y a los chicos pero seguir escribiendo?

No traicionarte; seguir haciendo lo que es tu vocación, lo que te gusta, lo que te conmueve

(La cursiva es mía).

miércoles, 2 de julio de 2008

¡Pudimos!


Para que luego digan que el fútbol no levanta pasiones; el domingo 29, día de la victoria, el paseo de la Rambla de Barcelona rebosaba de gente celebrando la victoria de la selección española de fútbol.

La primera victoria en democracia de un título —a excepción de la medalla de oro en los JJOO de Barcelona— y la primera de la historia sin sombra de tongo en el horizonte —se había ganado una Eurocopa con anterioridad, celebrada en España en el año ’64, a la URSS de la que mejor es no acordarse demasiado como así ha sido durante años—.

¿Exaltación del sentimiento nacional, “salida del armario” de los catalanes como comentaban por TB3…? Un poco quizás un término medio sería lo ideal a mi parecer. Resulta que Barcelona está llena de inmigrantes y creo que ninguno de ellos dejó en su casa la camiseta de la selección española, además toda la gente que está de paso por la ciudad y que lo que buscaban mayormente era un “poco” de fiesta, a lo que puede sumarse toda la población de otras zonas de España que residen aquí y los propios autóctonos que, digámoslo abiertamente, pocos son los integristas que iban con Alemania en la final.

Digamos simplemente que el fútbol cumplió su cometido, hacer unión más o menos duradera o ficticia en torno a la bandera. Esto, claro, para la mayoría pero para otros muchos o no se va tan allá, o se va más allá, según se quiera ver.

El día de la semifinal, tras ganar a Rusia, volviendo a casa vi a un chaval con la bandera a modo de capa de la República. Otra gente, por supuesto, llevaba la bandera pre–constitucional —como dicen los periodistas— o del pollo que dice la gente de a pie. Otros simplemente optaron por llevar la bandera hasta la fecha oficial, hasta que caduque y tengan que portar la que se establezca; alguno pensará que por lo menos los otros dos casos tienen dosis de coherencia aunque en el segundo con graves dosis bien de idiocia bien de intolerancia. El caso es que cada uno fue con la bandera de su España.

El hecho final es que se ganó muy brillantemente y sin discusión alguna, siendo el mejor equipo del campeonato y el tener el himno más feo del mundo no ha de enturbiar esto. Hay que tener en cuenta que para muchos el nuestro es el himno más universal, pues cualquiera, indistintamente de su procedencia, es capaz de cantarlo —o tararearlo más bien—. Poco puede decirse después de que a lo largo de la fase final nuestro himno compitiese con el italiano, el alemán o el ruso…

El daño que hacen los sentimientos nacionales sin más trasfondo que el no pensar demasiado y guiarse por sentimientos, pasiones no descriptibles que se escapan a la razón por ser simplemente eso, pasiones, lo muestra con grande clarividencia la foto de la parte superior, en la que podemos ver a la selección alemana e inglesa hacer el saludo romano o también llamado fascista. Unos guiados por una ideología basada en el antirracionalismo, guiada por ese sentimiento nacional hecho a medida de las mentes no muy predispuestas al razonamiento —consciente o inconscientemente—, y otros por lo que sólo ellos mismos sabrán. Quizás fuesen a celebrarlo como sólo los ingleses saben, antes de jugar en lugar de después de haberlo hecho. Quién sabe.

En fin, sea como fuere, triunfó el espectáculo y sería agradable pensar que la exaltación nacional se quedase siempre en lo meramente deportivo, pero creo que va a ser pedir demasiado.