Todos estamos muy concienciados con salvar el Planeta, de eso no cabe ninguna duda, pero hablar sin más de medioambiente creo que puede ser —además de limitado— peligroso por prestarse profundamente al maniqueo. Nuestros gobiernos recuerdan diariamente —desde hace poco más de dos años si es que llega— que el Planeta no da para tanto y que hay que buscar y encontrar soluciones al problema. Éstas pasan por impulsar políticas medioambientales, no hay más secretos.
Ocurre que hablar de medioambiente sin hablar de modificar la economía puede ser un error de bulto o, quizás y pensando un poco mal, hasta manipulador e hipócrita.
Tendré que explicarme; me he encontrado con un artículo en el diario Público de Carlos Fernández Liria, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, quien comenta un informe sobre desarrollo sostenible elaborado por Global Footprint Network, el cual revela datos como siempre que se habla y evalúa este tema, alarmantes y reveladores al mismo tiempo.
El informe ofrece un seguimiento de 93 países distintos desde 1975 a 2003, estableciendo una gráfica en la cual, según el nivel de consumo energético de cada país evaluado, lo sitúa en términos consumo y desarrollo sostenible. El gráfico se ofrece en términos comparativos, de forma que marca según la línea horizontal del gráfico el consumo de Planetas Tierra que de media se consumirían si el desarrollo de los distintos países fuese universalmente homogéneo.
El gráfico ofrece un espacio coloreado más o menos amplio que vendría a indicar los índices deseables de desarrollo que debieran registrarse para que ese desarrollo fuera sostenible. Ocurre que, muy desgraciadamente, sólo hay un país que figure dentro del recuadro. El sentido común dice, o debiera decir, que todos los Estados del mundo debieran tener un desarrollo dentro del recuadro coloreado.
España, huelga decir, no es el ilustre país del recuadro pese a tener todo el déficit energético que diariamente se nos dice que tiene, y esto me lleva una vez más a denunciar la tan molesta hipocresía que muestran gobiernos como el nuestro respecto a muchos temas, está claro, pero en este caso y muy especialmente al del ecologismo.
La hipocresía y falsedad del llamado desarrollo sostenible tiene la clave en un punto que lo hace no ser: el capitalismo. Cómo, ningún Estado capitalista del mundo, puede siquiera insinuar que ofrecerá batalla por la sagrada defensa del planeta si no puede pensar en poner freno alguno a las políticas de consumo ni a los que más contaminan, esto es, las multinacionales. Ahora bien, ¿cuál es la clave que desde el Estado neoliberal se oferta? El concienciar a las empresas a reducir sus niveles de contaminación e incentivarlas a adoptar políticas destinadas a cuidar y salvaguardar el medioambiente.
Esto choca frontal y dramáticamente con el sentido común. ¿Cómo un empresa cuya más íntima naturaleza es el lograr y sobrepasar siempre y cada vez más sus niveles últimos de beneficio? Es tal el disparate y es de tan mal gusto como decir —que ya se dijo y se sigue diciendo, aunque con la boca cada vez más pequeña ojos vista la realidad histórica palpable— que es a través de las empresas que puede mejorarse el bienestar social máximo. Cómo pueden empresas como Repsol o Endesa hacer anuncios en los cuales lo único que anuncian es su compromiso con el planeta; ¡una petrolera y una eléctrica! Dos de las empresas que, per se, más contaminan.
La hipocresía, en pos de salvar la cara ante la opinión pública —a lo cual se prestan gustosos los mas media—, ha llegado a límites que sobrepasan el sentido común mínimo aceptable. Sucede que a las empresas automovilísticas el Parlamento Europeo les prohibió explícitamente emplear como política de marketing la designación “ecológico” para sus vehículos por la sencilla razón de que contaminaban menos, pero contaminaban. Eso sí, entre una cosa y la otra, ahora los coches son “eco” pero todos completamos en nuestra cabeza, cada vez que vemos un anuncio, el eslogan con un instintivo “lógico”. Esto es idéntico a cuando a los zumos Bio-Solán se les prohibió poner “bio” porque no cumplían los requisitos para ello; lo cambiaron y ahora son simplemente Bi-Solán, que no significa nada, pero todos seguimos pidiendo biosolanes en las cafeterías, sino fijaros en lo que pone el cartón.
Cualquier podrá comprender, por lo tanto, que las políticas destinadas a cuidar y salvaguardar el medioambiente han de ser precisamente eso, políticas. Las multinacionales se están dedicando al burdo y ofensivo merchandising aprovechando el trasfondo del problema y la preocupación, por cierto muy tardía, del ecologismo. Para colmo de males y por si fuera poco todavía, nadie pone freno, lo prohíbe, lo denuncia o simplemente les marca los límites a las multinacionales; encima habrá que aplaudirles.
Ah, por cierto, para el que no se haya fijado, el único dichoso país del recuadro es Cuba.
El artículo lo explica mejor que yo: ¿Quién cabe en el mundo?
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