lunes, 31 de marzo de 2008

El secuestro de la Memoria


Resulta curioso que la imagen que puede verse sobre estas líneas —la más importante del siglo XX junto con, quizás, la de la multitud concentrada sobre el Muro de Berlín o alguna otra sobre el triunfo de la revolución bolchevique— no esté, en mi opinión y lamentablemente, muy difundida.

Esta fotografía simboliza, nada más y nada menos, que el final del mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial, y el triunfo sobre el aborto ideológico más destructivo y mortífero que el hombre haya conocido: el fascismo y, más concretamente, en su vertiente alemana que fue el nazismo. Éste resultó, como lo ha definido Ferrán Gallego, el fascismo más completo y perfeccionado de todos, el único que logró ser llevado hasta sus últimas consecuencias. Cabría preguntarse entonces el porqué de esta falta. Pero volvamos a la fotografía.

A muchos les sonará más la imagen de las tropas aliadas desembarcando en Normandía o izando la bandera sobre Iwo Jima; incluso —y como me recuerda a veces un muy querido colega— la imagen del hongo atómico, que pretende —y lo consigue— con toda su soberbia, hipocresía pero sobre todo crueldad inimaginable, ser la imagen no de la masacre sino de la nueva era, una era tecnológica que anticipaba con toda su crueldad y majestad el mundo de las superpotencias.

Sin embargo, la imagen del soldado soviético colocando la bandera roja sobre el Reichstag simboliza el fin del conflicto europeo, lo cual es en sí mismo más importante que todas las demás fotografías juntas —ha excepción quizás del hongo atómico, que yo personalmente la colocaría aparte—. Creo pues, que tal imagen nunca ha tenido la relevancia histórica merecida.

Yo remarcaría dos hechos paralelos y complementarios entre sí, que ejemplificarían esta supuesta carencia. 1) El fin de la guerra en Europa se asocia al fin del nazismo y 2) a un Berlín y una Europa dividida entre «oriente y occidente», o lo que es lo mismo, entre «nuestra Europa» y la «otra», la «ocupada».

Cabría quizás hacer varias valoraciones a esto que, en mi humilde opinión, es algo universalmente aceptado, o casi. Primero, a los nazis en Nüremberg no los juzgaron los norteamericanos —como también creo que es generalmente aceptado—, sino un tribunal internacional formado por rusos, franceses, ingleses y estadounidenses. Segundo, la guerra la ganó, sobre todo y en una proporción inversamente proporcional a los estragos que ésta causó en su territorio, la Unión Soviética. Tercero, Rusia es parte integrante de Europa, por lo que es más que cuestionable atribuirle el término «oriental» para referirse a una realidad europea a menos claro que se le pretenda dar un sentido antagónico, de enemigo, empleando una terminología muy tradicional en la historia de Europa y, más concretamente, del cristianismo. Cuarto, por la misma, Berlín «este» y «oeste», dan un sentido similar a la realidad que allí se impuso, dándole al centro neurálgico de las disputas un sentido más antagónico si cabe. Denominaciones más análogas tipo «Berlín oriental» resultan ser más que elocuentes. ¿Alguno ha dividido alguna vez su ciudad en oriental y occidental? Ciertas cosas rozan lo esperpéntico y sobrepasan lo grosero.

La memoria es pues algo muy volátil y a la vez increíblemente maleable. Sin embargo, la verdad termina imponiéndose, quizás tarde más de lo debido —y de eso se trata en gran parte—, pero acaba haciéndolo. Quizás el recuerdo de la victoria de la guerra mundial siga siendo importante acapararlo, desde luego lo es en los EE.UU., que con todo su pasada y presente bélico, es aún hoy día la guerra más popular de su historia y los nazis, en el imaginario colectivo, siguen siendo la «encarnación del mal» más perfecta y fidedigna que pueda encontrarse.

No obstante, en España no tendríamos que irnos tan lejos para verificar esto. Y es que la Ley de la Memoria Histórica levanta auténtica urticaria en un sector de la política que, no se olvide nadie, representa a diez millones de españoles. Igualmente, aún nadie se atreve a hablar —me refiero concretamente a los Medios— abiertamente de la Monarquía —esto es más comprensible puesto que les ampara la censura legalizada en la propia Constitución acerca de la Casa Real— o la Transición. Qué y quiénes la hicieron posible, qué condiciones coyunturales provocaron la inviabilidad de la dictadura. Pero sobre todo, reconocer a los que propiciaron tal coyuntura.

La Casa Real y la Monarquía son instituciones vetadas según qué casos en este país. Si bien no se prohíbe hablar de lo «majete» que es nuestro rey, sí se prohíbe y sanciona cualquier comentario crítico acerca de sus finanzas —por cierto de proveniencia pública—, sus vicios o insanas costumbres —especialmente para lo que se considera moral o moralizante para el común de los mortales en nuestro país— o sobre lo legítimo y no de su posición y cargo. Hay algo execrable, el secuestro de las conciencias y la opinión pública españolas a través de la memoria.

La actividad propagandística que del papel del Rey en el golpe del 23-F se hace va en esta dirección. El Rey no fue quien trajo la democracia a España por cesión directa del propio Franco —sólo faltaba—, como los documentos y reportajes que en torno a la Transición transmite cada año los medios de comunicación y todo tipo y signo de políticos y periodistas. Por descontado, tampoco a él debemos la pervivencia de nuestro sistema democrático.

El secuestro de la memoria sigue siendo un elemento de control social muy fuerte además. La Segunda Guerra Mundial y los nazis concretamente, siguen muy vivos y presentes en el recuerdo de toda la humanidad y controlar, o al menos neutralizar, ese recuerdo tiene una importancia capital. Conceder el mérito de la victoria aliada y del fin del nazismo a los soviéticos sería hacer una concesión que podría confundir a la audiencia, esto es, a la ciudadanía occidental. Un hecho tan crucial como el que refleja esta imagen no puede ser obra de «nuestro enemigo», aquel que amenazaba el estilo de vida y la hegemonía —algo que se interiorizaba— de occidente. La guerra mundial había —y aún hoy ha— de ser otra cosa.

Cómo entonces, si ni siquiera se hace justicia histórica —a nivel siempre mediático hablamos, en lo académico esto es una obviedad— con algo que acaeció hace ya más de 60 años, incluso con la verdad sobre la república española, se puede hacer justicia contando una verdad capaz de cuestionar los pilares mismos de nuestro sistema parlamentario —monarquía parlamentaria— reconociendo a aquellos que dieron todo lo que tenían porque éste llegase.

Se sabría, entonces, que la democracia no vino sola, que nunca se ha reconocido a aquellos que entregaron su juventud e incluso sus vidas porque viniera lo antes posible, que el Partido Socialista —aunque sí algunos de sus militantes— no hizo nada por ello, que nunca se reconoció al Partido Comunista tal grande y obligado mérito, que fue precisamente por evitar un «caso italiano» —el PCI llegó a tener más del 35% de los votos, en gran medida por ser quien aglutinó la oposición al fascismo en Italia— que diera al PCE una fuerza demasiado grande, quizás tal que pudiese desplazar el espectro moderado de la izquierda, el PSOE —Henry Kissinger se entrevistó con Adolfo Suárez y, célebremente, se dice que éste le dijo al futuro presidente español antes de despedirse: «recuerde, un 5%», en clara alusión a lo que los comunistas debían obtener en las elecciones generales— y que, por tanto, la actual Ley Electoral, presentada como «de estabilidad», no es sino la fórmula a la que se llegó para controlar al PCE.

La «estabilidad» no es otra cosa que el cheque en blanco que se da al público como justificante del bipartidismo, en la práctica reflejado en el mimetismo político PSOE-PP.

Tal cosa no es sino un secuestro de la Memoria, de las conciencias y de la Democracia misma. Que cada cual juzgue por sí mismo.

jueves, 20 de marzo de 2008

Por el cambio de la ley electoral

Como vimos en las pasadas elecciones —y en todas las anteriores—, la situación exige un cambio de ley electoral. El injusto reparto por circunscripciones violenta en todo sentido y medida el principio mismo de justicia y equidad que todo sistema democrático debe tener. Esto es un deber que atañe al conjunto de la ciudadanía, sea votante de lo que sea o simplemente sea votante o no.

Los resultados y el reparto de escaños hablan por sí solos. Por supuesto, por mero interés político, a un votante nacionalista de, por ejemplo CIU, no interesaría ni tan siquiera mínimamente el cambio de la actual ley. Por ende, por el beneficio y oportunismo electoralista, no sería deseable para las agrupaciones políticas de este tipo tal cambio. Pero en una decisión de tal trascendencia no debiera medirse, merced a la ética política —si es que quedan resquicios de ella—, según el burdo interés. Lo que se está manifestando al momento de firmar y apoyar el presente comunicado, es el apoyo a las reivindicaciones por la igualdad democrática. Ciento veinte mil votos no pueden tener el mismo valor que casi un millón.

Se ha forzado desde los medios a la ciudadanía en su conjunto a interiorizar que la ley es la más justa de las posibles dadas las condiciones objetivas de la realidad española. Suele, sin embargo, dudar la gente del grado de representatividad del parlamento, de si ésta es fiel a las realidades políticas del Estado. Suele también quejarse la gente de las políticas que se acometen, no siempre —o casi nunca— acordes con las necesidades sociales del conjunto de la ciudadanía. Suele quejarse la gente de los pactos con partidos nacionalistas que rompen el equilibrio igualitario del principio, también básico, del reparto de la riqueza en el conjunto de las distintas nacionalidades —o entidades regionales si se prefiere— que conforman el Estado.

Yo soy de los que piensa que debería existir una cámara de representación autonómica —o federal llegado el caso— en la que todas las comunidades estén representadas por igual y de la forma más equitativa posible. No entiendo que por el hecho de haber algunas entidades nacionales periféricas desarrollado un mayor grado bien de autonomía bien de nacionalismo o los dos a la vez, posean la capacidad de decidir el equilibrio —siempre egoísta y siempre a su favor— del reparto de la riqueza.

Muchos argüirán que también las aportaciones a las arcas del Estado son igualmente desiguales, y no digo que no; esto es objetivamente cierto. Lo que no creo igualmente que deba prestarse a subjetivismos es el principio de reparto equitativo según las necesidades y realidades de cada provincia. Por desarrollo histórico desigual, Cataluña, Euskadi y Madrid, por citar algunos casos, son regiones ricas que aportan una mayor cantidad en concepto de impuestos al Estado. Otras regiones no han tenido la suerte, o como en el caso de Asturias la desgracia, de tener un desarrollo histórico-económico desigual o desventajoso.

No creo que sea subjetivo afirmar que los que más tienen han de ser los que más han de dar y los que menos, los que más deban recibir. Opino que esto es objetivo.

La entrada de CIU en el gobierno, como ya sucediera en tiempos del llamado felipismo, rompe este equilibrio ya de por sí tremendamente delicado. Esto puede reconocerlo hasta el más catalanista de todos. De no ponerse fin a esta flagrante injusticia, estaremos atentando contra los principios de la Democracia misma, de ésta como plasmación del principio de Soberanía Nacional.

Se pide, con esta firma, ser demócratas.

http://www1.izquierda-unida.es./leyelectoral.htm


domingo, 16 de marzo de 2008

"No quiero nada a la izquierda del PSOE"

Bueno, las elecciones han finalizado —ya hace varios días— y si he tardado en responder ha sido por varios factores que han actuado conjuntamente. Primero que tuve que desplazarme a Asturias para asistir a unas jornadas sobre fascismo que organizábamos un colectivo de estudiantes y que, dicho sea y gracias al trabajo de algunos de nosotros, todo salió estupendamente. Segundo y tercero, la falta de tiempo por estar dedicándome a lo anterior y el poder digerir con cierta tranquilidad los resultados me ha impedido hasta ahora de hacer cualquier tipo no ya de análisis, sino de comentario al respecto.

No creo que haya mucho que decir de los resultados: PSOE ganó previsiblemente y también previsiblemente estuvo a punto de lograr la mayoría absoluta que tanto anhelaban. El PP perdió por efecto de esto primero y, realmente nunca tuvo oportunidad alguna de ganar la elección. IU bajó, pero no sólo en votos, sino también en escaños y a este respecto es a lo que me centraré, no ya por el interés mío particular sino porque creo que es o debería de ser, el tema central del debate post-electoral.

Voy a dar el argumento principal para que eso no sea rebatido: hablar de IU en las elecciones es hablar de la pervivencia y la legitimidad mismas del propio sistema democrático. ¿A alguien le parece esto excesivo o sobredimensionado? Por partes y muy sintéticamente porque no quiero y no creo que esto deba alargarse más de lo necesario. Pretendo ser lo más conciso posible.

CIU ha logrado 11 escaños, 9 más que Izquierda Unida pese a estar esta 200.000 votos por encima. Esquerra Republicana de Catalunya ha tenido 3 escaños, uno más que IU pese a tener 600.000 votos menos. El PNV 6 escaños con poco más de 300.000 votos, Coalición Canaria tendrá durante esta legislatura los mismos diputados que Izquierda Unida pese a tener apenas 164.000 votos, 6 veces menos que ésta. Lo mismo le ocurrirá al BNG con casi 5 veces menos votos pero con igual número de escaños y a UPD que ha obtenido 3 veces menos que IU pero que tendrá la mitad de escaños. Extrañas matemáticas.

Así pues, no sólo voy a denunciar la injusticia, sino la tolerancia que a esta acompaña, el silencio y la no denuncia de los medios de comunicación y la complicidad del resto de los partidos políticos. En mi caso y el de los más de 60.000 asturianos que hemos votado a IU en estas elecciones vemos una vez más como, ante la imposibilidad de conseguir un escaño —habría sido necesario para obtener apenas 1 lograr 4 veces más votos que el partido más votado—, se tiran nuestros votos directa y literalmente a la basura. ¿Todos los votos valen lo mismo?

Esto es un secuestro no de la democracia española, que desde que se estableció la Constitución de 1978 viene siendo así, sino de la esencia misma de la democracia. Esto no es “un hombre un voto”, ni remotamente siquiera. Los derechos ciudadanos, incluso el más elemental como es el de votar y del que tanta gala hace siempre la clase política y los medios de comunicación, se han corrompido o incluso podría ser más contundente diciendo que han sido ridiculizados, despreciados, manipulados, maniatados, secuestrados.

Tal secuestro comenzó hace ya treinta años y para ello se arguyó que había que garantizar la estabilidad de la democracia que nacía. Pues bien, ha pasado ya tiempo creo que suficiente para que esto cambie, aunque sólo sea por ética o mera moral política, incluso y si se quiere por haber ya logrado desarrollar un sentimiento de respeto a la democracia.

El mayor problema que veo es, a mi entender, que tal sentir no es tal y que, lamentablemente, nuestra democracia no es tan sólida como pueda parecer lo que unido al hecho objetivo que creo que a la gente más debe horrorizarle, esto es, la asunción cada vez mayor de la democracia norteamericana sobre la española. Si algo han logrado estas elecciones que más allá de la injusticia evidente que se ha hecho con Izquierda Unida, es el que se haya afianzado puede que definitivamente el modelo bipartidista en España. Esto, lejos de ser algo sano, traerá como inevitable consecuencia —y esto interesará a cualquier votante de izquierdas— de que se logre lo que hace ya bastantes años parecía exigir el entonces presidente de gobierno y del partido socialista: “no quiero nada a la izquierda del PSOE”.

Esto, muy bueno por supuesto para el partido socialista —y para el Partido Popular que nadie se engañe—, traerá una grave consecuencia: la moderación política, o lo que es lo mismo, la derechización de la derecha hacia la extrema derecha —lo cual ya puede percibirse desde los últimos años— y la deriva de la izquierda socialista hacia el centro político —algo que ya es un hecho consumado y cristalizado— y luego del centro izquierda —que ya en efecto es— al centro derecha.

A los que no lo crean quizás puedan preguntarse ¿por qué no habrá un equilibrio estático de fuerzas izquierda y derecha representadas en dos partidos claramente definidos? Para empezar, porque parece difícil lograr el estatismo político como si la historia se hubiera ya detenido, también porque parece que los partidos no son tan claramente distintivos y para finalizar porque no habrá una demanda, un inconformismo social materializada en una vanguardia obrera dispuesta a luchar las batallas que propiciaron tantos avances democráticos —o según Geoff Eley casi los únicos—. La sociedad, sin “los imprescindibles” que decía Brecht, tragará lo que sea y de hecho, en muchos sentidos ya lo está haciendo.

Puede que hoy, Felipe González, esté más cerca de conseguir lo que se propuso. Tiene dignos sucesores.