En un reciente artículo de opinión, Jesús Cuadrado Bausela, el portavoz de Defensa del PSOE en el Congreso, defendía no tanto la intervención en el país afgano como su «reconstrucción», convertida en deber del ‘mundo libre’. Su opinión viene a coincidir con otras muchas escuchadas y leídas en los medios españoles a raíz del cuestionamiento de la idoneidad de la misión por la muerte de dos guardias civiles españoles el agosto pasado.
Carlos Echevarría, profesor de Relaciones Internacionales dela UNED , subrayaba que la misión fue acordada en 2001 por mandato de Naciones Unidas y comandada por la OTAN a partir de 2003, y es «legal y legítima y, aunque se alargue en el tiempo, hay una obligación de reconstruir el Estado afgano» en términos políticos, humanitarios y de seguridad. Desde la Fundación Ideas (el criadero ideológico del PSOE) coinciden con seguir con la guerra y, tal como apunta su responsable de departamento internacional, Antonio Estella: «La misión debe continuar hasta que se cumplan los objetivos propuestos». Entre otras razones porque, según señalan fuentes del Ministerio de Defensa, esta misión de «imposición de la paz que se desarrolla en un escenario de conflicto» (de ahí que haya que «imponer» la paz) se inició «para garantizar la seguridad en el mundo» tras los atentados del 11-S. A veces se olvida, señalan esas fuentes, que «un régimen opresor como el talibán exportaba terroristas al mundo».
Unas declaraciones tales, podrían haber sido firmadas por cualquier ‘halcón’ de Washington, y de hecho parecen seguir ciertos formulismos venidos del otro lado del Atlántico: «cuando la misión ISAF cumpla definitivamente sus objetivos, el mundo será mejor y eso no tiene precio».
Las posturas que defienden el intervencionismo, y en particular el artículo que aquí se trata de Jesús Cuadrado, son realmente oportunistas y vienen a defender, discursivamente y con enormes dosis de populismo y demagogia, la misión «humanitaria y de reconstrucción» del país, al tiempo que se obvian las razones que motivaron la intervención, sin necesidad de remontarse al encumbramiento talibán por parte de los EEUU durante los años ochenta para desestabilizar a los soviéticos, quienes habían invadido por entonces ese país. Pintar de «humanitaria» una ocupación militar de un territorio por defensar su liberación es aberrante, pero siempre se deja espacio entre las motivaciones para que el lector pueda entrever sucintamente la seguridad propia. Por un lado, se «garantiza la seguridad» en una parte del mundo al tiempo que se sepulta con bombas y pólvora otra bien delimitada.
Que el mundo iba a ser un «lugar mejor» es algo que se llegó a repetir hasta la saciedad durante y tras la intervención en Irak. No hay más que recordar a dos ex presidentes que Jesús Cuadrado parece denostar y que pone como ejemplo para apoyar su argumentación negativa: «Para no equivocarse en este nuevo escenario de seguridad, conviene olvidarse de manuales de otras épocas, inútiles y peligrosos en esta. Y para el futuro de la izquierda, le iría bien no confundir a Afganistán con Irak, a Obama con Bush o a Zapatero con Aznar».
Cabría preguntarse el porqué no habrían de ser confundidos. Y este ejercicio comparativo no habría de suponer un reduccionismo como el de igualar a demócratas con republicanos o a PSOE con PP; no. En este caso (guste o no a Cuadrado o a cualquier miembro del Partido Socialista o a algún pro Obama) se trata de un cambio en la representación parlamentaria que no ha supuesto cambios sustanciales en las estrategias intervencionistas en esos países. Ello es preclaro para el caso de las potencias subsidiarias de intervención como es la española. Cabría quizás hacer matices en los cambios de las formas de estrategia de la anterior administración norteamericana a esta actual. El fondo, sin embargo, permanece inalterado, pues la estrategia sigue siendo la de gran potencia imperialista y, como tal, mantiene la política belicista.
Ciertamente, resulta muy acertado reconocer que para el futuro de la izquierda convendría «no confundir» (a secas y sin más aditamentos). De hecho, tiene razón Cuadrado cuando dice que la misión de Afganistán ha sido muy debatida a pesar del discurso de la oposición. «No hay un tema más discutido en el Congreso» ―dice―, y recuerda que la ministra de Defensa, Carme Chacón, ha comparecido en dos años en siete ocasiones al Congreso para debatir sobre el conflicto. De hecho, PSOE, PP, CiU y PNV integran el núcleo duro que defiende esta misión en Afganistán, al que podría incorporarse a ERC, que lo respalda con matices. Sólo IU e ICV, el BNG y Na Bai han rechazado siempre la participación de España en el conflicto.
Son curiosas las cifras en que se apoya Cuadrado para apuntalar sus argumentaciones, según las cuales el 90% de la población afgana se opondría a los talibanes y únicamente un 8 los apoyaría. Independientemente de la fidelidad de las encuestas, tales datos no parecen tener demasiado sentido o, al menos, contacto con la realidad que se percibe diariamente y los testimonios que emanan de los soldados de ocupación. Que la población está harta de la guerra es claro, que apoye la intervención, es otra muy distinta. Toda la administración estadounidense, comenzando por su presidente y continuando por los dos máximos responsables militares, McChrystal primero y Petraeus después, coinciden en que la clave del conflicto está en ganarse a la población civil: «La OTAN se encuentra en un callejón sin salida. Sin el apoyo de la población local, la estrategia de la contrainsurgencia no obtendrá ningún resultado y será imposible avanzar en este conflicto enquistado, que dura ya una década».
