viernes, 28 de enero de 2011

La triste traición de la hoy indigna CC.OO.

«Los sindicatos han subrayado que han logrado "corregir considerablemente" y evitar los "destrozos" que pretendía hacer el Gobierno en el sistema de pensiones. "Una imposición más del Ejecutivo nos habría llevado a una desprotección mucho más amplia. Hemos apostado por ser responsables (…)». Esto podía leerse en Público este mismo viernes.

Tengo que decir —y que se me perdone por la expresión—, que me quito el sombrero ante tantos cojones como están poniendo sobre la mesa los sindicatos mayoritarios. Particularmente lamento, por la parte que más de cerca me toca, la de CCOO. Este ha dejado de ser, en lo sucesivo, mi sindicato referencial. Da lástima ver cómo una organización obrera de la historia de Comisiones, fundada en la clandestinidad en los represivos años sesenta, mayor y muy especialmente por comunistas, haya acabado sirviendo a los intereses del capital. Esta organización da asco y en ningún caso puede ya ser considerada ‘obrera’.

El discurso justificatorio, encima, es molesto por grosero. Cualquiera que lo lea casi tendrá que pensar que hemos ganado algo, casi casi una victoria. Esta política de sanción de los hechos consumados a fin de evitar ‘males mayores’ está empezando a ser tan reiterativa en lapsos temporales cada vez más estrechos, que habría de ser de una vez revisada de un modo radical, es decir, cancelada. La lógica es que si no reculamos, si no cedemos, las consecuencias serán peores. Pues bien, ¿qué hay de malo, entonces, en no recular y aceptar medidas supuestamente (no lo quiero poner en duda ni mucho menos) peores? Hay batallas que aunque se sepa que van a perderse, hay que plantar y mejor si no hay sangre de por medio. Las organizaciones auténticamente obreras deben plantarse y decir, ya de una vez ¡basta! ¡Hasta aquí hemos llegado (nosotros)! Que dejen por fin de ser la herramienta de justificación de toda una serie de políticas que atentan contra la democracia misma, contra el pueblo, y que son presentadas como «pactos». Hasta el Gobierno es capaz de salir, después de paradójicamente proponer medidas más duras, sacando pecho y diciendo que lo que están es salvando las pensiones y que «el acuerdo, creará empleo» (Rubalcaba dixit).

Con declaraciones como estas, no es de extrañar que CC.OO. y UGT estén tan convencidos de que el «acuerdo es bueno», que no se sientan «incómodos» con la reacción que, por ejemplo, ha tenido IU. «De hecho, Cubillo ha indicado que cuando se conozca la dimensión del acuerdo, "se acabará comprendiendo" que éste va a ser uno de los grandes acuerdos de la Democracia». Estoy muy de acuerdo, es un pacto de los mayores y más trascendentales de este país, pero a pesar de la democracia.

Parafraseando a un personaje profundamente despreciable, pocas veces tan pocos han hecho tanto por dar por el culo a tantos.

martes, 11 de enero de 2011

Democracia y lucha de clases en la antigüedad

Con la victoria de los no propietarios en Atenas la palabra “democracia” adquirió un nuevo significado. Antes “el poder de la mayoría más pobre” era entendido tan sólo por contraposición con la aristocracia y con el reducido grupo de los ricos. En este sentido, la constitución de Clístenes, que sancionaba la supremacía política de las clases medias, pero que garantizaba también a las capas más pobres el derecho de voto en la asamblea popular, era también una democracia. Desde el 461, sin embargo, los atenienses y sobre todo los griegos de ideas avanzadas concibieron como verdadera democracia sólo el sistema político capaz de garantizar efectivamente a la mayoría de los pobres el ejercicio del poder. El régimen político en el que es la clase media la que detenta el poder fue denominado, más bien, desde entonces, el “dominio de la minoría”, es decir, “oligarquía”. Sin duda ya se había hecho imposible ocultar el poder real de la clase media bajo la ficción democrática del derecho de voto generalizado, porque las masas populares habían madurado ya su conciencia de clase. En consecuencia, si se hubiese querido restaurar el régimen político en vigor en Atenas durante la época de Clístenes, Temístocles y Arístides, esto no hubiera podido alcanzarse sino es mediante una represión violenta de los no propietarios y de una limitación expresa del derecho de voto.

Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad, El Viejo Topo, 2006, pp.92-93.