miércoles, 1 de octubre de 2008

Yo acuso al Grupo PRISA: reaccionario, clientar y colonialista

Esta paráfrasis del mítico artículo de Emile Zola y todos estos adjetivos, que pueden sonar redundantes, todos ellos, describen perfectamente —a falta quizás de algún otro que deba sumarse— a los medios dependientes del grupo PRISA y al grupo mismo, concretamente a la Cadena SER y al diario El País.


Defensores a ultranza de las políticas ‘progresistas’ del Partido Socialista de España, acérrimo enemigo del reaccionarismo de derechas español ejemplificado como nadie en el Partido Popular, enemigo declarado del separatismo e independentismo, muestra una cara bien distinta cuando lo que toca es hablar de lo que sucede allende nuestras fronteras. En este caso me estoy refiriendo a la última entrada publicada que tenía como objeto el referéndum constitucional en Ecuador.


Mucho tuvo que lidiar para justificar el separatismo kosovar, más aún cuando tuvo que condenar el surosetio y adjasio aunque encontró su cabeza de turco en la ‘nueva Rusia’ de Vladimir Putin…


Cuando se trata de América Latina la estrategia tiró hacia el sentimentalismo, hacia los sentimientos, algo que, como todos reconocerán, suele entender poco de razonable y más en este caso concreto. Hagamos memoria. Venezuela fue el primer país en América, tras el aplastamiento de la revolución legal sandinista, en emplear por vía legal todos los medios al alcance del Estado para llevar a cabo la revolución social contando —como no puede ser nunca de ninguna otra forma— con la legitimidad popular.


Fue pues Venezuela, de la mano de Hugo Chávez, la primera de las repúblicas en modificar por referéndum su constitución para poder así aplicar por la vía legal, las nacionalizaciones que se requerían para llevar a cabo la revolución y algo más modesto que todo esto pero quizás más imprescindible si cabe para un Estado cualquiera que sea: la conquista de su soberanía a través del control de los bienes y los medios de producción, hasta entonces en manos de las transnacionales. Lo propio han hecho —o están tratando de hacer— otros países en proceso legal–revolucionario como Bolivia o en este caso el Ecuador.


En el caso venezolano todos sabemos contra qué volcó sus estrategias de desprestigio y creación de animadversión de la opinión pública española —que de momento parece que han funcionado y muy bien por cierto en este caso concreto— el grupo PRISA, pues la figura política de Hugo Chávez podía prestarse a ello —el resto de la campaña de calumnias hizo el resto—.


Pero este caso es excepcional, puesto que los enemigos de la revolución —también llamada oposición política, pese a ser una poco legal y ortodoxa oposición— bolivariana en Venezuela son en su núcleo centrípeto oligarquías económicas que, en un país con reservas de hidrocarburos, son muchas. En el caso boliviano, como ahora también parece ser el ecuatoriano, la oposición, además de ser por supuesto oligárquica, se ha volcado —en este punto igual que en todas partes— contra la denuncia del totalitarismo gubernamental de los líderes revolucionarios; esto no cambia de una parte a otra. Lo que sí es distinto del caso venezolano son las reivindicaciones independentistas.


En todo esto se basa igualmente para su labor de malversación de información, los medios y sus correligionarios —o mercenarios a sueldo si se me prefiere y permite la redundancia— del grupo PRISA. Así, además de hacer un pequeño esfuerzo memorístico para aplicarlo al caso boliviano donde las regiones más ricas que representan apenas al 30% de la población del país —mientras los indígenas que superan el 60% son marginados, calumniados y vilipendiados— siendo en su inmensa minoría oligarquías económicas que caciquilmente —creo que esta acusación no debiera sorprender a nadie porque no es en nada nueva— controlan el poder político por derivación pura de su situación de hegemonía económica, piden para sí la independencia con respecto del Estado o simplemente más autonomía —que traducido significa, como en España, más capacidad de control sobre sus bienes económicos, que en Bolivia son los hidrocarburos—, para el caso ecuatoriano, un poco de lo mismo.


Estos titulares podían leerse en El País y la página de la cadena SER:


El País 30-09-2008:

"La derrota en Guayaquil ensombrece el triunfo del referéndum constitucional"


La SER 29-09-2008:

"Correa proclama el 'Sí' en el referéndum constitucional con el 70% de los votos"


Pero subtitula: "Los críticos consideran que con esta nueva constitución Correa obtendría demasiado control sobre la Selva Amazónica y la cumbre de los Andes"


O sea, que hay que poner ‘peros’ a una victoria con el 64% del Sí y un 28% del No en un país que se distinguía, como tantos otros, por la alta abstención, señal de pérdida dramática en el interés por la política y la fe en los gobernantes —pasa ahora mismo aquí, donde apenas llegamos al sesenta y tantos por cien— pero que su consulta ha registrado un nivel de participación de casi el 80 por cien. Sólo en dos provincias triunfó el No, en Napo —55 contra 38%— y en Guayaquil, la ciudad del titular de El País, cuyos resultados fueron de escaso margen de diferencia —47 contra 45. ¿Se imagina alguien a El País titulando ‘el PSOE gana las elecciones con más del 60% de los votos, pero no convence en Madrid…? Aquí, como en todas partes, tener ya el 51% te hace vencedor legítimo y sin paliativos; en todas partes menos en la parte del mundo no occidental o clientelar de occidente, parece ser.


Noticias como esta, como las de Venezuela, Nicaragua, Bolivia y sobre todo Cuba, son propiciadoras de factores de desestabilización política. Si el Derecho Internacional condena este tipo de prácticas, deben denunciarse y condenarse este tipo artimañas lanzadas desde los grupos de presión y oligárquicos a través de los medios de comunicación como el grupo PRISA. Es derecho y deber de todo Estado tener y defender su soberanía, y la soberanía, como el Estado, la deben ejercer y construir los pueblos; ergo, los medios empleados a defender tal fin —que en este caso además han pasado por un proceso legal y cuentan con la legitimación popular— son por supuesto legítimos.

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