Dado el punto muerto en que se encuentra el conflicto, la pérdida de territorios en detrimento de los talibanes que se ha experimentado, y el anuncio de este convencimiento, han de obedecer necesariamente a que tal objetivo, sin decir que es una entelequia, no se ha conseguido hasta el momento.La Historia , sin embargo, y particularmente la de ese lugar, prueban más bien la tesis opuesta a la ocupación exterior.
Llegados a este punto, conviene hacer memoria y emplear, quizás, el paralelismo y la analogía para evocar una gran escena de un conflicto en su momento defendido con similares argumentos, por muy a disgusto que sea para el PSOE como para el PP. Éste es.
Carlos Echevarría, profesor de Relaciones Internacionales de
Unas declaraciones tales, podrían haber sido firmadas por cualquier ‘halcón’ de Washington, y de hecho parecen seguir ciertos formulismos venidos del otro lado del Atlántico: «cuando la misión ISAF cumpla definitivamente sus objetivos, el mundo será mejor y eso no tiene precio».
Las posturas que defienden el intervencionismo, y en particular el artículo que aquí se trata de Jesús Cuadrado, son realmente oportunistas y vienen a defender, discursivamente y con enormes dosis de populismo y demagogia, la misión «humanitaria y de reconstrucción» del país, al tiempo que se obvian las razones que motivaron la intervención, sin necesidad de remontarse al encumbramiento talibán por parte de los EEUU durante los años ochenta para desestabilizar a los soviéticos, quienes habían invadido por entonces ese país. Pintar de «humanitaria» una ocupación militar de un territorio por defensar su liberación es aberrante, pero siempre se deja espacio entre las motivaciones para que el lector pueda entrever sucintamente la seguridad propia. Por un lado, se «garantiza la seguridad» en una parte del mundo al tiempo que se sepulta con bombas y pólvora otra bien delimitada.
Que el mundo iba a ser un «lugar mejor» es algo que se llegó a repetir hasta la saciedad durante y tras la intervención en Irak. No hay más que recordar a dos ex presidentes que Jesús Cuadrado parece denostar y que pone como ejemplo para apoyar su argumentación negativa: «Para no equivocarse en este nuevo escenario de seguridad, conviene olvidarse de manuales de otras épocas, inútiles y peligrosos en esta. Y para el futuro de la izquierda, le iría bien no confundir a Afganistán con Irak, a Obama con Bush o a Zapatero con Aznar».
Cabría preguntarse el porqué no habrían de ser confundidos. Y este ejercicio comparativo no habría de suponer un reduccionismo como el de igualar a demócratas con republicanos o a PSOE con PP; no. En este caso (guste o no a Cuadrado o a cualquier miembro del Partido Socialista o a algún pro Obama) se trata de un cambio en la representación parlamentaria que no ha supuesto cambios sustanciales en las estrategias intervencionistas en esos países. Ello es preclaro para el caso de las potencias subsidiarias de intervención como es la española. Cabría quizás hacer matices en los cambios de las formas de estrategia de la anterior administración norteamericana a esta actual. El fondo, sin embargo, permanece inalterado, pues la estrategia sigue siendo la de gran potencia imperialista y, como tal, mantiene la política belicista.
Ciertamente, resulta muy acertado reconocer que para el futuro de la izquierda convendría «no confundir» (a secas y sin más aditamentos). De hecho, tiene razón Cuadrado cuando dice que la misión de Afganistán ha sido muy debatida a pesar del discurso de la oposición. «No hay un tema más discutido en el Congreso» ―dice―, y recuerda que la ministra de Defensa, Carme Chacón, ha comparecido en dos años en siete ocasiones al Congreso para debatir sobre el conflicto. De hecho, PSOE, PP, CiU y PNV integran el núcleo duro que defiende esta misión en Afganistán, al que podría incorporarse a ERC, que lo respalda con matices. Sólo IU e ICV, el BNG y Na Bai han rechazado siempre la participación de España en el conflicto.
Son curiosas las cifras en que se apoya Cuadrado para apuntalar sus argumentaciones, según las cuales el 90% de la población afgana se opondría a los talibanes y únicamente un 8 los apoyaría. Independientemente de la fidelidad de las encuestas, tales datos no parecen tener demasiado sentido o, al menos, contacto con la realidad que se percibe diariamente y los testimonios que emanan de los soldados de ocupación. Que la población está harta de la guerra es claro, que apoye la intervención, es otra muy distinta. Toda la administración estadounidense, comenzando por su presidente y continuando por los dos máximos responsables militares, McChrystal primero y Petraeus después, coinciden en que la clave del conflicto está en ganarse a la población civil: «
Dado el punto muerto en que se encuentra el conflicto, la pérdida de territorios en detrimento de los talibanes que se ha experimentado, y el anuncio de este convencimiento, han de obedecer necesariamente a que tal objetivo, sin decir que es una entelequia, no se ha conseguido hasta el momento.
Llegados a este punto, conviene hacer memoria y emplear, quizás, el paralelismo y la analogía para evocar una gran escena de un conflicto en su momento defendido con similares argumentos, por muy a disgusto que sea para el PSOE como para el PP. Éste es.
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