Con nosotros salió Elena, hermana de mi muy querido amigo Joaco, y tuvimos un acalorado debate en torno a los problemas del mundo y, más que eso, a las actitudes colectivas ante los mismos. Con veinte años se la veía con ganas de hacer algo aunque ya desesperanzada por lo que consideraba a priorísticamente como una labor vana.
En estos momentos en que el mundo es unipolar y de los dos modelos político-económicos existentes sólo ha permanecido uno, parece que se ha perdido el a dónde mirar y, con ello, el modelo en sí como si se hubiera extinguido para siempre y nunca hubiera existido. Ahora las alternativas, los altermundistas que llaman, no proponen alternativas, proponen negar lo existente. Antes la gente, en general, se colgaba la chapa de socialista, hoy la de anticapitalista. Poco puede aportar lo segundo descartando lo primero.
Efectivamente, yo soy de los que consideran que en la actualidad se promueve la idiocia, que cristaliza a fin de cuentas en una desideologización generalizada que no hace sino contribuir, como se pretende, al no cuestionamiento de las relaciones de producción y a la distribución digamos más o menos igualitaria de la riqueza. Decían Adolfo Aristaráin y Kathy Saavedra —guionistas de Lugares Comunes— en boca de Federico Luppi que «los dueños del mundo están tan sólidamente establecidos que hasta permiten que exista la Izquierda ¿por qué? Porque no jode a nadie». Efectivamente es así, y para cualquiera que quiera hacer memoria, sin embargo, no siempre lo fue.
El panorama es evidentemente descorazonador, porque siempre tienes la sensación cuando estás haciendo algo, que quizás de ésta alguien más haya comprendido, y puede que así sea, pero a los que se ve es a la mayoría que evidentemente aún no lo han hecho por lo que se duda, razonablemente, de que vayan a hacerlo. Cuando en Matrix están el Agente Smith y Cifra sentados en un restaurante negociando las condiciones de la traición de éste último, se produce una interesantísima conversación en la que Cifra confiesa al agente, mientras se está comiendo un suculento filete que, pese a ser consciente de ser éste ficticio, falso, le gusta. Es más, le encanta ya que se entrega a sus pasiones, dejando completamente a un lado su raciocinio e integridad morales. Creo que todos recordarán bien dicho pasaje. Resulta enormemente elocuente al momento de explicar las actitudes generales ante los problemas mundanos.
Y, sin embargo, ¿supone esto argumento suficiente como para disuadir a esa minoría que ha elegido tomar la pastilla roja? El siguiente pasaje, de las memorias de E. J. Hobsbawm, creo, explica de un modo inmejorable la mentalidad que cualquiera que pretenda cambiar, a mejor, el mundo debiera adoptar:
“A finales de los ochenta un dramaturgo de la Alemania Oriental escribió una obra titulada Los caballeros de la Tabla Redonda. ¿Qué futuro les espera? Se pregunta Lancelot. «El pueblo ya no quiere saber nada del Grial ni de la Tabla Redonda (…) Ya no cree en nuestra justicia ni en nuestro sueño (…) Para el pueblo los caballeros de la Tabla Redonda son una pila de locos, de idiotas, de criminales.» ¿Acaso el propio Lancelot ya no cree en el Grial? «No lo sé —responde—. No puedo dar respuesta a esa pregunta. No puedo decir ni que sí ni que no…» No, probablemente nunca encuentren el Grial. ¿Pero no tiene razón el rey Arturo cuando dice que lo importante no es el Grial, sino su búsqueda? «Si abandonamos la búsqueda del Grial, nos abandonamos a nosotros mismos.» ¿Sólo a nosotros mismos? ¿Acaso la humanidad puede vivir sin los ideales de libertad y justicia, o sin aquellos que le dedican su vida? ¿O acaso incluso sin el recuerdo de los que así lo hicieron en el siglo XX?”
Lo que no se puede es no hacer nada; salud.
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