Creo que lo democrático sería que cada partido proponga en su programa electoral su modelo de reforma de pensiones y que los ciudadanos puedan debatir y votar en las próximas elecciones generales en función de ello. (Cayo Lara, Público, 14/02/2011)
Esto sin duda sería una medida muy democrática dada la naturaleza de las relaciones sociales, políticas, culturales y económicas que rigen nuestros sistemas representativos. No carece de importancia el apunte, pues con (cada vez menos) frecuencia se oyen sentencias que, de alguna manera, apelan a eso que se ha venido en llamar «el fin de la historia». La idea de que en el mundo, tras haberse librado la última batalla por la hegemonía, ha quedado (pre)configurado para ser monolítico según el modelo de Occidente, esto es, «democrático». La idea, desde luego enormemente etnocéntrica, no sólo no es inocente sino que viene cargada de ideología.
No es mi intención entrar tanto en las alternativas —que por descontado las hay y existen— como en centrarme en el modelo mismo. Supongamos que efectivamente el único sistema posible, no ya siquiera el más perfecto o el menos imperfecto, sino EL ÚNICO, fuese en efecto el democrático-capitalista (occidental). Incluso dando por supuesto que alternativas socioeconómicas como el socialismo fuesen intrínsecamente totalitarias (algo ridículo además de estúpido), ¿qué es lo que podría hacernos suponer que no hay otro horizonte aparte del que estamos viviendo y en el que apenas puede vislumbrarse como fin último un razonable «bienestar general»?
De entrada, en ‘nuestro’ horizonte ni siquiera cabe la promesa de un modesto bienestar total, mucho menos global, pues es aceptado por todos que tal cosa no es posible dentro del actual modelo. Ahora bien, no es menos aceptado que pueda existir ese «modesto bienestar total» en otro modelo, el socialista, que sin embargo se asocia a pauperismo y a cualquier forma incompatible con un gobierno mínimamente democrático. La Libertad viene pues entendida como la frontera impuesta por la economía. El individuo es libre de hacer, dentro de unas reglas dilatadas y flexibles, toda suerte de cosas que se le antojen, siendo su única frontera el dinero de que disponga. De alguna manera, las libertades individuales devienen monetizadas y pierden su carga política original. De ahí que no sean hoy consideradas como algo esencial al hombre. Viniendo malentendidas, son tomadas como añadido al sistema democrático y no parte indivisible del mismo. La democracia puede así entenderse como una competición entre diferentes opciones que, en función de los resultados obtenidos y de toda una serie de variables que no tienen porqué tener relación con lo bien o mal que se haya ‘gobernado’, se le puede sustituir por otras opciones, siendo normalmente elegida la de mayor probabilidad de victoria —aquella que garantiza el ‘anhelado’ reemplazo—.
Normalmente, el intervalo temporal para que intervenga el pueblo se establece en los cuatro años. Antes puede —si así lo autoriza el Gobierno— movilizarse y manifestar su disconformidad a fin de ‘presionar’ sobre las decisiones que se tomen. Y así, pues, se fija una frontera fabulosa entre gobernantes y gobernados.
La propuesta de Cayo Lara de que sean los programas electorales los que marquen medidas tan trascendentes para la vida de toda la ciudadanía, va orientada, desde luego, hacia la honestidad y la transparencia de un sistema diseñado ex profeso opaco. La soberanía, no obstante, así viene escrito, emana «de abajo», del pueblo. Ello conduce a lo siguiente: ¿nos encontramos, pues, ante un régimen parlamentario que pueda decirse democrático? Lo primero resulta obvio que así es, lo segundo, se antoja más que dudoso. Pero entonces, ¿qué sería una democracia? En los últimos años los escépticos convencidos han reforzado sus posicionamientos; con los últimos acontecimientos, son muchos quienes ven tambalear los pilares sobre los que asentaban su convencimiento de vivir en un sistema plural y (con las normales fallas que se le suponían) representativo.
