Una obra como el Ensayo popular [se refiere a La teoría del materialismo histórico. Manual popular de sociología marxista, de N. Bujarin, escrito en 1921], destinada a unos lectores que no son intelectuales de profesión, debería haber partido del análisis crítico de la filosofía del sentido común, la "filosofía de los no filósofos", es decir, la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio. El sentido común no es una concepción única, idéntica en el tiempo y en el espacio: es el "folklore" de la filosofía y, al igual que ésta, se presenta en innumerables formas. Su rasgo fundamental y más característico es el de ser una concepción (incluso en cada cerebro individual) disgregada, incoherente, inconsecuente, conforme a la posición social y cultural de las multitudes de las que constituye la filosofía. Cuando se forma en la historia un grupo social homogéneo, se elabora también, contra el sentido común, una filosofía homogénea, es decir, coherente y sistemática.
El Ensayo popular se equivoca al partir (implícitamente) del presupuesto de que a esta elaboración de una filosofía original de las masas populares se oponen los grandes sistemas de las filosofías tradicionales y la religión del alto clero, es decir, la concepción del mundo de los intelectuales y de la alta cultura. En realidad, estos sistemas son ignorados por la multitud y no tienen una eficacia directa sobre su modo de pensar y de actuar. Esto no quiere decir que carezcan de eficacia histórica: pero es una eficacia de otro género. Estos sistemas influyen en las masas populares como fuerza política extrema, como elemento de fuerza cohesiva de las clases dirigentes, es decir, como elemento de subordinación a una hegemonía exterior, que limita negativamente el pensamiento original de las masas populares sin influir en él positivamente, como fermento vital de transformación íntima de lo que las masas piensan embrionaria y caóticamente sobre el mundo y la vida. Los elementos principales del sentido común son suministrados por las religiones y por esto la relación entre el sentido común y la religión es mucho más íntima que la relación entre el sentido común y los sistemas filosóficos de los intelectuales. Pero también hay que hacer distinciones críticas en lo que concierne a la religión. Toda religión, incluso la católica (y especialmente la católica, por sus esfuerzos para permanecer unitaria "superficialmente", para no escindirse en iglesias nacionales y en estratificaciones sociales) es, en realidad, una multiplicidad de religiones distintas y a menudo contradictorias: hay un catolicismo de los campesinos, un catolicismo de los pequeño burgueses y de los obreros de la ciudad, un catolicismo de las mujeres y un catolicismo de los intelectuales, abigarrado e inconexo a su vez. Pero en el sentido común no sólo influyen las formas más toscas y menos elaboradas de estos diversos catolicismos, actualmente existentes: han influido y son componentes del actual sentido común las religiones precedentes y las formas anteriores del catolicismo actual, los movimientos heréticos populares, las supersticiones científicas ligadas a las religiones del pasado, etc. En el sentido común predominan los elementos "realistas", materialistas, es decir, el producto inmediato de las sensaciones elementales, lo cual no está en contradicción ni mucho menos con el elemento religioso; pero estos elementos son "supersticiosos", acríticos. Éste es, por consiguiente, el peligro que ofrece el Ensayo popular: a menudo confirma estos elementos acríticos, que hacen que el sentido común permanezca todavía en la fase ptolemaica, antropomórfica, antropocéntrica, en vez de criticarlos científicamente.
Antonio Gramsci, "Introducción" (fragmento), en La política y el Estado moderno.
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