martes, 21 de abril de 2009

República, guerra civil y tergiversaciones del "anticomunismo"


El otro día, con motivo del aniversario por la proclamación de la II República española, alguien me escribió un extenso comentario que creo debía tener una respuesta igualmente extensa por todo lo que en él se decía. Para los que no lo hayáis leído os recomiendo que lo hagáis, aunque sólo sea porque en caso contrario perderá sentido la lectura de esta entrada que viene a ser su respuesta.

Primeramente, nuestro autor se refería a la república como una “república liberal”, cuyo «sueño duró poco, puesto que el Frente Popular y su violencia revolucionaria fue, precisamente, lo que aniquiló a la segunda República en lo que tenía de democrática». Para empezar, habría que apuntar lo estricto que resulta el marco de tiempo que le concede al FP para acabar con el “sueño republicano liberal”. La república durará ocho años —contando los tres de guerra— y de ellos sólo cinco meses —más todo el período de guerra que poco puede computarse como período de legislación civil­— correspondieron al gobierno del FP. Extraño es, por tanto, que alguien pueda argüir la ruptura del consenso democrático a las candidaturas del frente antifascista.


Argumentaciones como que «la democracia no jugará ningún papel durante la guerra civil» sólo desconciertan, pues extraño es que en tiempo de guerra funcione el sistema legislativo habitual, pues se trata de un período de excepción constante. Creo que esto es de sentido común.


La lógica de la afirmación de la brutalidad frentepopulista obedece a lo que puede leerse más adelante, que «aquellos revolucionarios tutelados por Stalin habían hecho trizas la incipiente República liberal. Desde ese momento, la lucha se planteaba entre una opción totalitaria-revolucionaria y una dictadura autoritaria». A fin de cuentas a lo que me refiero es al casi diríamos institucionalizado anticomunismo.


La identificación entre Frente Popular y comunismo es casi directa. Por supuesto, la estrategia frentepopulista surgió, como es bien sabido, de los PC a través de su órgano internacional: la Comintern o IC. Pero es importante señalar el porqué de ello. Por sintetizar en lo posible, la IC había apostado, principalmente por influencias de su sección más importante e influyente, el KPD alemán, por la estrategia de “clase contra clase”. Este extremismo de izquierda que le llevó a identificar a los socialdemócratas como “socialfascistas”, lo cual era un error, pero que podía entenderse en un país en que el SPD negó sistemáticamente el apoyo o la alianza con los comunistas (a excepción, esto sí, de los niveles municipales, que no duraría, no obstante, más allá de 1924, año en que fueron sancionadas tales alianzas). El triunfo nazi en 1933 hizo replantearse a los comunistas esta estrategia, y fue en Francia el primer lugar en que lo hizo. Los “tres dramas del movimiento obrero” como los ha definido Geoff Eley de 1934 (Austria, Francia y Asturias) variaron decisivamente las estrategias obreras y los comunistas se decidieron por retomar la línea de alianzas con los socialistas tal y como la había teorizado Lenin, el Frente Único Proletario. Esto, que excluía a los partidos de derechas, fue lo que se vio alterado con el VII Congreso de la IC (el último), pues la estrategia de FP los incluía.


No creo que sea necesario hacer una retrospectiva de quiénes fueron los que auparon al fascismo al poder en aquellos lugares en los que lo tomó democráticamente (Italia y Alemania), principalmente porque considero que se da por sabido que fueron los sectores hegemónicamente económicos y las clases medias. Afirmar por tanto que Ortega y Gasset era un liberal democrático pues es un tanto arriesgado, debido principalmente a los escasos picos de democracia que en él se registraron que, sin ser fascista, no tuvo mayores inconvenientes en vivir toda su vida en la España franquista sin suponerle un contrasentido a sí mismo como lo supuso —aunque tardíamente— para hombres como Unamuno.


Los FP constituyeron, por tanto, la alternativa democrática al fascismo impulsada por la izquierda revolucionaria una vez que los comunistas y los socialistas más de izquierda comprobaron con los traumas alemán y austriaco la necesidad de hallar salidas electorales consensuadas, y por tanto democráticas no insurreccionales, al problema del fascismo. Como ha recordado Eric Hobsbawm en su libro Historia del siglo XX, «la lógica del antifascismo conducía hacia la izquierda».


