martes, 26 de junio de 2012

La libertad, la democracia y la Constitución europea

El presente fragmento corresponde a un libro absolutamente maravilloso del historiador italiano (Università di Bari) Luciano Canfora, a quien le fuera encargado por el medievalista Jacques Le Goff, responsable de la colección La construcción de Europa. Pese a lo que el título pudiera indicar, dados los fondos de donde ha surgido, esta obra al menos no sólo no se resiente de clientelismo sino que es beligerante -y mucho- con esa magna labor de "construcción" que hasta la fecha al menos ha sido poco edificante.

Babeuf en su diario utiliza a menudo la expresión "République une et démocratique" cuando la fórmula jacobina más usual, incluso en los actos públicos, era "une et indivisible". "Democracia" no era un término frecuente en el léxico político de la Revolución. Preferían hablar de "igualdad", "libertad", "república", "patria", "virtud", y tachaban a todos los otros gobiernos de "tiranías", y de "ambición" a la forma de hacer política de sus adversarios. Utilizaban también "dictadura" como sinónimo de "tiranía", sin darse cuenta cabal del valor histórico de estos términos. El 25 de septiembre de 1792, Robespierre se defiende de la "acusación de dictadura". Y cuando sea derribado con el golpe de estado del 9 de termidor del año II, los conspiradores arrastrarán contra él a la Convención despotricando contra "el tirano". Es casi superfluo recordar que la palabra "democracia" no figura ni en la Constitución estadounidense ni en las que fueron sucesivamente adoptadas por la primera república Francesa [sic].

Tocqueville se declarará en su diario defensor de la libertad y adversario de la democracia: su libro sobre América describe un fenómeno -la "democracia" americana- no para exaltarlo sino, podría decirse, para habituar a los europeos de su misma clase a la dolorosa inevitabilidad de una evolución que tiene en la democracia su punto de llegada. En Inglaterra, al menos hasta finales del siglo XIX, la palabra tuvo -como observa Panikkar- "un sentido más bien despreciativo". Y ciertamente en Italia un pensador político que representa bien (para algunos todavía hoy) la mentalidad liberal -Benedetto Croce- mantenía cierta distancia respecto de la palabra y más aún de su uso in bonam partem. Tenía muy claro que "democracia" no es un régimen político sino una forma de relación entre las clases inclinada hacia el "predominio del demos", utilizando las palabras de Aristóteles. Es significativo del desplazamiento que produjo la dura e instructiva experiencia del fascismo el hecho de que el partido que, antes del fascismo, se llamaba en Italia Partido Popular reapareciera como Democracia Cristiana. Es una denominación surgida en oposición al populismo fascista y por ello más rica e innovadora que la connotación républicain populaire adoptada por el partido francés que era el homólogo de la Democracia Cristiana italiana. Pero pronto "democracia" volvió a tener -como había sucedido en los primeros años veinte en Alemania y en otras partes- la función de polémico referente frente al "socialismo" (o|al "comunismo"): sobre todo en el momento de la afirmación de los regímenes "socialistas" en la Europa del Este.

Aquello fue una ventaja propagandística enorme para los países occidentales: poder utilizar en exclusiva esa palabra, cuando en realidad se encaminaban a marchas forzadas hacia la restauración de la más incontrolada economía liberal y se servían de aparatos estatales (¡e incluso ilegales!) dispuestos a todo contra "el comunismo". Fue un regalo para ellos poder llamar a todo esto "democracia".

Ese equívoco ha contaminado permanentemente el lenguaje político. Tenía razón Rosenberg, en su última obra aparecida en Alemania antes del exilio, Über Diktatur und Demokratie, cuando observaba, para aclarar que "democracia" no puede reducirse a sinónimo de "sistema parlamentario", que básicamente Rusia en el primer año de la revolución era una "democracia" y en cambio la contemporánea tercera república Francesa era una "oligarquía". Por otra parte, ya un siglo antes iba en esta dirección un maestro del constitucionalismo liberal, Karl Wenzeslaus von Rotteck, cuando en el Staats-Lexicon observaba que en rigor en el estado constitucional debería gobernar un solo partido: el democrático.

