Este artículo es un extracto adaptado de un trabajo que realicé para una asignatura que tuve de historia del cine. La temática por mí elegida fue una síntesis sobre el movimiento obrero en el cine del siglo XX; para ello, seleccioné cuatro películas que juzgué representativas y entre las que se encontraba Tiempos modernos.
Esta magnífico filme, inspirado en A nous la liberté, de René Clair, resulta ser el alegato de Chaplin no contra la modernidad sino contra el esclavismo y la dependencia con que el maquinismo somete al hombre; una reivindicación no tanto socialista como profundamente humanista. Compleja allá donde las haya, Tiempos modernos no puede ser comprendida fuera del contexto en que fue hecha.
Para empezar, la situación social europea y estadounidense era crítica allá por 1936. Apenas dos años antes, en marzo de 1929 se había producido el mayor crack bursátil de la historia, lo que conllevaba asimismo una gran crisis económica que había afectado enormemente a las condiciones de vida de las capas inferiores de la sociedad. Pero no sólo esto; otros dos años antes, en 1927, se estrenaba la primera película sonora de la historia, El cantor de jazz. Si bien escépticos al principio, para 1936 era ya manifiesto el éxito que el sonoro tenía.
A Charles Chaplin, sin embargo, le horrorizaba escuchar su voz en la pantalla y fue enormemente reacio a producir y protagonizar una película sonora. Pero Tiempos modernos, si bien no es una película muda, aún menos lo es hablada. Los actores interpretan sus respectivos papeles sin hablar una sola palabra, dejando el audio para la música y los sonidos agresivos, como las órdenes del jefe de la fábrica.
El problema del sonido en el filme es complejo. Si bien Chaplin era reticente a hablar ante la cámara, la evolución respecto de su anterior trabajo, Luces en la ciudad —1931— es muy evidente y sus primeras palabras ante ella serán las de una canción ininteligible.
Pero no sólo iba a evolucionar Chaplin en lo cinematográfico. Si bien sus anteriores películas ya habían registrado un profundo sentimiento humanista, la evolución en este sentido es evidente. Su personaje simboliza, de forma universal, una defensa, un alineamiento con los desvalidos, aún mayor de lo que lo había supuesto con anterioridad. En el filme puede apreciarse una conciencia y sentir humano aún carente de una ideología definida, pero que deja entrever algo.
En los créditos iniciales, se dice que Tiempos modernos «es una película sobre la industria y la cruzada por la felicidad» y por primera vez, su personaje no figura ya como «el vagabundo», sino como «un obrero de fábrica». Así pues, Chaplin reacciona contra el mundo presente, no está en contra de la industrialización pero sí de la deshumanización en las relaciones sociales y laborales que ésta está produciendo. La condena al taylorismo y al fordismo se deja sentir explícitamente. En la primera escena, un rebaño de ovejas cruza la pantalla; hay una oveja negra. Fundido en negro. Un grupo de obreros sale a riadas de la fábrica; uno de ellos es Charlot. La asociación es inevitable; una yuxtaposición irónica, efectiva y, sobre todo, escalofriantemente realista.
La escena de la protesta, en la que Charlot va a coger una bandera roja que encuentra en el suelo y, accidentalmente, pasa a encabezar la misma, hace sustituir a los sueños que tenía en anteriores películas para, por primera vez, hacer al vagabundo acercarse y tomar parte de la realidad y problemática sociales. Sin embargo, aún no está preparado para asumir una acción voluntaria y consciente. Al dar este paso, en su siguiente película —El gran dictador—, su personaje desaparecerá. No obstante, y pese a lo dicho anteriormente, la película deja entrever posicionamientos más o menos radicalizados en la forma de pensar de Chaplin, puesto que, aunque Charlot sea incapaz de ir más allá de la acción individual, hay que ver que tras la escena de la protesta la policía lo encierra en la cárcel por considerarlo el cabecilla, lo que supone una clara condena de la represión clasista.
Valga con argumentar que el propio Chaplin barajó otros dos posibles títulos, luego descartados. Uno era 54632 —el número de un obrero fabril cualquiera—, pero el otro resulta profundamente revelador: Las masas. El cineasta está evolucionando ideológicamente, quizás por ello, su vagabundo ya no puede cumplir el rol para el que fue creado. El personaje era, como Chaplin, profundamente humanista pero Tiempos modernos es una evolución, un radicalismo ideológico que le hace reaccionar de un modo mucho más agresivo ante el mundo que le rodea.
La imagen que más arriba puede verse corresponde al plano final de la película. Éste era, curiosamente, el final alternativo; en el a priori definitivo final, Paulette Goddard, la muchacha que le acompañaba en la película, se hacía monja y Charlot, como siempre, reemprendía solo el camino. Ese final se rodó, sin embargo, Chaplin prefirió cambiarlo por otro más alegre y esperanzador. En él vemos por última vez al vagabundo Charlot caminando hacia el horizonte pero, por vez primera, no marcha solo. Por fin ha encontrado una compañera con la que irse hacia lo que suponemos un futuro más optimista y mejor. Ya no es ese solitario personaje, quizás porque ya sabía que tras la película desaparecería.
En esa última escena, Goddard aparece llorando, vencida ante una realidad que les rechaza y contra la que siente no puede ir. Aquí, el que va a ser el último diálogo mudo de Charlot, está cargado del espíritu que lo había caracterizado. Se acerca a ella, la consuela, parece decirle que no llore. Ella alza la mirada y pregunta: —¿Para qué continuar?
A lo que responderá: —Ánimo. No te rindas nunca. Saldremos adelante.
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