Todo y que en este tiempo de mundial han seguido ocurriendo muchas cosas, entre ellas sin ir más lejos la huelga de los trabajadores del metro de Madrid, que como muchos sabrán aún continúa, y que el mundial no ha restado ni importancia ni relevancia. Me refiero, claro, a real, no mediática.
En nuestro país tenemos un problema desde 1931 —entonces lo tenían las derechas más reaccionarias— con los símbolos nacionales. Problema que en la actualidad se arrastra, por el contrario, desde 1939 por la imposición de otros, que son los actuales. Desde luego, y por lo que a mí respecta, ésos símbolos nacionales no son los míos. No obstante, tengo que decir que me he alegrado de la victoria de la selección en este mundial y por motivos que trascienden con mucho el mero y burdo patrioterismo. Yo no encuentro una contradicción —al contrario que varios de mis amigos— en ‘animar’ a la selección sin tomar como propia la simbología nacional.
Para empezar, no me compraría una camiseta de la selección española ni bajo condición de cambiar la forma del Estado. El problema no es que España sea una Monarquía —lo cual es bastante desagradable por no decir anacrónico— o una República, el problema es mucho más profundo y se refiere a la construcción de los mitos y símbolos nacionales. En este mundial, hemos podido asistir, diría que con más intensidad que nunca, a la rememoración —por lo demás nunca desaparecida— de un nacionalismo de inspiración franquista, muy al contrario de lo que piensan o dicen algunos. Ello se ha visto en los comentarios de los periodistas deportivos —de los cuales sin duda Marca se lleva la palma (por poner sólo un ejemplo)—, en las alusiones en las cortinillas de Tele 5 al imperio con Lepanto, el asedio de Breda, etc., o incluso de gente nacida después de
Para más inri, y dado el pasado con que cuenta este país, llamar a la selección
Todo esto no hace difícil que uno se sume a la ‘fiesta’, lo hace prácticamente imposible. La revisión de la tenida por tan modélica “Transición” no hace sino evidenciar una cosa que es clara: los símbolos que hoy tenemos de cohesión nacional han sido impuestos y, claro, hay un segmento bastante grande de este país que no los acepta ni tiene porqué hacerlo.
De cualquier manera, tanto los que no aceptan que alguien que posea un DNI en donde en el apartado de nacionalidad figure “española” no anime de modo sine qua non a la selección, como aquellos que no la animan y no entienden que alguien pueda desear que ganen sin aceptar o hacer suyos los símbolos nacionales, poseen dialécticas, aparte de enormemente excluyentes, ampliamente reduccionistas y se escapan por completo a todo ese segmento poblacional —en el que por cierto yo me encuentro— que no hace ni una cosa ni la otra.
Pero como digo, ya pasado el mundial, hay cosas más importantes acontecidas durante el mismo que no habrían de habernos hecho perder de vista en ningún momento que existen cosas más allá del Olimpo futbolístico y que por mundanas, son notablemente más importantes que un deporte. Otras están por acontecer y ciertos escándalos como el de las primas a los jugadores (lucrar al rico con la aquiescencia general) resultan lamentables, pero habría de ser denunciado públicamente como lo que realmente es, una inmoralidad flagrantemente ofensiva, ridícula e inexplicable, mucho más en el contexto socioeconómico que estamos viviendo. Y es que la crisis económica está siendo soterrada progresivamente bajo la sombra efímera del triunfalismo, pasando desapercibido el uso discursivo de ésta para implementar políticas que en cualquier otro momento no podrían llevarse a cabo o serían francamente impopulares. Para colmo de males, el triunfo será utilizado como arma política, cuando hace ya tiempo que tendría que haber caído el Gobierno.
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