Apareció en Público el pasado lunes un artículo que refería, de un modo muy oportunista, unas palabras de Cayo Lara (coordinador federal de IU), tomándolas como literales sin pararse a analizar el término que con ellas evocaba (cosa, por cierto, tristemente generalizada en nuestros ‘objetivados’ medios). El encabezamiento rezaba:
«“Queremos hacer una dictadura”, proclamó (…) Cayo Lara, a un auditorio que se quedó estupefacto ante sus palabras (…). Enseguida las matizó: “Queremos que las leyes se lleven al Boletín Oficial del Estado al dictado de los trabajadores, y no al de los intereses empresariales, por medios totalmente democráticos”. Los asistentes al encuentro que mantuvo Lara con jóvenes de su federación irrumpieron entonces en aplausos».
Para empezar, cabe apuntillar varias cosas. Yo al menos, allí asistente, no me quedé en nada «estupefacto» sino entusiasmado. La negrita, presente en el original, destaca errónea o malintencionadamente la argumentación en sentido negativo en vez del positivo que bien podría suponerse quiso destacar el coordinador. Que los asistentes rompiesen en aplausos es algo interpretado, pero no tuvo otra motivación que el simple cierre de argumentación.
En mi muy humilde opinión —y así espero que haya sido— Cayo Lara intentó, con más o menos evasivas, recuperar un término de leguaje político puro que alude a un proyecto al largo plazo, cosa que hoy día tal parece que se está perdiendo del horizonte. El problema de fondo es que subsiste una sensibilidad especial producto de una deriva ideológica hacia el pensamiento de derecha que condena todo aquello que se salga de los cauces de lo realmente existente o pertenezca en sus parámetros a lo ‘políticamente incorrecto’. Un término tan feucho hoy día como el de «dictadura», claro, es automáticamente condenado y devuelto a la baúl de lo despreciativo. Apuntillar «de los trabajadores» habría automáticamente de llevar al lector al concepto, que puede ser muy radical como concepción política, pero que es la esencia misma de la «Democracia».
Esto es algo que podría decirse hoy olvidado dado la deriva —repito— derechista, de nuestro modo de entender el «demos» y la «res pública». Tal y como era entendida por Marx o Lenin, la «dictadura del proletariado» (referida a la prole) no era más que la sustitución de la mayoría como clase dominante por la minoría que gobierna. Dicho reemplazo representa el devenir de un proceso abajo-arriba como finalidad de alcanzar un gobierno horizontal, aboliendo la explotación del hombre por el hombre (preocupación primera y última de Marx).
Esta concepción, que evidentemente nos remite a una forma extrema de entender la política, no es mucho menos nueva o siquiera radical:
«Nace, pues, la democracia, creo yo, cuando, habiendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran y a los demás les hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos» (Platón, La República, 557a).
Aristóteles incluso lleva más allá el concepto, hasta convertirlo —tal y como hoy es entendido— en un oxímoron, afirmando que la democracia es el gobierno de los pobres, no de la mayoría. Esto supone que, caso de ser la minoría pobre, la democracia sería el gobierno de los menos. Durante la Revolución francesa, los términos empleados por los burgueses no pasaron de «República», y sería el denostado Robespierre (junto con otros muchos, entre ellos tan célebres como Babeuf) quien pondría sobre la mesa el modelo de gobierno sustentado sobre la «Democracia». Napoleón vino a asentar la revolución, pero a cancelar éste último proyecto, que no sería nuevamente aludido hasta el siglo XX.
Poner juntas, pues, «Democracia» y «dictadura del proletariado» es en realidad una tautología que resulta escandalosa (al menos así es públicamente puesto de manifiesto) a cualquiera que se diga hoy demócrata, de derechas como Esperanza Aguirre, o de izquierdas como José Luis R. Zapatero. Los compañeros de IU Abierta (no se sabe quiénes o quién, porque resulta que no viene firmado) no han sido menos. IU Abierta se muestra reacia ante «cualquier tipo de dictaduras» (la analogía que hacen con el franquismo me parece un insulto a la inteligencia), obviando así lo que es un patrimonio elemental de la Izquierda con mayúscula, del movimiento histórico de los de abajo por alcanzar su emancipación. Tal condena (a mi entender) es emanación de una hegemonía de pensamiento que pertenece hoy a la derecha.
Entiendo, por otra parte, que un proyecto democrático puro como el aludido por Cayo Lara (caso, repito, de no ser un recurso meramente dialéctico), puede no ser compartido por muchos de los que integran la coalición Izquierda Unida. La intensidad de la soberanía popular supongo que es algo dependiente de la idiosincrasia de cada uno, y de ahí entiendo yo la necesidad de contraponer «dictadura de los trabajadores» a «de los mercados». En las coaliciones los programas se establecen en base a mínimos. Pero del mismo modo a como yo puedo estar de acuerdo con esto —lo cual se aleja de lo que creo que habría de ser una democracia— habría de ser aceptado el proyecto más ‘radical’ como plausible, sin condenas previas, y dejar la realización de uno u otro a la contingencia y la hegemonía. Porque el punto último de consecución de la izquierda es la emancipación humana. Aquel que no lo entienda así, al menos que no lo obvie.
«“Queremos hacer una dictadura”, proclamó (…) Cayo Lara, a un auditorio que se quedó estupefacto ante sus palabras (…). Enseguida las matizó: “Queremos que las leyes se lleven al Boletín Oficial del Estado al dictado de los trabajadores, y no al de los intereses empresariales, por medios totalmente democráticos”. Los asistentes al encuentro que mantuvo Lara con jóvenes de su federación irrumpieron entonces en aplausos».