Creo que no sólo carece de sentido la visión dada aquí por Cincinato de un FP que vino a romper el consenso democrático cuando fue la única opción política que vino a tratar de mantenerlo.


Condenar el totalitarismo soviético al tiempo que se afirma que «las dictaduras no son buenas, pero no deberíamos condenar al franquismo (…) puesto que libró a España de la revolución comunista (…) salvaba a España de algo mucho peor y la prueba la tenemos en el infierno comunista en el que han vivido los países del Este de Europa». Esto nos lleva a otro punto más bien ridículo de la historiografía más anticomunista y menos seria que puede que se haya escrito en nuestro país y a la cual hoy ningún profesor universitario serio —incluso no serio que yo conozca— defendería. La idea de una España satélite soviética es indefendible. Lo desarrollaré lo más brevemente que sepa.


La implicación soviética en la guerra civil: para empezar, pese a ser junto a México el único país en ayudar a la república y el único que lo hizo militarmente, no se decidió a ello hasta septiembre, una vez la URSS comprobó, con el Comité de No-Intervención, que las democracias europeas y EEUU no tenían interés alguno en ayudar a su homónimo que tenía desde luego mucho más en común con ellas que con Rusia. Fue entonces que se dio la ayuda militar a la república. ¿Por qué Stalin se niega en dar más ayuda cuando sabe que la guerra, en 1938, se sabe perdida y, sin embargo, concede una nueva e importante remesa de armamento pesado este mismo año que sabía que, además, la propia república nunca podría pagar cuando ya se le habían agotado todas sus reservas de oro? Porque en 1938 las democracias pactan en Munich con las potencias fascistas y con la Alemania nazi principalmente el reparto del suelo europeo que Hitler pretendía. Es en Munich que venden a Checoslovaquia y es en ese momento en que Rusia se da cuenta de que la próxima guerra no será contra Francia sino contra la URSS. Por esta razón envía una ayuda que ya no le será devuelta, porque el destino del mundo en ese momento se debatía en España.


La cuestión de España como “satélite” es disparatada. Primero porque como acabamos de ver, la URSS no tenía por preocupación a España como territorio al que “colonizar” o poner un gobierno “títere”, principalmente porque se encontraba exactamente en el lado opuesto del continente, por lo que a geoestrategia se refiere no tenía ningún sentido. En el plano económico no creo que haga falta explicar nada puesto que España no era un país siquiera un poco interesante (era uno de los más pobres de Europa y no disponía apenas de materias primas). Lo que realmente preocupaba a la Unión Soviética era el fascismo, por lo ya dicho; la explicación anterior puede completarse diciendo que de ser un país tan sumamente interesante para Rusia de seguro habría hecho un mayor esfuerzo en la guerra, y no porque el realizado fuera nimio, pues en nada lo fue, sino porque es bien sabido que Pascua (embajador de España en Moscú) e Hidalgo de Cisneros, hubieron de rogar a Stalin (que entonces no se reunía apenas con delegaciones extranjeras y Pascua tuvo varias entrevistas con él) una ayuda que fuere lo suficientemente grande como para suplir el aislacionismo al que el resto de países del mundo habían sometido a la república española.
Creo que el cartel puesto más arriba es en sí elocuente, primero por ser un elemento de propaganda puramente interno, esto es, para ser visto en España, y luego porque lo firma Izquierda Republicana, el partido de Azaña, partido burgués y, por ende, nada dudoso.

No creo que lo aquí apuntado sea nada que deba hoy día discutirse, ni mucho menos prestar atención a comentarios como el aquí respondido —principalmente porque no tienen mayor interés desde el punto de vista del historiador, pues es un debate más que superado que sólo se ve enturbiado por la tara del anticomunismo—, sin embargo, he decidido hacerlo por considerar que los no tan introducidos en historia puedan tener dudas al respecto, pues, lamentablemente, la opinión de nuestro amigo está más que extendida fuera de los márgenes del academicismo, hasta el punto de ser, en el sentido más gramsciano, la hegemónica.


Sirva esto para desacreditar las posiciones más retrógradas. ¡Salud!

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