De esta manera, la postpolítica subraya la necesidad de abandonar las viejas divisiones ideológicas y de resolver las nuevas problemáticas provistos de la necesaria competencia del experto y deliberando libremente en función de las necesidades y exigencias puntuales de la gente. Quizás la fórmula que mejor exprese esta paradoja de la postpolítica es la de Tony Blair cuando definió el New Labour como el «centro radical» (radical centre): en los viejos tiempos de las divisiones políticas «ideológicas», el término «radical» estaba reservado o a la extrema izquierda o a la extrema derecha. El centro era, por definición, moderado: conforme a los viejos criterios, el concepto de Radical Centre es tan absurdo como el de «radical moderación».
Lo que el New Labour (o, en su día, la política de Clinton) tiene de radical, es su radical abandono de las «viejas divisiones ideológicas», a menudo expresado como una paráfrasis del conocido lema de Deng Xiaoping de los sesenta: «Poco importa si el gato es blanco o rojo, con tal de que cace ratones». En esta misma línea, los promotores del New Labour suelen subrayar la pertinencia de prescindir de los prejuicios y aplicar las buenas ideas, vengan de donde vengan (ideológicamente). Pero, ¿cuáles son esas «buenas ideas»? La respuesta es obvia: las que funcionan. Estamos ante el foso que separa el verdadero acto político de la «gestión de las cuestiones sociales dentro del marco de las actuales relaciones sociopolíticas»: el verdadero acto político (la intervención) no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto de las relaciones existentes, sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. Decir que las buenas ideas son «las que funcionan» significa aceptar de antemano la constelación (el capitalismo global) que establece qué puede funcionar (por ejemplo, gastar demasiado dinero en educación o sanidad «no funciona», porque se entorpecen las condiciones de la ganancia capitalista). Todo esto puede expresarse recurriendo a la conocida definición de la política como «arte de lo posible»: la verdadera política es exactamente lo contrario: es el arte de lo imposible, cambia los parámetros de lo que se considera «posible» en la constelación existente.
Zizek, Slavoj, “La postpolítica…”, en En defensa de la intolerancia, Diario Público, 2010, pp.33-35.
Lo que el New Labour (o, en su día, la política de Clinton) tiene de radical, es su radical abandono de las «viejas divisiones ideológicas», a menudo expresado como una paráfrasis del conocido lema de Deng Xiaoping de los sesenta: «Poco importa si el gato es blanco o rojo, con tal de que cace ratones». En esta misma línea, los promotores del New Labour suelen subrayar la pertinencia de prescindir de los prejuicios y aplicar las buenas ideas, vengan de donde vengan (ideológicamente). Pero, ¿cuáles son esas «buenas ideas»? La respuesta es obvia: las que funcionan. Estamos ante el foso que separa el verdadero acto político de la «gestión de las cuestiones sociales dentro del marco de las actuales relaciones sociopolíticas»: el verdadero acto político (la intervención) no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto de las relaciones existentes, sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. Decir que las buenas ideas son «las que funcionan» significa aceptar de antemano la constelación (el capitalismo global) que establece qué puede funcionar (por ejemplo, gastar demasiado dinero en educación o sanidad «no funciona», porque se entorpecen las condiciones de la ganancia capitalista). Todo esto puede expresarse recurriendo a la conocida definición de la política como «arte de lo posible»: la verdadera política es exactamente lo contrario: es el arte de lo imposible, cambia los parámetros de lo que se considera «posible» en la constelación existente.
Zizek, Slavoj, “La postpolítica…”, en En defensa de la intolerancia, Diario Público, 2010, pp.33-35.
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