jueves, 12 de septiembre de 2013

11 de septiembre, Barcelona: una «diada» multitudinaria

Reconozco que no me siento nacionalista, es un sentimiento que me cuesta, no digamos ya el independentismo. He estado hoy por las calles de Barcelona y puedo decir sin demasiadas dudas que mucha, muchísima gente de Cataluña no tiene este problema que yo tengo. Supongo que si fuese catalán de nacimiento lo entendería mejor y es que la cuestión nacional es connatural a la relación entre Cataluña y España.

No me remontaré a 1714, pero es imprescindible tener en cuenta esto, tanto como la situación concreta que se da en el resto del Estado, pues no son espacios estancos. Por supuesto, si de una fecha traumática y clave hablamos, para cualquier análisis me quedaría con 1938-1939; pero volvamos al tema. Hoy Cataluña clama por la independencia como hace dos años en fecha tan señalada nadie podía imaginarse que hiciera. Muchas cosas han cambiado en este tiempo, y desde luego la coyuntura tanto política como social y económica tienen mucho que ver en ello. Digámoslo sin tapujos: hoy por hoy, España es un proyecto que incita a la secesión.

Si la lengua es un elemento esencial -no el único por supuesto- de unificación de un territorio y una identidad, la represión del catalán (p. e. la sentencia del Tribunal Supremo) ha tenido como principal efecto aumentar el sentimiento de desafección, ya de por sí existente, entre Barcelona y Madrid. Al españolismo aún no le ha dado para comprender que un único proyecto de nación en un espacio tan diverso y multicultural como es la Península Ibérica es sin más imposible. Basta con recorrer el territorio, de Gijón a Cádiz, de La Coruña a Cartagena, para comprender esto. La riqueza cultural es tan grande como necio el empeño por homogeneizar.

La historia es a este respecto, tozuda. Y es que el actual proyecto nacional hunde sus raíces en la pérdida colonial (el llamado «Desastre del 98») y la necesidad, ya durante el reinado de Alfonso XIII, de reconvertir la idea de la identidad española del imperio (ya desaparecido) a la religión católica. Esta política fue implementada agresivamente en años de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), cancelada de base con la Segunda República y vuelta a ser puesta en primer plano al imponerse la dictadura franquista. El proceso dirigido de la «Transición» evitó una ruptura con el pasado y las herencias han perdurado. Los fantasmas de España vuelven porque hay espiritistas esencialmente de derechas que los invocan día sí día también.

Y de estos polvos, en no poco, los actuales lodos. El modelo de nacionalismo español (descargado en Castilla) asocia la monarquía borbónica a la nación y no son pocos hoy quienes, por republicanismo o por la bochornosa imagen de la Casa Real, quieren cambiar esto. El Partido Popular y el proyecto reaccionario nacional, al secuestrar la idea de España, siembran separatismo porque no pueden hacer otra cosa que reprimir negando. Es hasta tal punto así, que el federalismo, el proyecto histórico de nación de las izquierdas catalanas desde el anarquismo (la forma cultural del obrerismo en Cataluña desde finales del siglo XIX a 1939) al catalanismo de ERC, pasando por el PSUC, teorizado precisamente por un catalán, Francesc Pi i Margall, quien fuera presidente de la Primera República española, parece haber quedado prácticamente abolido y ya no se ven restos de él.

Triste es comprobar cómo España es hoy patrimonio exclusivo de la derecha, entre otras cosas, producto derivado de un independentismo que en parte se alimenta de esta imagen tan negativa que ofrece el actual proyecto de nación. Y tristes se pondrían aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por otro país bien distinto durante la guerra y tras ella. A decir verdad, si no nos hubiesen legado otros hombres imborrables testimonios, a las generaciones más actuales les sería difícilmente imaginable una entonación orgullosa de la voz «España» desde el progresismo. (Se puede ver más abajo la intervención de Ramón Cotarelo en el vídeo «Cataluña, Good bye Spain?» 11'35'', 25'45'' y sobre todo 41'13''). Paco Ibáñez puso voz a varios poemas de la mejor generación que el mundo de la cultura española dio jamás. Aquí no podría hacer justicia a esto, así que apenas dejaré dos testimonios, los de Rafael Alberti y Gabriel Celaya.

Es dolorosamente cierto que el franquismo enterró a sangre y fuego la creación de un espacio de construcción cultural de un nacionalismo inclusivo, que es característico de la izquierda, para sustituirlo por uno excluyente que clama por la asimilación forzosa de todo aquello que no pueda ser por naturaleza propia considerado parte del modelo único. España, por (de)méritos propios o por el ensañamiento de la historia, es hoy por hoy, más que nunca, un Estado fallido.

Dejo aquí tres muy buenos debates a este respecto de con seguridad los dos mejores programas de este tipo que aquí puede verse: