miércoles, 29 de septiembre de 2010

"Razones para una huelga"


En mayo del 68, un grafiti en una calle de París recogía un antiguo proverbio oriental: “Cuando el sabio señala la Luna, el ingenuo mira el dedo”. Los jefes de Estado y de Gobierno en el último Consejo Europeo han hecho de ingenuos discutiendo si la comisaria de Justicia había estado más o menos acertada y olvidándose del verdadero problema: la postura racista del Gobierno francés. Ante la huelga, parece que todos nos hemos convertido en ingenuos; mirando el dedo, nos enfrascamos en una discusión bizantina acerca de si los sindicatos son mejores o peores o actúan bien o mal, como si la huelga se hiciese a favor o en contra de las organizaciones sindicales. Miramos el dedo y nos olvidamos de la Luna.
La Luna se encuentra en la enorme injusticia que representa el hecho de que terminen soportando el coste de la crisis los que no la han causado y tampoco se han beneficiado de los años de bonanza. Hay que mirar a un Gobierno que ha estado presto en confesar el credo marxista, pero el de los hermanos Marx –“Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”– y a defender estos otros –abaratamiento del despido, flexibilidad laboral, reforma (léase, reducción) de las pensiones– se ha dedicado con el mismo entusiasmo que había defendido los contrarios.
La razón de la huelga se localiza en una clase empresarial que se apodera de las ganancias en los momentos de prosperidad; pero huye de cualquier riesgo y se niega a soportar los costes en las épocas de crisis; que no busca ser competitiva mediante el incremento de la productividad, sino reduciendo más y más los costes laborales y los impuestos; que primero pide que se le permita la contratación temporal, para más tarde aducir la dualidad del mercado con el fin de convertir todos los contratos en precarios.
Los motivos de la huelga se hallan en la política económica aplicada, primero, por los Gobiernos de Aznar y, más tarde, por los de Zapatero, que han convertido el sistema fiscal español en el más regresivo de Europa y han permitido que las entidades financieras engañasen a los clientes y creasen la burbuja inmobiliaria. Hay que señalar a la Unión Monetaria que, asentada en los principios del neoliberalismo económico, hace imposible el Estado social e incluso la democracia, y hay que apuntar a lo que llaman globalización, que únicamente es la supremacía del capital sobre el poder político. Dejemos de mirar el dedo y fijémonos en la Luna.

Por Juan Francisco Martín Seco (Público, 25/09/10)

martes, 28 de septiembre de 2010

"Si no vienes mañana"

“Ningún empresario ha intimidado a sus trabajadores. Lo que queremos es que haya libertad para que quien quiera trabajar, pueda trabajar.” -Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE-


Parece que en algunas empresas el lema para la huelga no es el “Yo voy” de los sindicatos, ni el “No vayas, que será un fracaso” del piquete mediático. Hay empresarios que han creado un lema propio, que repiten a sus empleados estos días: “Si no vienes el 29, tampoco vengas el 30”. Algunos se contienen las ganas de hacer pegatinas con la consigna; otros, más discretos, se dedican a preguntar quién va a hacer huelga, “por nada, sólo por saberlo para organizarnos…” Y los más sofisticados ni tienen que decirlo, pues sus trabajadores ya les leen el pensamiento.

Parafraseando ese lema que extiende el desánimo y el miedo, podríamos formular otro para mañana: “Si no vienes el 29 (a la huelga), no esperes más huelgas”. Porque sumarse puede tener un coste a corto plazo: un día de sueldo, represalias, no ser renovado. Pero no hacerla puede tener un precio mayor a largo plazo: un golpe a la capacidad de organización y de lucha de los trabajadores, como intentan algunos.

La huelga es contra la reforma laboral, sí. Pero fíjense que los antihuelga no defienden la reforma, sino que se centran en atacar a los sindicatos y al derecho de huelga. Y es que, tras aprovechar la crisis para comerse derechos sociales, algunos ven la ocasión para cobrarse otra pieza apetecida: los sindicatos.

Sé que hay muchos descontentos con los sindicatos mayoritarios. Pero ahora no toca atacarlos ni defenderlos, sino pelear contra los recortes, los ya aprobados y los venideros, y pelear por las posibilidades futuras de acción colectiva, entre ellas la huelga. Porque no nos engañemos: la criminalización de CCOO y UGT no busca una renovación sindical, ni unas organizaciones más combativas, sino todo lo contrario: el modelo que nos proponen es el cuerpo a cuerpo entre trabajador y empresario, sin molestos intermediarios.

La huelga la convocan los sindicatos, pero la hacemos los trabajadores. La de mañana la secunda todo tipo de organizaciones sociales y vecinales, así como otros sindicatos. Son tantos los que apoyan, y tantos los motivos que dan, que cada uno puede elegir por qué y con quién hace huelga. Yo voy.

Por Isaac Rosa, Público (28/09/10)

lunes, 27 de septiembre de 2010

70 años sin Walter Benjamin


XI

El conformismo, que desde el principio se encontró a gusto en la socialdemocracia, no afecta sólo a sus tácticas políticas, sino también a sus ideas económicas. Esta es una de las razones de su colapso ulterior. No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente. E1 desarrollo técnico era para ella el declive de la corriente con la que creía estar nadando. De allí no había más que un paso a la ilusión de que el trabajo en las fábricas, que sería propio de la marcha del progreso técnico, constituye de por sí una acción política. Bajo una figura secularizada, la antigua moral protestante del trabajo celebraba su resurrección entre los obreros alemanes. El programa de Gotha muestra ya señales de esta confusión. Define al trabajo como “la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. Presintiendo algo malo, Marx respondió que el hombre que no posee otra propiedad aparte de su fuerza de trabajo “está forzado a ser esclavo de otros hombres, de aquellos que se han convertido... en propietarios”. A pesar de ello, la confusión continúa difundiéndose y poco después Josef Dietzgen proclama: “Trabajo es el nombre del mesías del tiempo nuevo. En el... mejoramiento... del trabajo... estriba la riqueza, que podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr.” Esta concepción del marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene demasiado en la cuestión acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo. Entre ellos se encuentra un concepto de naturaleza que se aleja con aciagos presagios del que tenían las utopías socialistas anteriores a la revolución de 1848. E1 trabajo, tal como se lo entiende de ahí en adelante, se resuelve en la explotación de la naturaleza, explotación a la que se le contrapone con ingenua satisfacción la explotación del proletariado. Comparados con esta concepción positivista, los fantaseos que tanto material han dado para escarnecer a un Fourier revelan un sentido sorprendentemente sano. Para Fourier, el trabajo social bien ordenado debería tener como consecuencia que cuatro lunas iluminen la noche terrestre, que el hielo se retire de los polos, que el agua del mar no sea más salada y que los animales feroces se pongan al servicio de los hombres. Todo esto habla de un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, es capaz de ayudarle a parir las creaciones que dormitan como posibles en su seno. Al concepto corrupto de trabajo le corresponde como complemento esa naturaleza que, según la expresión de Dietzgen, “está gratis ahí”.

XII
Necesitamos de la historia, pero de otra
manera de como la necesita el ocioso exquisito
en los jardines del saber.
(Nietzsche, Beneficios y perjuicios de la historia para la vida)

El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento «Spartacus», ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia. En el curso de treinta años ha logrado borrar casi por completo el nombre de un Blanqui, cuyo timbre metálico hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase desaprendió lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados. Si hay una generación que debe saberlo, esa es la nuestra: lo que podemos esperar de los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras grandes acciones sino que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos. —La revolución rusa sabía de esto. La consigna “¡Sin gloria para el vencedor, sin compasión con el vencido!” es radical porque expresa una solidaridad que es mayor con los hermanos muertos que con los herederos.


XIII
Puesto que nuestra causa se vuelve más clara
cada día y el pueblo cada día más sabio.
(Wilhelm Dietzgen, La filosofía socialdemócrata)

La teoría socialdemócrata, y aún más su práctica, estuvo determinada por un concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino que poseía una pretensión dogmática. Tal como se pintaba en las cabezas de los socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso de la humanidad misma (y no sólo de sus destrezas y conocimientos). Segundo, era un progreso sin término (en correspondencia con una perfectibilidad infinita de la humanidad). Tercero, pasaba por esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente un curso sea recto o en espiral). Cada uno de estos predicados es controvertible y en cada uno ellos la crítica podría iniciar su trabajo. Pero la crítica —si ha de ser inclemente— debe ir más allá de estos predicados y dirigirse a algo que les sea común a todos ellos. La idea de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar por un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea de progreso en general.


XVIII

En la idea de la sociedad sin clases, Marx secularizó la idea del tiempo mesiánico. Y es bueno que haya sido así. La desgracia empieza cuando la socialdemocracia eleva esta idea a "ideal". E1 ideal fue definido en la doctrina neokantiana como una "tarea infinita". Y esta doctrina fue la filosofía escolar del partido socialdemócrata —de Schmidt y Stadler a Natorp y Vorländer. Una vez definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo, se transformó, por decirlo así, en una antesala, en la cual se podía esperar con más o menos serenidad el advenimiento de la situación revolucionaria. En realidad, no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria —sólo que ésta tiene que ser definida en su singularidad específica, esto es, como la oportunidad de una solución completamente nueva ante una tarea completamente nueva. Al pensador revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de cada instante histórico se le confirma a partir de una situación política dada. Pero se le confirma también, y no en menor medida, por la clave que dota a ese instante del poder para abrir un determinado recinto del pasado, completamente clausurado hasta entonces. E1 ingreso en este recinto coincide estrictamente con la acción política; y es a través de él que ésta, por aniquiladora que sea, se da a conocer como mesiánica. La sociedad sin clases no es la meta final del progreso en la historia, sino su interrupción, tantas veces fallida y por fin llevada a efecto.


B

Es seguro que los adivinos que inquirían al tiempo por los secretos que él guarda dentro de sí no lo experimentaban como homogéneo ni como vacío. Quien tiene esto a la vista puede llegar tal vez a hacerse una idea de la forma en que el pasado era aprehendido en la rememoración, es decir, precisamente como tal. Se sabe que a los judíos les estaba prohibido investigar el futuro. La Thorá y la plegaria los instruyen, en cambio, en la rememoración. Esto los liberaba del encantamiento del futuro, al que sucumben aquellos que buscan información en los adivinos. A pesar de esto, el futuro no se convirtió para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Porque en él cada segundo era la pequeña puerta por la que podía pasar el Mesías.

domingo, 26 de septiembre de 2010

"Los sindicatos llevan razón"

Existe una visión muy generalizada en amplios sectores políticos y mediáticos españoles (incluyendo algunos de izquierdas) que considera que el nivel de integración de las economías de los países en la economía mundial global es tal que la globalización económica es, en realidad, la que determina lo que un país puede hacer o dejar de hacer. En esta visión, los estados deben someterse a los dictámenes de ese orden económico globalizado, hasta el punto de que el sistema democrático dentro de cada país desaparece y se convierte en irrelevante. La última versión de este determinismo globalizador es la respuesta de la Unión Europea y de España al dictamen de los mercados financieros. Se subraya en los mayores medios de información que, en respuesta a las exigencias de estos mercados, no hay otra alternativa que llevar a cabo políticas impopulares (tales como las políticas de austeridad de gasto público y social, y las desreguladoras del mercado de trabajo que faciliten el despido, entre otras) para tranquilizar a los mercados y evitar así que estos penalicen a tales estados, dificultando el pago de la deuda soberana y la obtención de crédito.
Se nos dice que no entender esta realidad y oponerse a estas políticas, tal como hacen los sindicatos en la Unión Europea (también en España) y los partidos a la izquierda de los partidos gobernantes es “estúpido”, tal como afirmaba Fernando Vallespín en su artículo de El País “La huelga zombi” (17-09-10). Este artículo, además de criticar a tales partidos y sindicatos “por demonizar el capitalismo”, señalaba que un indicador de la inevitabilidad de las políticas realizadas por el Gobierno español era la falta de propuestas de políticas públicas alternativas por parte de tales agentes sociales e instrumentos políticos. Decía Vallespín que muchos de ellos no habían hecho propuestas (porque según él no existían) de cómo, por ejemplo, compaginar “el gasto público social con la respuesta necesaria para evitar el pago de excesivos intereses debido a los mercados financieros”. En realidad, tal artículo (tanto en su contenido como en su tono insultante) es representativo de la hostilidad presentada por los cinco rotativos de mayor difusión del país hacia la convocatoria de huelga general y hacia sus convocantes –los sindicatos– y los partidos que apoyan tal convocatoria.
Tal argumento de inevitabilidad es, sin embargo, profundamente erróneo. Su función no es explicar la realidad económica, sino justificar unas políticas públicas, detrás de las cuales están la banca –que causó la crisis financiera– y la gran patronal –que facilitó la aparición de la crisis (ver mi artículo “La causa de la crisis”, Público, 09-09-10)–, así como las instituciones dominadas por el capital financiero (como el Fondo Monetario Internacional) y las derechas europeas (como el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo). En realidad, las políticas que están desarrollando los gobiernos de la eurozona, en respuesta a las presiones de aquellas instituciones, son las mismas políticas que han estado presionando durante muchos años. Quieren utilizar la crisis (que ellos provocaron) para conseguir lo que han deseado siempre. Y utilizan ahora el argumento de los mercados financieros (como antes utilizaron el argumento de la globalización) para subrayar que no hay alternativas a las políticas que ellos proponen.
La realidad, sin embargo, es distinta. Los mercados financieros hablan con muchas voces, y no puede concluirse que lo que están exigiendo sea la reducción del déficit mediante la reducción del gasto público. La agencia Moody’s, por ejemplo, indicó (30-06-10) que el problema de España eran “las débiles perspectivas de crecimiento de su frágil economía” (que la reducción del gasto público acentuará). Los países que están experimentando mayores dificultados (los famosos PIGS, Portugal, Irlanda, Grecia y España) tienen, por cierto, el menor gasto público de la eurozona, y sus políticas fiscales son las más regresivas. Pero, independientemente de lo que dijeran tales agencias, el hecho más importante es que el mismo establishment europeo que está proponiendo estas medidas impopulares tiene en sus manos el poder para imponer su voluntad sobre tales mercados (ver mi artículo “Otras políticas públicas son posibles y necesarias”, 29-07-10 en www.vnavarro.org). No es cierto que los estados deban someterse a los mercados. Los estados y la Unión Europea pueden controlar los mercados. La evidencia de ello es abrumadora. Lo que ocurre es que la enorme influencia política del capital financiero sobre tales estados hace que se sigan aquellas políticas impopulares. Y ahí está la raíz del problema, un problema que es político más que económico: las relaciones de poder dentro de cada Estado.
La Unión Europea que tenemos es la Europa que han ido configurando las derechas con la ayuda del socioliberalismo, que ha construido una Europa a las espaldas de las poblaciones de sus estados miembros, que presenta sus propias propuestas como las únicas posibles. Pero existen alternativas, y también en España. No es cierto que –como Vallespín afirma– los sindicatos y las izquierdas no hayan hecho propuestas alternativas. Para cada política neoliberal existen propuestas alternativas. En lugar de intentar conseguir fondos para el Estado congelando las pensiones y disminuyendo los salarios de los empleados públicos, se ha propuesto revertir las políticas fiscales regresivas que restaron ingresos al Estado. Y en lugar de gastar cantidades ingentes en la banca y en las cajas, se ha propuesto hacer de las cajas bancos públicos, para facilitar el crédito, y así un largo etcétera.
El hecho de que Vallespín parezca desconocer tales propuestas puede deberse a que sólo lee los diarios de mayor difusión donde, en su avalancha hostil en contra de la huelga general, nunca aparecen tales alternativas, como parte de una discriminación antidemocrática contra las izquierdas. Pero ahora, además de ignorarlas, importantes voces del establishment mediático las insultan, llamándolas “estúpidas”. La abundante evidencia existente sobre estas alternativas, sin embargo, hace merecedores de tal calificativo a quienes lo utilizan.

Por Vicenç Navarro (catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University)

Aparecido en Público el 23/09/10

sábado, 25 de septiembre de 2010

"Los palestinos, más solos"


[En 2003] El pueblo palestino pierde a uno de sus mejores valedores: fallece Edward Said, intelectual nacido en Jerusalén, autor de una obra crítica de reconocido prestigio y firme defensor de la causa palestina. Los escritos de Said sobre el orientalismo desmontaron los discursos eurocentristas e islamófobos, y anticiparon la conversión del mundo árabe en escenario de guerras en este comienzo de siglo. Said murió sin ver cumplido su sueño: un Estado para el pueblo palestino y el regreso de los expulsados por Israel. Hoy, cuando se reanudan las negociaciones, se echa de menos su voz crítica.

Aparecido en Público (25/09/10, p.6).

jueves, 23 de septiembre de 2010

Derechos de los trabajadores en una huelga


¿Los Servicios Mínimos son legales?

Los únicos servicios mínimos legales son aquellos que están publicados en el Boletín
Oficial del Estado o en el del Gobierno autonómico que corresponda.

En ese boletín sale mencionado explícitamente el nombre de la empresa y departamento
que tiene que hacer un servicio mínimo. El empresario, mediante carta, ha de hacer
mención al punto del BOE exacto que justifique el servicio mínimo.

En el sector de Informática o Consultoría es casi imposible que haya cualquier tipo
de servicio mínimo. El establecimiento de servicios mínimos fuera de los indicados
por el Gobierno se consideran un ataque gravísimo al derecho de Huelga y es
denunciable.

Mi Jefe me pregunta si voy a hacer Huelga ¿Tengo que responderle?

NO. El trabajador notifica a su empresa que hace Huelga cuando no va a trabajar.
Esta decisión se puede tomar en el último momento y no afecta si antes dijo lo
contrario.

Mi Jefe me presiona para que no haga Huelga ¿Qué hago?

El derecho a Huelga es considerado un derecho fundamental de los ciudadanos y, como
tal, protegido especialmente por la Constitución.

Si algún jefe o empresario coacciona a un trabajador para que no haga Huelga está
cometiendo un delito muy grave. Debe ser parado y denunciado. Ponte en contacto con
la Sección Sindical de tu empresa en la que confíes más.

Ese día me toca Guardia ¿tengo que hacerla?

NO. En la Huelga, legalmente, no se realiza ningún tipo de trabajo, sea el habitual
o el puntual como una intervención por guardia.

De hecho, uno de los objetivos de una Huelga es que la ausencia de nuestro trabajo
tenga consecuencias en sus negocios. ¿No somos tan prescindibles para ellos? ¿No nos
tratan como basura o despiden a la primera oportunidad?

Que comprueben cómo de prescindibles son los 'recursos'.

Si tienes móvil o portátil de guardia dáselo a la empresa o simplemente apaga el
móvil las 24 horas de la Huelga.

¿Las horas que no trabaje las tengo que recuperar después?

En absoluto.

Y la Huelga ¿Servirá para algo?

Todo lo que hemos conseguido como trabajadores nunca se nos ha regalado. Desde el
esclavismo del s.XIX cualquier mejora ha sido arrancada mediante movilizaciones y
lucha de los trabajadores en diferentes países.

En todo este tiempo hemos parado también innumerables agresiones mediante nuestra
movilización. A veces no es suficiente y no hay garantía asegurada de victoria
porque el enemigo es muy poderoso, pero podemos tener algo muy claro: Si no
luchamos, nos machacan hoy y nos aplastarán mañana.

La Historia no es sólo un libro, es la evidencia de que luchando recuperamos
dignidad y seguridad mientras que no haciendo nada compramos sumisión, miedo y
explotación salvaje.

(Fuente: http://www.nodo50.org/coord-informatica/?q=node%2F169)

lunes, 20 de septiembre de 2010

El ángel de la Historia


Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
(Walter Benjamin, Tesis de la Historia, IX)

domingo, 12 de septiembre de 2010

Afganistán: la guerra y la reconstrucción

En un reciente artículo de opinión, Jesús Cuadrado Bausela, el portavoz de Defensa del PSOE en el Congreso, defendía no tanto la intervención en el país afgano como su «reconstrucción», convertida en deber del ‘mundo libre’. Su opinión viene a coincidir con otras muchas escuchadas y leídas en los medios españoles a raíz del cuestionamiento de la idoneidad de la misión por la muerte de dos guardias civiles españoles el agosto pasado.

Carlos Echevarría, profesor de Relaciones Internacionales de la UNED, subrayaba que la misión fue acordada en 2001 por mandato de Naciones Unidas y comandada por la OTAN a partir de 2003, y es «legal y legítima y, aunque se alargue en el tiempo, hay una obligación de reconstruir el Estado afgano» en términos políticos, humanitarios y de seguridad. Desde la Fundación Ideas (el criadero ideológico del PSOE) coinciden con seguir con la guerra y, tal como apunta su responsable de departamento internacional, Antonio Estella: «La misión debe continuar hasta que se cumplan los objetivos propuestos». Entre otras razones porque, según señalan fuentes del Ministerio de Defensa, esta misión de «imposición de la paz que se desarrolla en un escenario de conflicto» (de ahí que haya que «imponer» la paz) se inició «para garantizar la seguridad en el mundo» tras los atentados del 11-S. A veces se olvida, señalan esas fuentes, que «un régimen opresor como el talibán exportaba terroristas al mundo».

Unas declaraciones tales, podrían haber sido firmadas por cualquier ‘halcón’ de Washington, y de hecho parecen seguir ciertos formulismos venidos del otro lado del Atlántico: «cuando la misión ISAF cumpla definitivamente sus objetivos, el mundo será mejor y eso no tiene precio».

Las posturas que defienden el intervencionismo, y en particular el artículo que aquí se trata de Jesús Cuadrado, son realmente oportunistas y vienen a defender, discursivamente y con enormes dosis de populismo y demagogia, la misión «humanitaria y de reconstrucción» del país, al tiempo que se obvian las razones que motivaron la intervención, sin necesidad de remontarse al encumbramiento talibán por parte de los EEUU durante los años ochenta para desestabilizar a los soviéticos, quienes habían invadido por entonces ese país. Pintar de «humanitaria» una ocupación militar de un territorio por defensar su liberación es aberrante, pero siempre se deja espacio entre las motivaciones para que el lector pueda entrever sucintamente la seguridad propia. Por un lado, se «garantiza la seguridad» en una parte del mundo al tiempo que se sepulta con bombas y pólvora otra bien delimitada.

Que el mundo iba a ser un «lugar mejor» es algo que se llegó a repetir hasta la saciedad durante y tras la intervención en Irak. No hay más que recordar a dos ex presidentes que Jesús Cuadrado parece denostar y que pone como ejemplo para apoyar su argumentación negativa: «Para no equivocarse en este nuevo escenario de seguridad, conviene olvidarse de manuales de otras épocas, inútiles y peligrosos en esta. Y para el futuro de la izquierda, le iría bien no confundir a Afganistán con Irak, a Obama con Bush o a Zapatero con Aznar».

Cabría preguntarse el porqué no habrían de ser confundidos. Y este ejercicio comparativo no habría de suponer un reduccionismo como el de igualar a demócratas con republicanos o a PSOE con PP; no. En este caso (guste o no a Cuadrado o a cualquier miembro del Partido Socialista o a algún pro Obama) se trata de un cambio en la representación parlamentaria que no ha supuesto cambios sustanciales en las estrategias intervencionistas en esos países. Ello es preclaro para el caso de las potencias subsidiarias de intervención como es la española. Cabría quizás hacer matices en los cambios de las formas de estrategia de la anterior administración norteamericana a esta actual. El fondo, sin embargo, permanece inalterado, pues la estrategia sigue siendo la de gran potencia imperialista y, como tal, mantiene la política belicista.

Ciertamente, resulta muy acertado reconocer que para el futuro de la izquierda convendría «no confundir» (a secas y sin más aditamentos). De hecho, tiene razón Cuadrado cuando dice que la misión de Afganistán ha sido muy debatida a pesar del discurso de la oposición. «No hay un tema más discutido en el Congreso» ―dice―, y recuerda que la ministra de Defensa, Carme Chacón, ha comparecido en dos años en siete ocasiones al Congreso para debatir sobre el conflicto. De hecho, PSOE, PP, CiU y PNV integran el núcleo duro que defiende esta misión en Afganistán, al que podría incorporarse a ERC, que lo respalda con matices. Sólo IU e ICV, el BNG y Na Bai han rechazado siempre la participación de España en el conflicto.

Son curiosas las cifras en que se apoya Cuadrado para apuntalar sus argumentaciones, según las cuales el 90% de la población afgana se opondría a los talibanes y únicamente un 8 los apoyaría. Independientemente de la fidelidad de las encuestas, tales datos no parecen tener demasiado sentido o, al menos, contacto con la realidad que se percibe diariamente y los testimonios que emanan de los soldados de ocupación. Que la población está harta de la guerra es claro, que apoye la intervención, es otra muy distinta. Toda la administración estadounidense, comenzando por su presidente y continuando por los dos máximos responsables militares, McChrystal primero y Petraeus después, coinciden en que la clave del conflicto está en ganarse a la población civil: «La OTAN se encuentra en un callejón sin salida. Sin el apoyo de la población local, la estrategia de la contrainsurgencia no obtendrá ningún resultado y será imposible avanzar en este conflicto enquistado, que dura ya una década».

Dado el punto muerto en que se encuentra el conflicto, la pérdida de territorios en detrimento de los talibanes que se ha experimentado, y el anuncio de este convencimiento, han de obedecer necesariamente a que tal objetivo, sin decir que es una entelequia, no se ha conseguido hasta el momento. La Historia, sin embargo, y particularmente la de ese lugar, prueban más bien la tesis opuesta a la ocupación exterior.

Llegados a este punto, conviene hacer memoria y emplear, quizás, el paralelismo y la analogía para evocar una gran escena de un conflicto en su momento defendido con similares argumentos, por muy a disgusto que sea para el PSOE como para el PP. Éste es.