Estas nuevas elecciones se presentan particulares, especiales. La gente va a votar con menos convicción que nunca, y todos, incluidos aquellos más militantes, no les culpan (ni pueden) por ello.
El bipartidismo hoy parece en tal contexto delirar, y expresa sus miserias y contradicciones como nunca antes lo había hecho en nuestro país. Es de creer que en algún momento este modelo se agotaría, pues además de injusto y mezquino, la misma Constitución española reconocía su carácter temporal, que se justificaba por la necesidad de gobiernos estables en un momento de cambio político profundo. No resulta sin embargo un contrasentido que esto haya ocurrido por una acentuación de factores exógenos.
La coyuntura, como digo, es menos inspiradora, de una monotonía declarada y consciente, y más desoladora que nunca. El desencanto está presente y se está manifestando. Algo bueno, no obstante, tiene esto. El nuevo gobierno, que será con absoluta seguridad otro, será enormemente controlado por la ciudadanía. Poco importará lo que haya hecho el anterior ejecutivo por perder estos comicios, el pueblo tolerará menos que nunca las expresiones que tanto florecen en el bipartidismo: "la culpa es de la mala gestión anterior". No, esto ya no servirá, porque la gente demandará soluciones y renegará de las excusas. No por gusto sino por desesperación. El futuro gobierno será con probabilidad el más controlado 'desde la calle' de esta democracia.
El panorama, por ende, se presenta potencialmente interesante tras la fecha. Algo hay de malo o muy malo: la más que probable mayoría absoluta que seguramente obtendrá el Partido Popular. No lo digo ya porque se trate de éste -que por supuesto también- sino porque en este momento lo que más convendría sería la manifestación del debate, siquiera para revitalizar la vida pública nacional. Algo, por cierto, difícil de conseguir, pues languidece. Parece difícil imaginar un contexto futuro sin cambios en el organigrama, y pienso que muy pocos de los que los ansían y necesitan se conformen con parches.
En un artículo reciente, Isaac Rosa llamaba la atención sobre el hecho de que un partido en el que son muy pocos los que creen y muchos quienes están convencidos que pueda remediar nada, pueda sacar una de las mayorías más abismales de la historia reciente; lo mismo para un partido absolutamente desacreditado y desaprobado pueda obtener en torno a los 120 escaños.
Quizás será interesante comprobar cómo va aumentando el número de votantes a partidos no mayoritarios ("PPSOE"), lo cual hará aumentar la indignación en torno al tinglado electoralista, y serán demandadas reformas. Es muy probable que, paradójicamente, aumente la democracia formal al tiempo que será mermada la real, al seguir eliminando derechos al pueblo.
Me preguntan algunos qué se puede votar y sinceramente no puedo contestar con exactitud por muy claro que tenga mi voto. Son muchos quienes anteponen no sentirse identificados con una tal fuerza política. Y respondo que no me parece cuestión de absoluta importancia. Por algún motivo, desarrollamos esta necesidad dentro del contexto de la democracia partidista, de la partitocracia.
Es un lugar común sugerir mirar los programas políticos. Sigue siendo recomendable hacerlo. Un consejo y sólo uno. Para dirimir su voto: cualquiera sea lo que se vote, habría de ser necesariamente LO OPUESTO, esto es, para quien SE OPONGA a las políticas económicas y sociopolíticas que han traído la crisis y que impiden el libre desarrollo de la expresión ciudadana en su oposición a las mismas, además de su incidencia. Y de esto hay un buen abanico a elegir.
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