El hecho es que precisamente porque no es una forma, ni es un tipo de constitución la democracia puede existir o existir sólo en parte o no existir en absoluto, o bien volver a afirmarse en el ámbito de las más diversas formas político institucionales.

Y en el fondo este es, bien mirado, el sentido del enigmático diálogo de Herodoto [se refiere al diálogo sobre las formas de gobierno que mantienen Darío, Megabizo y Otanes, en el cual, los argumentos a favor de una neutralizan los de otra hasta acabar en un empate, sin un vencedor claro].

En cambio, finalmente -o, mejor dicho, en el estado actual de cosas- la que ha salido vencedora es la "libertad". Está derrotando a la democracia. Por supuesto, no la libertad de todos, sino de aquellos que en la competición resultan ser los más fuertes (naciones, regiones, individuos): la libertad reivindicada por Benjamin Constant con el significativo apólogo de la "riqueza" que es "más fuerte que los gobiernos"; o quizá también aquella por la que creen luchar los seguidores de la asociación neonazi neoyorquina de los "Caballeros de la libertad". Y no podría ser de otro modo, porque lo que tiene de inquietante la libertad es que o es total -en todos los campos, incluido el de la conducta individual- o no es; y cualquier vínculo a favor de los menos "fuertes" sería precisamente una limitación de la libertad de los otros. Así pues, en este sentido responde a la verdad el análisis de Leopardi sobre el nexo indisoluble e ineludible entre libertad y esclavitud. Leopardi cree que su intuición procede de las obras de Linguet y de Rousseau; pero en realidad es un resultado, la cima de su filosofía. Linguet y Rousseau no llegan tan lejos. Es un punto de llegada, que no se ha cumplido del todo hasta ahora, tras el fracaso de las líneas de acción y|de los experimentos propuestos por Marx. Por supuesto, la esclavitud es geográficamente distribuida, sabiamente dispersada y mediáticamente ocultada.

Escribe Leopardi en Zibaldone:

Los filósofos y periodistas han observado que la libertad verdadera y perfecta de un pueblo no puede mantenerse, ni siquiera puede subsistir sin recurrir a la esclavitud interna. (Así opina Linguet, y creo que también Rousseau, El contrato social, lib. III, cap. 15, y otros. Puede verse también el Essai sur l'indifférence en matière de religion, cap. X, en el pasaje donde cita en una nota ese punto que he mencionado de Rousseau junto con dos líneas de este autor). De lo que deducen que la abolición de la libertad es consecuencia de la abolición de la esclavitud, y que si no hay pueblos libres es porque ya no hay esclavos. Cosa que, tomada al pie de la letra, es falsa, porque la libertad se ha perdido por muchas otras razones que todos saben y que he mencionado montones de veces. Con mucha mayor verdad podría decirse que la abolición de la esclavitud es consecuencia de la abolición de la libertad; o, si queremos, que ambas proceden de las mismas causas, pero de tal forma que ésta ha precedido a aquélla de derecho y de hecho. La consecuencia, digo, es falsa: pero el principio de la necesidad de la esclavitud en los pueblos precisamente libres, es totalmente verdadero.

Volviendo al punto del que habíamos partido, los bravos constituyentes de Estrasburgo, que se dedican a redactar una "Constitución europea", una especie de compendio de derechos para una comunidad de privilegiados del mundo, creen estar haciendo un mero ejercicio retórico al mencionar al Pericles del epitafio cuando, en realidad y sin darse cuenta, han dado en el blanco. En efecto, ese Pericles utiliza con gran incomodidad la palabra democracia y pone todo su empeño en el valor de la libertad. Los redactores de la Constitución han recurrido sin saberlo al texto más noble que podría utilizarse para decir no ya lo que debía servir de retórica edificante, sino lo que efectivamente había que decir. Es decir, que ha vencido la libertad -en el mundo rico- con todas las terribles consecuencias que ello comporta y comportará para los demás. La democracia queda aplazada hasta un nuevo mañana en que será objeto de una nueva reflexión por parte de otros hombres. Tal vez ya no europeos.

L. Canfora: La democracia: historia de una ideología
Barcelona, Crítica, 2004, pp.287-289

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