Una decisión como la que ha afectado a las pensiones o a la última reforma laboral, no habría sido nunca autorizada por el pueblo, al que se le ha tenido que convencer —y en gran parte se ha autoconvencido— de que medidas de este tipo si bien «no son del gusto de nadie» si lo son «necesarias». Los argumentos se rebuscan, se retuercen y se hacen omnipresentes, a fin de mostrar a todos el porqué de su urgencia, y, de este modo, se torna maleable la opinión pública. Todo este juego de manipulaciones y medidas impopulares encuentra agrado en quienes se hayan sobre lo divino y lo humano, aquellos cuya mayor concentración de capital les hace más libres entre los ‘libres’. Y así éstos, a la sazón quienes controlan los medios (directa o indirectamente), financian los grandes conglomerados políticos incidiendo, con éstas y otras maniobras, en las legislaciones vigentes con objeto de moldearlas a sus particulares intereses. Por definición pura, éstos se oponen a los así llamados «generales».
Un régimen político siquiera mínimamente permeable a la influencia de tales grupos (públicamente reconocidos como «de presión» o «lobbies») en la toma de decisiones gubernativas habría de ser denominado, más bien, el «régimen de la minoría», es decir, «oligarquía».
Es de esta manera que capitalismo y democracia se vuelven conceptos efectivamente antitéticos. Un hombre no será más libre por poseer una mayor acumulación de capital, sino por no hallarse sujeto a las necesidades que se derivan de la falta de éste. Del mismo modo, dicha acumulación contrae necesariamente la acentuación de la desigualdad, el establecimiento de vínculos de dependencia (relaciones de explotación) con los que son sometidos y controlados los individuos.
Se sigue entonces que democracia y socialismo devienen conceptos simétricos, armoniosos. Sólo mediante la cancelación de las formas de explotación es posible imaginar un sistema de representación auténticamente «democrático», en el que los individuos sean efectivamente libres y en el que se hallen representadas todas las sensibilidades sin la potencial alienación intrínseca a las contradicciones entre los medios y las relaciones de producción del sistema de explotación capitalista.
Que la propuesta de Cayo Lara parezca utópica, casi satírica dado el nivel de «democracia» que se maneja hoy en nuestra sociedad, resulta un golpe de dura elocuencia. Pero en esta parte del mundo donde parece que no puede ocurrir nada porque ya ha pasado todo, quizás estén gestándose grandes procesos de cambio. O quizás no, pues no ha de obviarse que en la historia es más común la falta de acontecimientos que la cristalización de procesos, pero una cosa es segura, éstos siempre han ido acompañados de alteraciones en la percepción crítica de las sociedades: cómo entienden y perciben las relaciones que les envuelven y que padecen, así como su cuestionamiento de lo que es justo e injusto.
2 comentarios:
muy bueno! esa falsa democracia en la q vivimos... comparto en Facebook!ye un poco largo pero está muy bien!sólo un pequeño apunte: no me parece q la población española se haya convencido de la necesidad de la reforma laboral, si bien aquí se podria usarse el dicho de "el q calla otorga" puesto q pocos fuimos los q gritamos y dijimos No!
A las encuestas me remito (con todo lo mediatizadas y manipuladas que estén y lo intrínsecamente inexactas y hasta irreales que sean): en torno al 50% (las cifras, q no las recuerdo, eran 40 y mucho 50 y muy poco) opinaban que "el sistema de pensiones había de ser reformado", de alguna manera claro, y que algo había que hacer con la reforma laboral... Por muchos problemas que presenten las encuentas de este tipo, lo que está claro es que algo como eso tendría q ser abrumadoramente rechazado y condenado por la ciudadanía.
La huelga general, que tuvo un indudable éxito en sus objetivos, ¿por cuántos fue respaldada? Casi 4 de cada 10 no la apoyaron, y en buena medida porque esta gente 'entiende' que las reformas son "necesarias" "urgentes" y todo lo que se quiera. Es gente que cree tener un plus de realismo que otros carecen, la tan lamentable y estúpida como común: "es lo que hay".
Por activa o pasiva, la población española está aguantando todo lo que le están echando, por mucho que se oiga protestar en los bares.
Ah, y no es tan largo... ya sé que lo parece, pero son menos de dos pp. de word...
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