Para empezar, cabe apuntillar varias cosas. Yo al menos, allí asistente, no me quedé en nada «estupefacto» sino entusiasmado. La negrita, presente en el original, destaca errónea o malintencionadamente la argumentación en sentido negativo en vez del positivo que bien podría suponerse quiso destacar el coordinador. Que los asistentes rompiesen en aplausos es algo interpretado, pero no tuvo otra motivación que el simple cierre de argumentación.
En mi muy humilde opinión —y así espero que haya sido— Cayo Lara intentó, con más o menos evasivas, recuperar un término de leguaje político puro que alude a un proyecto al largo plazo, cosa que hoy día tal parece que se está perdiendo del horizonte. El problema de fondo es que subsiste una sensibilidad especial producto de una deriva ideológica hacia el pensamiento de derecha que condena todo aquello que se salga de los cauces de lo realmente existente o pertenezca en sus parámetros a lo ‘políticamente incorrecto’. Un término tan feucho hoy día como el de «dictadura», claro, es automáticamente condenado y devuelto a la baúl de lo despreciativo. Apuntillar «de los trabajadores» habría automáticamente de llevar al lector al concepto, que puede ser muy radical como concepción política, pero que es la esencia misma de la «Democracia».
Esto es algo que podría decirse hoy olvidado dado la deriva —repito— derechista, de nuestro modo de entender el «demos» y la «res pública». Tal y como era entendida por Marx o Lenin, la «dictadura del proletariado» (referida a la prole) no era más que la sustitución de la mayoría como clase dominante por la minoría que gobierna. Dicho reemplazo representa el devenir de un proceso abajo-arriba como finalidad de alcanzar un gobierno horizontal, aboliendo la explotación del hombre por el hombre (preocupación primera y última de Marx).
Esta concepción, que evidentemente nos remite a una forma extrema de entender la política, no es mucho menos nueva o siquiera radical:
«Nace, pues, la democracia, creo yo, cuando, habiendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran y a los demás les hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos» (Platón, La República, 557a).
Aristóteles incluso lleva más allá el concepto, hasta convertirlo —tal y como hoy es entendido— en un oxímoron, afirmando que la democracia es el gobierno de los pobres, no de la mayoría. Esto supone que, caso de ser la minoría pobre, la democracia sería el gobierno de los menos. Durante la Revolución francesa, los términos empleados por los burgueses no pasaron de «República», y sería el denostado Robespierre (junto con otros muchos, entre ellos tan célebres como Babeuf) quien pondría sobre la mesa el modelo de gobierno sustentado sobre la «Democracia». Napoleón vino a asentar la revolución, pero a cancelar éste último proyecto, que no sería nuevamente aludido hasta el siglo XX.
Poner juntas, pues, «Democracia» y «dictadura del proletariado» es en realidad una tautología que resulta escandalosa (al menos así es públicamente puesto de manifiesto) a cualquiera que se diga hoy demócrata, de derechas como Esperanza Aguirre, o de izquierdas como José Luis R. Zapatero. Los compañeros de IU Abierta (no se sabe quiénes o quién, porque resulta que no viene firmado) no han sido menos. IU Abierta se muestra reacia ante «cualquier tipo de dictaduras» (la analogía que hacen con el franquismo me parece un insulto a la inteligencia), obviando así lo que es un patrimonio elemental de la Izquierda con mayúscula, del movimiento histórico de los de abajo por alcanzar su emancipación. Tal condena (a mi entender) es emanación de una hegemonía de pensamiento que pertenece hoy a la derecha.
Entiendo, por otra parte, que un proyecto democrático puro como el aludido por Cayo Lara (caso, repito, de no ser un recurso meramente dialéctico), puede no ser compartido por muchos de los que integran la coalición Izquierda Unida. La intensidad de la soberanía popular supongo que es algo dependiente de la idiosincrasia de cada uno, y de ahí entiendo yo la necesidad de contraponer «dictadura de los trabajadores» a «de los mercados». En las coaliciones los programas se establecen en base a mínimos. Pero del mismo modo a como yo puedo estar de acuerdo con esto —lo cual se aleja de lo que creo que habría de ser una democracia— habría de ser aceptado el proyecto más ‘radical’ como plausible, sin condenas previas, y dejar la realización de uno u otro a la contingencia y la hegemonía. Porque el punto último de consecución de la izquierda es la emancipación humana. Aquel que no lo entienda así, al menos que no lo obvie.
4 comentarios:
Simply Red
Interesante.
Salud.
Dictadura, ni la "del proletariado". Después de Franco, Hitler y Mussolini, pocas bromas con ese tema. Por no hablar de Stalin y Pol Pot.
Supongo que me explico muy mal, porque si me preguntas por estos dictadores, es que no se ha entendido absolutamente nada.
Sobre lo que versa la teorización de la "dictadura del proletariado" es de la soberanía popular. La Democracia pura que refería -despectivamente- Platón o hablaba Aristóteles. Es el gobierno de los probres, de los de abajo.
Para los que son muy sensibles con los vocablos, cabría entonces enunciarla como "gobierno de los pobres". Me parece que habríamos de ser más analíticos y menos sensibles, porque Franco, Mussolini, Hitler, Stalin y Pol Pot no tienen nada que ver ni entre ellos ni con el término a que me he referido.
Grande frase de Cayo perfectamente complementada por la exoplicación teórica.
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